sábado, 26 de diciembre de 2015

Los dilemas de Moldavia después de su independencia

La frontera entre Rumanía y Moldavia en Sculeni, localidad 
dividida entre los dos países, a orillas del río Prut.
(Foto © Darren Alff / bicycletouring.pro, 2012)

El día 27 de agosto de 1991, tras la disolución de la URSS, el territorio de la República Socialista Soviética de Moldavia se independizó por segunda vez (ya había sido muy brevemente un Estado independiente, proclamado por el Soviet moldavo, entre el 15 de diciembre de 1917 y el 9 de abril de 1918, cuando fue anexionado por Rumanía). Renació así la República de Moldavia (Republica Moldova), formada por la mayor parte de la Besarabia histórica y la franja oriental de Transnistria (es decir, la integridad del territorio de la antigua república soviética). 

Transnistria, no obstante, se resistió a formar parte de la nueva república y, anticipándose a la de Moldavia, el 2 de septiembre de 1990 proclamó unilateralmente su independencia (que nunca ha sido reconocida por la comunidad internacional), lo cual dio lugar, en 1992, a un conflicto civil que duró cuatro meses y medio. La región mantiene su estatus con el nombre de República Moldava Pridnestroviana.

Moldavia, cuya capital es Chișinău (Kishiniev [Кишинёв] en ruso), es un Estado multiétnico formado por moldavos de lengua rumana (alrededor del 65 %), ucranianos (11 %), rusos (poco más del 9 %), rumanos (2,2 %), gagaúzos (unas 250.000 personas, el 3,8 % de la población) y minorías búlgaras, judías, gitanas, alemanas, serbias y turcas. Rusos y ucranianos son mayoritarios, sin embargo, en Transnistria, donde representan alrededor del 60 % de la población. 

La población de Chișinău, capital de la República de Moldavia, 
es de unos 675.000 habitantes.

Con una superficie de 33.843 km2 y una población estimada de 4.450.000 habitantes (unos 520.000 de ellos en Transnistria), Moldavia es uno de los países más pequeños de Europa y, a la vez, uno de los más pobres, con una renta per cápita de 4200 euros (la de Transnistria apenas alcanza los 1850).*

Al igual que otros países independizados de la Unión Soviética y de su órbita política (Rumanía, Bulgaria y Ucrania, entre ellos), Moldavia es un país de emigrantes económicos, cifrados en cerca de dos millones de personas y establecidos sobre todo en los países más desarrollados de la Unión Europea.

“Eh, moldovenii când s-adună…” (‘Eh, los moldavos cuando se reúnen...’), 
fiesta navideña organizada por la comunidad moldava de Burdeos (Francia).
(Fuente: Moldavie.fr)

Esta introducción intenta reflejar los aspectos principales que caracterizan a Moldavia, un país donde, contrariamente a lo que pudiera pensarse, el nivel educativo y cultural es alto.

Trece años después de su independencia, el investigador y politólogo francés Florent Parmentier publicó un largo artículo del que hemos extraído unos fragmentos. Lo que dice corresponde a la Moldavia de los años 2003 y 2004: hay que considerarlo, pues, desde la perspectiva de la primera mitad de aquella década. Recientemente se han producido cambios significativos para el país, como la firma, en junio de 2014, del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea.

Albert Lázaro-Tinaut

* Compárese, por ejemplo, con la de otras repúblicas surgidas de la URSS, como Estonia (18.800 euros), Lituania (15.4oo), Letonia (15.300), Rusia (14.500), Azerbaiyán (8000) o Bielorrusia (7500).


Mapa de la actual República de Moldavia, con Transnistria 
(en color anaranjado, al este) y Gagauzia (al sur, en color rojo).


La competición cultural de la transición

Por Florent Parmentier

Moldavia es un Estado postsoviético débil cuya legitimidad ha sido puesta en entredicho tanto dentro como fuera de sus fronteras. Pese a que los objetivos que suponen la creación de un Estado de derecho y una economía de mercado están todavía muy lejos de alcanzarse, los conflictos étnico-culturales parecen pronosticar un futuro incierto para Moldavia, y su solución presenta incluso problemas a escala regional. Mientras que la mayor parte de la población es rumanófona (64,5 %), ésta está compuesta en una tercera parte por minorías: ucranianos, rusos, gagaúzos y otros.

Estandarte del Principado de Moldavia 
utilizado entre 1359 y 1848.

Este país surgió a partir del principado de Moldavia, fundado en el siglo XIV e invadido en el XVI por el Imperio otomano. Su parte oriental, denominada Besarabia por el zar Alejandro I, pasó a formar parte de los dominios del Imperio ruso en 1812, antes de reunificarse con Rumanía en 1918. A consecuencia de las relaciones rumano-soviéticas en el período de entreguerras, la URSS tomó posesión del territorio moldavo tras el pacto Ribbentrop-Molotov y después de un ultimátum dado a Rumanía. La República de Moldavia fue sometida a un intercambio de territorios con Ucrania, que la privaron de su acceso al mar Negro, por el sur, y de toda su parte septentrional (la Bucovina); a cambio de todo ello, y como compensación, se le incorporó la franja de Transnistria, de mayoría eslava. Las fronteras del Estado actual son, pues, fruto de las vicisitudes de la historia regional y también de decisiones estalinistas.

La independencia, tras la descomposición del Imperio soviético y del sistema comunista, puso sobre el tapete la cuestión de la recomposición de territorios e identidades. El caso de Moldavia es ideal para el estudio del nacionalismo como recurso político, y también para valorar la importancia del factor lingüístico. En efecto, parecía probable la reunificación de Rumanía y Moldavia, y muchos dudaron de que se consolidara la independencia de esta nueva entidad política; por el contrario, las transformaciones postcomunistas demostraron la capacidad de ciertas élites políticas para movilizar las identidades como parte de la “competición cultural” de la transición, y también para mantenerse en el poder.

Entusiasmo popular en Chișinău tras la declaración de independencia 
de Moldavia, el 27 de agosto de 1991. La transición democrática, 
sin embargo, ha sido larga, compleja y muy laboriosa.
(Fuente: Moldova Photo Gallery)


Las diferencias actuales se explican por la incapacidad de gestionar una política capaz de apaciguar la crisis identitaria y la falta de una “moldavidad” motivadora para transmitir un sentimiento de pertenencia a un Estado distinta del “moldavinismo”, doctrina cuya finalidad consistía en justificar la existencia de un pueblo moldavo distinto del rumano. Los problemas étnico-culturales, heredados del antiguo régimen, son fundamentales a la hora de definir el Estado, tanto si se trata del dilema rumanos/moldavos, de la competición cultural o de Transnistria, de la misma manera que influyen en la democratización del país.

La transición democrática ha sido el escenario donde se han representado diferentes evoluciones concurrentes y ha dado lugar a una “competición cultural” en el interior del Estado. Por un lado está el redescubrimiento de una identidad rumana por parte de distintas capas de la sociedad, y la reafirmación de ese grupo cultural gracias a las leyes sobre la lengua. En este contexto, los rusófonos se sintieron afectados por una crisis de identidad, ya que hasta entonces habían sido el grupo cultural dominante. Además no podían optar a una auténtica autonomía territorial, ya que los rusos se concentraban principalmente en los núcleos urbanos y la población ucraniana era mixta, urbana y al mismo tiempo integrada en las zonas rurales del país.

La persistencia del uso del alfabeto cirílico, característica 
de los rusófonos contrarios a la rumanización de Moldavia.
(Fuente: chisinau2011.blogspot)

Hay que precisar que la mayoría de los rusos de Moldavia viven en Besarabia, lo cual permite suponer que sostienen al régimen moldavo. Por otro lado, la construcción de una cultura cívica encaminada a formar una nueva comunidad política (la moldavidad) pero compuesta por una diversidad de grupos étnico-culturales es algo que han empezado a afrontar las políticas públicas, pero que resulta difícil concretar. 

No hay que perder de vista, tampoco, la emancipación de algunos grupos que exigen una entidad autónoma, como es el caso de los gagaúzos, pero también de los búlgaros. La Unión Soviética promovió una identidad moldava artificial para que aquella república no se sintiera tentada a reunificarse con Rumanía, como había ocurrido en 1918. Por esta razón tuvieron buen cuidado de deportar a centenares de miles de rumanófonos y de hacer que se establecieran en territorio moldavo numerosos rusófonos, especialmente en las ciudades y en las regiones más industrializadas. Esa política de desplazamiento de poblaciones contribuyó a ensanchar el abismo entre las ciudades, mayoritariamente rusófonas, y las zonas rurales.

“Besarabia tierra rumana”, pintada reivindicativa de los prorrumanos moldavos.
(Foto © C. Bayou / Regard sur l’Est, 2008)

La independencia, pues, ha hecho que surgiera una competición cultural más que étnica: los rusófonos forman un grupo más amplio que los verdaderos rusos “étnicos”, mientras que los rumanófonos están divididos entre prorrumanos y promoldavos. El Estado-nación moldavo aparece, pues, como un compromiso entre esas dos élites, lo cual ha dado lugar a la creación de numerosos grupos de partidos políticos. Los partidos prorrumanos afirman que quienes se proclaman “moldavos” son, de hecho, rumanos víctimas de la sovietización, y puesto que se consideran mayoritarios reclaman que la cultura cívica del Estado sea la de Rumanía.

“¡Soy mondavo! ¡Hablo en lengua moldava”, 
pintada reivindicativa de los promoldavos.
(Fuente: Bună Ziua Iaşi, 2013)

Se trata de una categoría de ciudadanos mayormente urbana y con estudios, compuesta por intelectuales de tendencia proeuropea, pero van perdiendo fuerza electoralmente. Los partidos prorrusos, por su parte, piensan que Moldavia ya tiene una cultura cívica basada en el uso de la lengua rusa, que consideran “la lengua de comunicación interétnica”, y basan sus criterios en la rumanofobia heredada de la URSS: se trata de un hecho consumado que no vale la pena replantearse. A menudo tratan de coaligar minorías (su educación, en la escuela, fue sobre todo en ruso, pese a que el “moldavo” era la lengua cooficial), y a ellos se suman moldavos movidos por los viejos temores.

Los partidos promoldavos están formados por antiguas élites administrativas autóctonas, que dudan y se mueven entre los dos polos, al tiempo que consideran que su misión consiste en consolidar el Estado moldavo. Reivindican un papel de mediadores entre prorrumanos y prorrusos, toleran la existencia de ambas comunidades, pero niegan la existencia de los “rumanos” y sus derechos culturales.

La erradicación de las viejas élites comunistas (camufladas
en formaciones 
políticas nuevas) nunca fue tarea fácil en Moldavia.
(Fuente: Radio Free Europe / Radio Liberty, 2015)

De hecho, el “moldavinismo” se basa en una ideología unitaria: una lengua (el “moldavo”), una nación (“moldava”) y una Iglesia (la Iglesia metropolitana de Moldavia, ortodoxa). La competición cultural comporta distintas polémicas relacionadas con la identidad. Los partidos prorrusos desean que el ruso se convierta en la segunda lengua oficial del país y se introduzca una escuela “moldava”, es decir, que obvie en lo posible cualquier referencia a Rumanía. Las leyes audiovisuales (cuotas con predominio del rumano) y la aplicación del rumano en las aministraciones también son objeto de sus denuncias.

Por el contrario, los partidos prorrumanos abogan por el reconocimiento oficial de la lengua rumana, y no de la “moldava”, como lengua oficial, así como por una legislación que limite la utilización del ruso en los asuntos de Estado: téngase en cuenta que las élites económicas son mayoritariamente rusófonas. Y ya en el terreno religioso, los prorrumanos abogaron por el reconocimiento de la Iglesia de Besarabia (dependiente de Rumanía) en oposición a la Iglesia de Moldavia (dependiente de Rusia), lo cual abrió otro campo de batalla entre élites hasta la oficialización de la primera, en julio de 2002, gracias a las presiones del Consejo de Europa.

Las banderas de Moldavia y Gagauzia ondean juntas en el límite 
de esta última región autónoma, de población turcófona.
(Foto © IPN / Газета "СП", 2014)

Fruto de la independencia y de la moderación entre las diferentes comunidades, la autonomía territorial de Gagauzia fue celebrada como un precedente en la Europa postcomunista. Muy rusificados, los gagaúzos se mostraron en un primer momento hostiles a la independencia, temerosos de que el país se reunificara con Rumanía, pero finalmente se reconciliaron con el Estado aceptando un compromiso promovido por Ankara [los gagaúzos son turcófonos]. Este conflicto étnico-cultural debería servir de ejemplo a las élites, que han visto cómo la autonomía se convertía en un capital político y también en un instrumento útil en la competición cultural.

El monumento a Lenin, en el centro de Tiraspol (capital de Transnistria) 
es un ejemplo de la pervivencia del sistema soviético en aquella 
pseudorepública segregada de Moldavia.
(Foto © Andrea Anastasakis / Rear View Mirror, 2013)


Sin embargo, la perspectiva de una federación para resolver el contencioso de Transnistria ha vuelto a poner en guardia a los gagaúzos, sobre todo por lo que respecta a sus acuerdos fiscales: Transnistria continúa siendo el principal factor de desestabilización del Estado moldavo, mucho más importante que las reivindicaciones rumanas sobre las antiguas Besarabia y Bucovina, o las exigencias de Gagauzia.



(Este texto, traducido del francés por Albert Lázaro-Tinaut, está formado por dos fragmentos del artículo de F. Parmentier: “État, politique et cultures en Moldavie”, publicado originalmente en la Revue internationale et stratégique [Éditions Dalloz, París], núm. 54, 2004.)

sábado, 21 de noviembre de 2015

Política y religión en Albania

La ciudad de Berat es un buen ejemplo de convivencia
pacífica 
entre religiones en Albania.
(Fuente: FrontiereNews, 2014)


Albania, que hasta hace relativamente pocos años era un país casi inexistente en el imaginario de los europeos y que vivió un largo período de dictadura tiránica (el de la República Popular, entre los años 1946 y 1992), intenta levantar cabeza después de haberse liberado de aquellos déspotas; muchos de ellos, sin embargo, se han “reconvertido” ideológicamente por conveniencia (como en otros países del “socialismo real”), pero continúan ejerciendo el despotismo, agravado por la posibilidad de manejar intereses incluso más infames que los anteriores, ya que permanecen ocultos bajo una sospechosa capa de barniz pseudodemocrático.

Enver Hoxha, líder comunista y primer ministro 
de Albania desde 1946 hasta su muerte, en 1985.

Así, las ambiciones de parte de la población, deseosa de aproximarse a una Europa más moderna y avanzada, se han visto truncadas una y otra vez, y una de las razones de esta situación ha sido la utilización interesada de las religiones. 

La situación, no obstante y pese a todo, ha ido evolucionando con gran rapidez, y las nuevas generaciones (sobre todo las que no vivieron los años tenebrosos de la dictadura), que manejan con soltura las nuevas tecnologías, son ahora la punta de lanza de una modernización que avanza imparablemente y ha conseguido que en poco tiempo cambiara incluso la fisonomía de las ciudades.

Para quienes no conozcan de cerca la realidad albanesa, conviene decir que aquel pequeño país es un buen ejemplo de convivencia religiosa. Entre las creencias predomina la islámica, aunque está muy presente la católica, sobre todo en las regiones del norte, y la ortodoxa griega en las del sur. Al margen de las esferas de poder, raros son los radicalismos y la violencia por razones religiosas (aunque el extremismo islámico ha empezado a extender hacia allí sus tentáculos y no han faltado los intentos de “evangelización” por parte del Vaticano). Cada grupo religioso vive sin manifestar estruendosamente su creencia y es respetuoso con las de los otros, y si algo apenas se practica entre los albaneses (muchos de los cuales son ateos) es el proselitismo.

Gjergj Meta.

El artículo que se presenta a continuación (ligeramente reducido y adaptado) está firmado por el sacerdote católico albanés Gjergj Meta. Pese a que se publicó hace dos años, y desde entonces han cambiado algunas cosas, creemos que vale la pena divulgarlo para que los lectores tengan una idea más precisa de la realidad en que vive el país vista desde dentro, al menos de cara a una Europa llena de contradicciones y en crisis, pero que para una gran parte del pueblo albanés representa la oportunidad de acabar de salir del agujero negro en el que ha ha estado sumido durante décadas. Nos daremos cuenta, una vez más, de cómo el poder político se preocupa por sus intereses de “casta” (por emplear un término que se ha puesto de moda) y frena a veces los anhelos de una sociedad ansiosa de un futuro mejor.

Albert Lázaro-Tinaut




La Europa “cristiana” y la Albania “musulmana”

Por Gjergj Meta

Por razones mezquinas, se ha estado difundiendo en Albania la idea de que la candidatura a la Unión Europea no era tenida en cuenta a causa de la presencia de musulmanes en el país. Se trata de una demagogia diabólica. En realidad, esa idea ha sido divulgada por algún político, pero yo la percibo a menudo más allá de los discursos públicos, es decir, en círculos sociales más reducidos.

Antes de entrar en el análisis de este fenómeno, quisiera aclarar que, a mi entender, hay dos las razones por las que aún no hemos conseguido el estatus de país candidato [1]. En primer lugar encontramos los atavismos comunistas que todavía persisten en la mentalidad de muchos albaneses, próximos o no al gobierno. En segundo lugar, hay que culpar de forma absoluta y sin paliativos a las instituciones políticas albanesas, donde la oposición de ayer boicoteaba al gobierno, y cuando éste pasaba a la oposición hacía otro tanto.

El actual Primer Ministro de Albania, Edi Rama, dirigiéndose 
al parlamento tras su investidura, en septiembre de 2013.
(Fuente: Albania News)


En este sentido, sin embargo, será tarea de la historia y no mía establecer los méritos o la ignominia de cada cual. Por lo que se refiere al factor religioso entendido como determinante para la cuestión de la adhesión de Albania a la UE, sostengo que se trata de demagogia no sólo mediocre, sino peligrosa, en el sentido de que puede generar conflictos.

Por lo general, quienes difunden esas ideas no tienen nada que ver con la religión ni con la distinción entre cristianos y musulmanes, puesto que continúan viendo las creencias religiosas desde el prisma de la ideología marxista, o bien utilizan la vara de medir del pragmatismo (para optar a algún cargo en la Administración), como si una religión determinase la posibilidad de adhesión a la UE.

Representantes de las cuatro principales religiones que conviven 
en Albania: islam, catolicismo, ortodoxia griega y sufismo bektashi.
(Fuente: Community of Sant’Egidio, 2015)


En lo que concierne a Europa, la historia de los conflictos religiosos es larga. En nuestro continente, el antisemitismo hizo estragos: ¿no fue acaso ese un conflicto de tipo religioso? No había ninguna necesidad de que los “moros” aparecieran en las costas de Gibraltar para guerrear contra los cristianos, ya que nosotros mismos, como cristianos, ya hemos demostrado sobradamente nuestra capacidad enfrentarnos y matarnos por el hecho de ser protestantes o católicos.

¿Acaso esta misma historia no se repite todavía en Irlanda? ¿No es una verdad histórica que a los católicos, en Inglaterra, se les prohibió ejercer como tales y fueron despreciados durante trecientos años por sus hermanos cristianos anglicanos? ¿No somos conscientes de que ahora mismo, en Grecia, los católicos no gozan de los mismos derechos que los ortodoxos?  Nosotros mismos, en Albania, intentamos siempre eludir los problemas y los conflictos achacándolos a los otros.

La matanza de San Bartolomé, pintura de Martin Dubois que representa 
el asesinato en masa de calvinistas franceses (hugonotes) en 1572, 
durante las guerras de religión en Europa.

No son los musulmanes quienes dificultan la adhesión de Albania a la UE. Si los musulmanes tienen sus problemas, como los tienen los cristianos, es una cuestión que resolverán ellos, seguramente con no pocos sacrificios, como ocurre en otros muchos países de mayoría musulmana, en el Oriente Medio y en África, donde unas minorías integristas y fundamentalistas controlan y dirigen la vida de los pueblos.

Olvidamos con frecuencia que en Albania no existe, en el fondo, la voluntad de aceptar la tradición europea, en la que las diversidades se aúnan para conseguir objetivos comunes. Nosotros todavía no somos capaces de pensar (y ni siquiera de aceptar) que la Europa actual nació gracias a un apretón de manos entre dos pueblos enemigos, Francia y Alemania, al final de la segunda guerra mundial. En el momento más impensable, se consiguió crear esa Europa a la que ahora aspiramos.

No tenemos esa voluntad porque entonces gobierno y oposición se verían obligados a estrecharse las manos y ello significaría, en Albania, un acercamiento entre adversarios políticos; y quienes manejan los medios de comunicación y la cultura deberían someterse a debates más civilizados en la televisión, por ejemplo. En nosotros pervive aún la mentalidad comunista, todavía mantenemos el pensamiento hegemónico e integrista. Pensamos que “no debe existir el ‘diferente’”, o bien que “la integración de Albania debe llevar grabado mi nombre pero no, además, el de mi adversario”. ¡Cuántas veces, en los últimos años, lo hemos echado todo a perder, hemos optado por el boicot porque no queremos que nadie más se haga merecedor de ningún mérito, porque no queremos compartir los méritos con nadie!

Manifestantes en la capital albanesa durante la campaña 
electoral de la primavera de 2013.
(© AFP / G. Shkullaku)


Si entre nuestros políticos no existe la cultura del acercamiento, ¿por qué hemos de culpar de todo a los musulmanes? Eso significa lavarse las manos y sacudirse de encima los problemas y las responsabilidades. Significa convertir una vez más la religión en un problema y volver a la mentalidad de 1967 [2], aunque se camufle de modernidad laicista.

Europa requiere estándares que no choquen con la ley, voluntad en la lucha contra la corrupción y un sistema educativo en perfecta sintonía con los principios sobre los que se creó la UE, que no pide el certificado de bautismo ni se preocupa de que uno haya sido circuncidado o no. Exige, en cambio, que se trabaje bien y con empeño para alcanzar objetivos comunes, sin establecer diferencias entre unos y otros. Atribuir connotaciones religiosas a la fallida adhesión de Albania a Europa significa alejarse de los problemas reales para ir a buscar otros donde no existen.

Las banderas de Albania y la Unión Europea 
ondeando juntas en el centro de Tirana.
(Fuente: S&D, 2015)


Esto significa que no se llega siquiera a ciertos niveles de la cultura medieval, cuando el cristianismo descubrió la filosofía pagana y cuando se dio de bruces con el islam, o cuando Francisco de Asís, por ejemplo, se entrevistó con el sultán egipcio, y Avicena y Averroes, eruditos musulmanes de Persia, nos devolvieron a Aristóteles, que había sido olvidado durante siglos.

*
                                                                      
[1] De hecho, en junio de 2014, medio año después de que se publicara este artículo, la UE otorgó a Albania ese estatus.
[2] Año en que el dirigente comunista Enver Hoxha proclamó oficialmente que Albania se convertía en el primer Estado ateo del mundo. Ello supuso el cierre o la destrucción masiva de mezquitas e iglesias y el inicio de una cruel persecución de cualquier persona relacionada con alguna religión o creyente de cualquier fe que no fuera el comunismo estalinista.


(Este artículo se publicó originalmente en albanés con el título «Europa e ‘krishterë’ dhe Shqipëria ‘myslimane’» [“La Europa ‘cristiana’ y la Albania ‘musulmana’”] en Peregrinus.al el 27 de diciembre de 2013. Ha sido traducido por Albert Lázaro-Tinaut a partir de la versión italiana de Daniela Vathi.)

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sábado, 3 de octubre de 2015

Apuntes sobre la vida y la obra de Henrik Ibsen

Henrik Ibsen en el Grand Café, litografía de Edvard Munch (1902).
(Fuente: Clarence Buckingham Collection)

Henrik Ibsen, un “enemigo” del pueblo 


Por Alberto Díaz Rueda

Caminaba, siempre taciturno, grave, pensativo; abismado en quién sabe qué nuevas ideas. Lo hacía con la gravedad y la apostura de un noble, consciente de su imponente figura, de la calidad de su traje y de la dignidad insobornable de su fama. Todos los días paseaba por Carl Johan, la principal calle de Oslo, hacia el Gran Café, donde le esperaba ya el solícito camarero junto a su mesa reservada. Henrik Ibsen, gloria nacional, tomaba asiento y contemplaba con mirada alerta y un sí es no es feroz a la vida que se desarrollaba ante él con la placidez cotidiana de la pacífica y provinciana capital noruega.

Aspecto del centro de Cristiania (nombre oficial –danés– de Oslo 
hasta 1925) en una tarjeta postal de principios del siglo XX.

Pero el genial dramaturgo había ejercido de “diablo cojuelo”, había alzado los grises tejados inclinados de las casas de su país y había escudriñado con hiriente lucidez en el alma íntima de su pueblo, de sus compatriotas. Ibsen se sabía el controvertido revulsivo de un pueblo apacible; él fue el primero en investigar la ácida psicología plena de confrontaciones, de hipocresía y de pasiones que encierra la vida de los hombres. Sin embargo, en ese momento, en el ocaso de su vida, se había convertido en un símbolo, en el paradigma viviente de algunos de sus personajes e ideas más críticas y luchadoras. Gozaba del difícil orgullo de ser una celebridad –con estatua erigida– no sólo en el mundo culto sino en su mismo país, aquel que tanto llegó a odiar y a fustigar y al que, paradoja frecuente y lógica, amó por encima de todo.

La alta sociedad noruega representada en una pintura 
de Christian Krohg, contemporáneo de Ibsen.
(Fuente: Nasjonalgalleriet, Oslo)

“Verdad y libertad”

“Las verdaderas columnas de la sociedad son la verdad y la libertad”, escribió Ibsen en una de sus obras, y trataría de ser fiel a esta frase. Conocía perfectamente la moneda crispante que hay que pagar a la sociedad por sustentar tales principios. Todo su teatro es una continua digresión, poética a veces, realista y cruda en ocasiones, siempre crítica, en torno a esa exigencia de verdad. Y la verdad no suele ser manjar adecuado, para la sociedad, generalmente está mixtificada por convenciones, respetos humanos, intereses y miedos. Por encima de toda esta “máquina” social represiva, Ibsen clama por una mayor autenticidad en las relaciones humanas, en el difícil enfrentarse a uno mismo ante el espejo. Y el resultado de tal actitud vital tiene en sus obras destellos hirientes que producen incomodidad e irritación en los noruegos de la época.

Escena de una adaptación para danza 
del drama Espectros, interpretada 
por el Ballet Nacional de Noruega 
en el Festival Ibsen de Oslo (2014).
(Foto © Erik Berg / Kulturkompasset)

También allende los fiordos la crítica se muestra deslumbrada pero a la vez incomprensiva ante el levantisco autor. De Espectros, tal vez la mejor obra de Ibsen, la prensa inglesa llega a decir: “Es una obra cándidamente obscena, positivamente abominable”. Sus compatriotas son menos sutiles y se atreven a lanzarle el terrible anatema socrático de “corruptor de la juventud”. Curiosamente, cierto paralelismo existe entre ambas trayectorias, en las actividades vitales del griego y el noruego.

Una sala del Museo Ibsen de Oslo.
(Foto © Clarence Buckingham Collection, 2006)

Escandaloso y polémico

Escándalo, controversia, polémica, interés, adoración... Henrik Ibsen no es indiferente a nadie. He repasado sus más importantes obras y se me hace difícil creer que levantaran tales pasiones. El tiempo ha dado una pátina clásica, plena de autoridad, a las páginas ibsenianas. Uno las contempla con el mismo respeto con que se lee a Shakespeare, a Pirandello, a Wilde o a Bernard Shaw. La Nora de Casa de muñecas; el Oswald de Espectros; el Peer Gynt; Brand y su furibundo ataque a la puritana complacencia burguesa del noruego medio; la magnífica Un enemigo del pueblo, esa lucha del individuo contra la sociedad corrompida, una lucha tan pesimista e infructífera; la “amoralidad” con que fue tildada La comedia del amor; las contradicciones femeninas de Hedda Gabler; la crítica política de La unión de los jóvenes o la peculiar ortodoxia religiosa de Ibsen en la discursiva El emperador y los galileos... todas las características del teatro del genial dramaturgo están teñidas de una profunda convicción humanística, con el identificable baño de singularidad noruega y la profundidad psicológica y el pesimismo de un hombre que no cree demasiado en sus congéneres, que condena y denuncia sus defectos, sus arbitrariedades y sus egoísmos, pero que, sin lugar a dudas, no deja de amarlos por ello.

La eminente actriz estadounidense 
Elizabeth Robins (1862-1952) en el 
papel de Edda Gabler (el fotograbado 
es de finales del siglo XIX).
(Fuente: Eclectic Oversize Art and Photo Gallery)

Henrik Ibsen se nos antoja a menudo el trasunto de uno de sus personajes, aquel que en El pato salvaje ve derrumbarse el ficticio edificio de paz familiar en el que creía porque le sustentaba. También desde muy joven, quizá desde sus tiempos de empleado de una farmacia y autor de opúsculos escandalosos y epigramas burlescos contra la sociedad de Grimstad o tal vez desde su fracasada experiencia como director artístico del Teatro Nacional, Ibsen se dio cuenta que muchos valores de su época tenían los pies de barro. Fustiga a sus contemporáneos pero lo hace respetando las reglas del juego. Conocedor de la compleja trastienda teatral, por sus cargos profesionales, Ibsen introduce en el drama la dimensión psicológica y simbólica incrustada en una concepción realista, casi expresionista, de la escena.

Tarjeta postal de principios del siglo XX. En esta casa de Grimstad residió 
Ibsen entre 1846 y 1850, período en que ejerció de aprendiz de farmacéutico.
(Fuente: www.nb.no)

Plantear problemas...

“Mi papel es plantear problemas y no dar respuestas”, aseguró Ibsen ante el escándalo de sus críticos, que le censuraban acremente: “El público va al teatro a conmoverse o a reír, no a descifrar enigmas y acertijos”. Obviamente el tiempo dio la razón a Ibsen y su teatro ha sido –y será– semillero de ideas para muchos dramaturgos. Se puede asegurar sin temor a provocar reticencias que Ibsen fue uno de los iniciadores del arte dramático de nuestros días. 

Pero, independientemente de su habilidad técnica y su profundidad psicológica, de sus alardes críticos, Ibsen fue un intelectual admirable y coherente pese a todos sus defectos y sus complejos (sabido es, por ejemplo, el de “nuevo rico” que le caracterizó en sus últimos años, él que había rozado la ruina absoluta en dos ocasiones durante su vida) y aún parece resonar en la conciencia de los hombres cómodos aquella frase en la que resumía su compromiso, su militancia a favor del “tercer reino”, el del “espíritu de la verdad y la libertad”: “Mi meta –decía– es torpedear el arca”. El arca donde sesteaban, satisfechos y corrompidos, aquellos que son totalmente incapaces de “pensar y vivir con grandeza”. 

Ibsen nació en marzo de 1828 en el pueblecito de Skien, al sur de Noruega, y murió en 1906 en Oslo.

La granja Venstop, en las afueras de Skien, localidad natal de Ibsen, 
donde vivió el futuro dramaturgo durante su infancia, entre 1828 y 1843. 
(Fuente: Norway Road Ways, 2014)


(Este artículo se publicó originalmente en el diario La Vanguardia
de Barcelona, el 21 de abril de 1978. IMPEDIMENTA agradece 
al autor su autorización para reproducirlo.)

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jueves, 10 de septiembre de 2015

Liberland o un poco de “Surrealpolitik” en los Balcanes

El acto de proclamación de la independencia de Liberland, el 13 de abril de 2015.

(Fuente: losdespertadores.com)
La disputa, no resuelta, entre Croacia y Serbia por minúsculas parcelas de territorio fronterizo y pequeñas islas fluviales, ha dado lugar a un hecho insólito: 7,37 kilómetros cuadrados a orillas del Danubio, en el noreste de Croacia, que forman un espacio boscoso conocido como Gornja Siga, no reclamados hasta ahora por ninguno de los dos países y convertidos, pues,  en tierra de nadie (Terra nullius en términos jurídicos clásicos, o No man’s land, en inglés, como se suele denominar internacionalmente), fueron ocupados por el político y activista checo Vít Jedlička y algún militante más de su partido, Strana svobodných občanů (‘Partido de los Ciudadanos Libres’), más conocido como Svobodní –de ideología liberal derechista–. El 13 de abril de 2015 (fecha elegida en honor al natalicio de Thomas Jefferson) Jedlička y sus acompañantes proclamaron la República Libre de Liberland.  

Vít Jedlička.
(Foto © Jan Husák, 2014)

La proclamación de la independencia de la República Libre de Liberland tuvo lugar junto a la única edificación que se levanta en aquel reducido territorio, una pequeña casa rural abandonada; Jedlička, acompañado por su novia, Jana Markovičevá, y un compañero de escuela, hincó en el suelo la bandera diseñada al afecto y pronunció el lema nacional: Žít a nechat žít (‘Vivir y dejar vivir’); el himno aún no está compuesto. La unidad monetaria de la nueva república es, al menos de momento, el bitcoin.

Jedlička, elegido presidente del nuevo “Estado” balcánico, anunció el envío de mensajes diplomáticos a Zagreb y Belgrado para informar del hecho y pidió formalmente a todos los gobiernos que reconocieran su república. Los primeros en responder no fueron autoridades de país alguno, sino miembros de dos formaciones políticas checas: el Partido Democrático Cívico (Občanská demokratická strana, fundado por el expresidente de la República, Václav Klaus) y la rama checa del Partido Pirata. Más tarde se unió a ellas el “Reino” de Sudán del Norte. Croacia calificó el “caso”  de broma, y Serbia, de frívolo, aunque ambos países coincidieron en que Liberland no infringía ningún tratado fronterizo.

La situación geográfica de Liberland, en el noreste de Croacia, 
a orillas del Danubio, que lo separa de Serbia.

En declaraciones a la BBC, Jedlička dijo que “quería fundar un país distinto, donde se vivieran todas las libertades, fuera del alcance de las fuerzas políticas, algo que ya existe en otras partes del mundo, como Singapur o Hong Kong, pero no en Europa”. Según la la web oficial de Liberland “se aceptan peticiones de ciudadanía”, de las que quedan excluidos comunistas, neonazis y “otros extremistas”.

El artículo que sigue proporciona información obtenida in situ por un colaborador del think tank (laboratorio de ideas) italiano Osservatorio Balcani e Caucaso.

Albert Lázaro-Tinaut

(con información tomada en parte de Wikipedia)



Vista aérea de Liberland y de su único territorio insular: 
la isla de Libertad, en el Danubio.

(Fuente: Liberland.org)



Liberland, la tierra de todos y de nadie

Por Giovanni Vale

Al principio todo hacía pensar que se trataba de una broma, un fake que circulaba por internet para engañar a los crédulos en las redes sociales y reírse de ellos. Sin embargo, van pasando las semanas y el “globo” de Liberland no parece tener visos de desinflarse.

El 13 de abril de este año, un grupito de ciudadanos checos declaró la independencia de un pequeñísimo pedazo de tierra situado en la frontera entre Serbia y Croacia, en la orilla derecha del Danubio; un minúsculo territorio que, según ellos (y oficialmente no les falta razón) no pertenece a nadie. La creación de Liberland se anunció a través de la web oficial creada para la ocasión. Siete kilómetros cuadrados de superficie, un solo edificio, un lema… En pocas horas el nuevo país se dotó de todos los símbolos tradicionales de la estatalidad, y el jefe de aquella pandilla, un joven militante del partido euroescéptico checo Svobondí, Vít Jedlička, de 31 años, fue elegido presidente.

Vít Jedlička junto a su novia en un acto de presentación de Liberland.

(Fuente: Liberland.org)
Durante los primeros días, Liberland se limitó a dar a conocer al mundo sus intenciones: convertirse en el tercer Estado más pequeño del mundo, después del Vaticano y el Principado de Mónaco, y acoger a todas las “personas honestas” que deseen “prosperar sin ser oprimidas por los gobiernos mediante restricciones e impuestos inútiles”…, es decir, convertir el territorio en el que Jedlička y los suyos habían izado su novísima bandera gualdinegra en un paraíso fiscal.

A continuación el país recién independizado abrió sus puertas a los primeros colonos. “La República libre de Liberland acepta peticiones de ciudadanía, los requisitos aparecen en nuestra web oficial”, decía Jedlička en su primer comunicado de prensa. Quienes deseen convertirse en ciudadanos de Liberland tan sólo han de rellenar un formulario online, especificando sus creencias religiosas, el importe de su último salario y, si es posible, adjuntar un curriculum vitae en PDF.

Página de inicio de la web oficial de Liberland.

Mientras se multiplicaban las peticiones (más de 300.000, según los últimos datos), el nuevo Estado, como es tradición, enviaba notas diplomáticas a las autoridades de Belgrado y Zagreb, a las Naciones Unidas y a otros países. Y es ahí donde aparecieron los primeros obstáculos: no sólo Serbia y Croacia ignoraron los correos electrónicos de Jedlička, sino que consideraron el caso como una necedad que no merecía la mínima atención.

“Las bromas online no son más que bromas online”, manifestaron desde el ministerio de Asuntos Exteriores croata. Y sus colegas de Belgrado se limitaron a decir que Liberland no se había fundado en territorio serbio. Además, según los mapas oficiales croatas la Gornja Siga, ese pedazo de tierra convertido en un nuevo Estado, no está considerado territorio croata. Desde este punto de vista, esa zona fronteriza situada entre los dos países balcánicos figura entre los No man’s land relacionados en Wikipedia (que fue donde Jedlička “se inspiró”).

La casa junto a la que se proclamó la independencia 
de Liberland, único edificio del territorio.
(Fuente: Liberland.org)

A finales de abril, ante la evidencia de que no se producía ningún acontecimiento, las autoridades de Liberland organizaron “visitas oficiales” a Zagreb para entrevistarse con “algunos empresarios interesados” (aunque no los identificaron) y con los croatas que habían solicitado la ciudadanía del nuevo Estado. Inmediatamente después Jedlička acudió dos veces al país que preside: el 1 y el 9 de mayo, para celebrar la victoria en la segunda guerra mundial.

Pero he aquí que al regreso de un fin de semana de festejos, Vít Jedlička fue detenido por la policía croata. “El presidente de Liberland ha sido detenido al cruzar la frontera legalmente, sin haber violado la ley”, hicieron saber en Facebook las “autoridades” del nuevo pequeño país. En efecto, desde que las visitas a orillas del Danubio se incrementaron, las fuerzas del orden croatas impidieron entrar “por vía terrestre” a Liberland, obligando a los curiosos a alquilar barcas. Además –insistían los independentistas–, “no es cierto que el territorio de Liberland haya sido reivindicado por algún país fronterizo”: si lo reivindicara Croacia, la policía no podría detener a nadie por “cruzar ilegalmente una frontera”. Y por lo que respecta a Serbia, se recordaba que el ministerio de Asuntos Exteriores de Belgrado había declarado oficialmente que aquel territorio no era de su competencia.

La "frontera" de la República Libre de Liberland con el municipio 
croata de Zmajevac, cuya iglesia aparece al fondo.

(Fuente: limescroatia.eu)
Los habitantes de las localidades croatas vecinas –Batina, Zmajevac y Kneževi Vinogradi– no saben a quién pertenece aquel pedazo de tierra, pero eso no parece preocuparles mucho: “Yo creo que ese lugar no es de nadie –afirma un poco sorprendido por la pregunta Kovač, un campesino de la zona–: mi casa está a orillas del Danubio, de manera que ahora tengo un vecino checo…”, prosigue encogiéndose de hombros y sonriendo. A pocos metros está Zoran sentado en su tractor, y se ríe divertido: “Ese tipo está chiflado –asegura, refiriéndose al presidente a Liberland–: Croacia y Serbia todavía no han resuelto el problema de pertenencia de ese territorio y él ha deducido que no es de nadie”.

El domingo 10 de mayo, el presidente de Liberland emitió un comunicado asegurando que “había percibido cierto apoyo por parte de la policía y el sistema judicial croatas”. Pero hasta ahora las autoridades de Croacia no han expresado de ninguna manera su voluntad de colaborar con su nuevo vecino.

© Giovanni Vale / Osservatorio Balcani e Caucaso.

(Este artículo se publicó originalmente en Osservatorio Balcani e Caucaso el 15 de mayo de 2015. Ha sido traducido del italiano por Albert Lázaro-Tinaut.)