La frontera entre Rumanía y Moldavia en Sculeni, localidad
dividida entre los dos países, a orillas del río Prut.
(Foto © Darren Alff / bicycletouring.pro, 2012)
(Foto © Darren Alff / bicycletouring.pro, 2012)
El día 27 de agosto
de 1991, tras la disolución de la URSS, el territorio de la República Socialista Soviética de Moldavia se independizó por segunda vez (ya había sido muy
brevemente un Estado independiente, proclamado por el Soviet moldavo, entre el
15 de diciembre de 1917 y el 9 de abril de 1918, cuando fue anexionado por
Rumanía). Renació así la República de Moldavia (Republica Moldova), formada por
la mayor parte de la Besarabia histórica y la franja oriental de
Transnistria (es decir, la integridad del territorio de la antigua república
soviética).
Transnistria, no obstante, se resistió a formar parte de la nueva república y, anticipándose a la de Moldavia, el 2 de septiembre de 1990 proclamó unilateralmente su independencia (que nunca ha sido reconocida por la comunidad internacional), lo cual dio lugar, en 1992, a un conflicto civil que duró cuatro meses y medio. La región mantiene su estatus con el nombre de República Moldava Pridnestroviana.
Moldavia, cuya
capital es Chișinău (Kishiniev [Кишинёв] en ruso), es un Estado multiétnico
formado por moldavos de lengua rumana (alrededor del 65 %), ucranianos (11 %),
rusos (poco más del 9 %), rumanos (2,2 %), gagaúzos (unas 250.000 personas, el 3,8 % de la
población) y minorías búlgaras, judías, gitanas, alemanas, serbias y turcas.
Rusos y ucranianos son mayoritarios, sin embargo, en Transnistria, donde
representan alrededor del 60 % de la población.
La población de Chișinău, capital de la República de Moldavia,
es de unos 675.000 habitantes.
Con una
superficie de 33.843 km2 y una población estimada de 4.450.000
habitantes (unos 520.000 de ellos en Transnistria), Moldavia es uno de los
países más pequeños de Europa y, a la vez, uno de los más pobres, con una renta
per cápita de 4200 euros (la de Transnistria apenas alcanza los 1850).*
Al igual que
otros países independizados de la Unión Soviética y de su órbita política (Rumanía, Bulgaria y
Ucrania, entre ellos), Moldavia es un país de emigrantes económicos, cifrados
en cerca de dos millones de personas y establecidos sobre todo en los países
más desarrollados de la Unión Europea.
“Eh, moldovenii când s-adună…” (‘Eh, los moldavos cuando se reúnen...’),
fiesta navideña organizada por la comunidad moldava de Burdeos (Francia).
(Fuente: Moldavie.fr)
(Fuente: Moldavie.fr)
Esta introducción intenta reflejar los aspectos principales que caracterizan a Moldavia, un país donde, contrariamente a lo que pudiera pensarse, el nivel educativo y
cultural es alto.
Trece años
después de su independencia, el investigador y politólogo francés Florent Parmentier
publicó un largo artículo del que hemos extraído unos fragmentos. Lo que dice
corresponde a la Moldavia de los años 2003 y 2004: hay que considerarlo, pues,
desde la perspectiva de la primera mitad de aquella década. Recientemente se
han producido cambios significativos para el país, como la firma, en junio de
2014, del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea.
Albert Lázaro-Tinaut
* Compárese,
por ejemplo, con la de otras repúblicas surgidas de la URSS, como Estonia
(18.800 euros), Lituania (15.4oo), Letonia (15.300), Rusia (14.500), Azerbaiyán
(8000) o Bielorrusia (7500).
Mapa de la actual República de Moldavia, con Transnistria
(en color anaranjado, al este) y Gagauzia (al sur, en color rojo).
La competición cultural de la transición
Por Florent Parmentier
Moldavia es un
Estado postsoviético débil cuya legitimidad ha sido puesta en entredicho tanto
dentro como fuera de sus fronteras. Pese a que los objetivos que suponen la
creación de un Estado de derecho y una economía de mercado están todavía muy
lejos de alcanzarse, los conflictos étnico-culturales parecen pronosticar un
futuro incierto para Moldavia, y su solución presenta incluso problemas a
escala regional. Mientras que la mayor parte de la población es rumanófona
(64,5 %), ésta está compuesta en una tercera parte por minorías: ucranianos,
rusos, gagaúzos y otros.
Estandarte del Principado de Moldavia
utilizado entre 1359 y 1848.
Este país surgió
a partir del principado de Moldavia, fundado en el siglo XIV e invadido en
el XVI por el Imperio otomano. Su parte oriental,
denominada Besarabia por el zar Alejandro I, pasó a formar parte de los
dominios del Imperio ruso en 1812, antes de reunificarse con Rumanía en 1918.
A consecuencia de las relaciones rumano-soviéticas en el período de
entreguerras, la URSS tomó posesión del territorio moldavo tras el pacto Ribbentrop-Molotov y después de un ultimátum dado a
Rumanía. La República de Moldavia fue sometida a un intercambio de territorios
con Ucrania, que la privaron de su acceso al mar Negro, por el sur, y de toda
su parte septentrional (la Bucovina); a cambio de todo ello, y como
compensación, se le incorporó la franja de Transnistria, de mayoría eslava. Las fronteras
del Estado actual son, pues, fruto de las vicisitudes de la historia regional y
también de decisiones estalinistas.
La
independencia, tras la descomposición del Imperio soviético y del sistema
comunista, puso sobre el tapete la cuestión de la recomposición de territorios
e identidades. El caso de Moldavia es ideal para el estudio del nacionalismo
como recurso político, y también para valorar la importancia del factor
lingüístico. En efecto, parecía probable la reunificación de Rumanía y
Moldavia, y muchos dudaron de que se consolidara la independencia de esta nueva entidad política; por el contrario, las transformaciones postcomunistas demostraron
la capacidad de ciertas élites políticas para movilizar las identidades como
parte de la “competición cultural” de la transición, y también para mantenerse
en el poder.
Entusiasmo popular en Chișinău tras la declaración de independencia
de Moldavia, el 27 de agosto de 1991. La transición democrática,
sin embargo, ha sido larga, compleja y muy laboriosa.
(Fuente: Moldova Photo Gallery)
(Fuente: Moldova Photo Gallery)
Las diferencias actuales se explican por la incapacidad de gestionar una política capaz de apaciguar la crisis identitaria y la falta de una “moldavidad” motivadora para transmitir un sentimiento de pertenencia a un Estado distinta del “moldavinismo”, doctrina cuya finalidad consistía en justificar la existencia de un pueblo moldavo distinto del rumano. Los problemas étnico-culturales, heredados del antiguo régimen, son fundamentales a la hora de definir el Estado, tanto si se trata del dilema rumanos/moldavos, de la competición cultural o de Transnistria, de la misma manera que influyen en la democratización del país.
La transición
democrática ha sido el escenario donde se han representado diferentes evoluciones
concurrentes y ha dado lugar a una “competición cultural” en el interior del
Estado. Por un lado está el redescubrimiento de una identidad rumana por parte
de distintas capas de la sociedad, y la reafirmación de ese grupo cultural
gracias a las leyes sobre la lengua. En este contexto, los rusófonos se
sintieron afectados por una crisis de identidad, ya que hasta entonces habían
sido el grupo cultural dominante. Además no podían optar a una auténtica
autonomía territorial, ya que los rusos se concentraban principalmente en los
núcleos urbanos y la población ucraniana era mixta, urbana y al mismo tiempo
integrada en las zonas rurales del país.
La persistencia del uso del alfabeto cirílico, característica
de los rusófonos contrarios a la rumanización de Moldavia.
(Fuente: chisinau2011.blogspot)
Hay que precisar
que la mayoría de los rusos de Moldavia viven en Besarabia, lo cual permite
suponer que sostienen al régimen moldavo. Por otro lado, la construcción de una
cultura cívica encaminada a formar una nueva comunidad política (la moldavidad)
pero compuesta por una diversidad de
grupos étnico-culturales es algo que han empezado a afrontar las políticas
públicas, pero que resulta difícil concretar.
No hay que
perder de vista, tampoco, la emancipación de algunos grupos que exigen una
entidad autónoma, como es el caso de los gagaúzos, pero también de los
búlgaros. La Unión Soviética promovió una identidad moldava artificial para que
aquella república no se sintiera tentada a reunificarse con Rumanía, como había
ocurrido en 1918. Por esta razón tuvieron buen cuidado de deportar a centenares
de miles de rumanófonos y de hacer que se establecieran en territorio moldavo
numerosos rusófonos, especialmente en las ciudades y en las regiones más
industrializadas. Esa política de desplazamiento de poblaciones contribuyó a
ensanchar el abismo entre las ciudades, mayoritariamente rusófonas, y las zonas
rurales.
“Besarabia tierra rumana”, pintada reivindicativa de los prorrumanos moldavos.
(Foto © C. Bayou / Regard sur l’Est, 2008)
(Foto © C. Bayou / Regard sur l’Est, 2008)
La
independencia, pues, ha hecho que surgiera una competición cultural más que
étnica: los rusófonos forman un grupo más amplio que los verdaderos rusos
“étnicos”, mientras que los rumanófonos están divididos entre prorrumanos y
promoldavos. El Estado-nación moldavo aparece, pues, como un compromiso entre
esas dos élites, lo cual ha dado lugar a la creación de numerosos grupos de
partidos políticos. Los partidos prorrumanos afirman que quienes se proclaman
“moldavos” son, de hecho, rumanos víctimas de la sovietización, y puesto que se
consideran mayoritarios reclaman que la cultura cívica del Estado sea la de
Rumanía.
“¡Soy mondavo! ¡Hablo en lengua moldava”,
pintada reivindicativa de los promoldavos.
(Fuente: Bună Ziua Iaşi, 2013)
(Fuente: Bună Ziua Iaşi, 2013)
Se trata de una categoría de ciudadanos mayormente urbana y con estudios, compuesta por intelectuales de tendencia proeuropea, pero van perdiendo fuerza electoralmente. Los partidos prorrusos, por su parte, piensan que Moldavia ya tiene una cultura cívica basada en el uso de la lengua rusa, que consideran “la lengua de comunicación interétnica”, y basan sus criterios en la rumanofobia heredada de la URSS: se trata de un hecho consumado que no vale la pena replantearse. A menudo tratan de coaligar minorías (su educación, en la escuela, fue sobre todo en ruso, pese a que el “moldavo” era la lengua cooficial), y a ellos se suman moldavos movidos por los viejos temores.
Los partidos
promoldavos están formados por antiguas élites administrativas autóctonas, que
dudan y se mueven entre los dos polos, al tiempo que consideran que su misión
consiste en consolidar el Estado moldavo. Reivindican un papel de mediadores
entre prorrumanos y prorrusos, toleran la existencia de ambas comunidades, pero
niegan la existencia de los “rumanos” y sus derechos culturales.
La erradicación de las viejas élites comunistas (camufladas
en formaciones políticas nuevas) nunca fue tarea fácil en Moldavia.
en formaciones políticas nuevas) nunca fue tarea fácil en Moldavia.
(Fuente: Radio Free Europe / Radio Liberty, 2015)
De hecho, el
“moldavinismo” se basa en una ideología unitaria: una lengua (el “moldavo”),
una nación (“moldava”) y una Iglesia (la Iglesia metropolitana de Moldavia,
ortodoxa). La competición cultural comporta distintas polémicas relacionadas
con la identidad. Los partidos prorrusos desean que el ruso se convierta en la
segunda lengua oficial del país y se introduzca una escuela “moldava”, es
decir, que obvie en lo posible cualquier referencia a Rumanía. Las leyes
audiovisuales (cuotas con predominio del rumano) y la aplicación del rumano en
las aministraciones también son objeto de sus denuncias.
Por el
contrario, los partidos prorrumanos abogan por el reconocimiento oficial de la
lengua rumana, y no de la “moldava”, como lengua oficial, así como por una
legislación que limite la utilización del ruso en los asuntos de Estado:
téngase en cuenta que las élites económicas son mayoritariamente rusófonas. Y
ya en el terreno religioso, los prorrumanos abogaron por el reconocimiento de
la Iglesia de Besarabia (dependiente de Rumanía) en oposición a la Iglesia de
Moldavia (dependiente de Rusia), lo cual abrió otro campo de batalla entre
élites hasta la oficialización de la primera, en julio de 2002, gracias a las
presiones del Consejo de Europa.
Las banderas de Moldavia y Gagauzia ondean juntas en el límite
de esta última región autónoma, de población turcófona.
(Foto © IPN / Газета "СП", 2014)
Fruto de la independencia
y de la moderación entre las diferentes comunidades, la autonomía territorial de
Gagauzia
fue celebrada como un precedente en la Europa postcomunista. Muy rusificados,
los gagaúzos se mostraron en un primer momento hostiles a la independencia,
temerosos de que el país se reunificara con Rumanía, pero finalmente se
reconciliaron con el Estado aceptando un compromiso promovido por Ankara [los
gagaúzos son turcófonos]. Este conflicto étnico-cultural debería servir de
ejemplo a las élites, que han visto cómo la autonomía se convertía en un
capital político y también en un instrumento útil en la competición cultural.
El monumento a Lenin, en el centro de Tiraspol (capital de Transnistria)
es un ejemplo de la pervivencia del sistema soviético en aquella
pseudorepública segregada de Moldavia.
(Foto © Andrea Anastasakis / Rear View Mirror, 2013)
(Foto © Andrea Anastasakis / Rear View Mirror, 2013)
Sin embargo, la perspectiva de una federación para resolver el contencioso de Transnistria ha vuelto a poner en guardia a los gagaúzos, sobre todo por lo que respecta a sus acuerdos fiscales: Transnistria continúa siendo el principal factor de desestabilización del Estado moldavo, mucho más importante que las reivindicaciones rumanas sobre las antiguas Besarabia y Bucovina, o las exigencias de Gagauzia.
(Este texto, traducido del francés por
Albert Lázaro-Tinaut, está formado por dos fragmentos del artículo de F.
Parmentier: “État, politique et cultures en Moldavie”, publicado originalmente
en la Revue internationale et stratégique
[Éditions Dalloz, París], núm. 54, 2004.)
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