En 1980, el eminente escritor italiano Italo
Calvino decía en un artículo: “Un país que destruye su escuela no lo hace
nunca por dinero, porque falten recursos o el coste sea excesivo. Un país que
echa por tierra la educación ya está gobernado por aquellos que tienen algo que
perder con la difusión de los conocimientos”. [1]
El debate (tal
vez convenga pluralizar: los debates) sobre la educación a principios del siglo
XXI suelen tratar de los cambios sociales que se han producido durante las
últimas décadas, el papel que deben desempeñar las nuevas tecnologías en la
escuela, la utilidad o el enfoque de ciertas materias de estudio para formar a
los ciudadanos que en el futuro tendrán voz y voto, la validez de las teorías
pedagógicas tradicionales, el sexismo, el “problema” de la enseñanza a hijos de
inmigrantes, etc. [2] Pero ese debate, tan acuciante y con frecuencia polémico
en los países del sur de Europa, difiere mucho del que se produce en los del
norte, donde se asumen con absoluta normalidad y sentido común los cambios y se
experimentan concienzudamente en las aulas para llegar a conclusiones sin duda
más acertadas, porque habrán sido fruto de la reflexión y el consenso.
Reunión del Claustro de profesorado en una escuela española.
(Fuente: DaTuOpinion.com)
Para educar e
integrar a los niños en el universo de la cultura (y entiéndase ésta en su
acepción más amplia) con el fin de formar ciudadanos conscientes y bien
preparados para su vida adulta, es evidente que no basta la escuela, sino que –como
se ha repetido muchas veces, y además es obvio– tienen que implicarse las familias, para
las que la educación de los hijos debe ser una prioridad y una responsabilidad
fundamental. La escuela no es el lugar donde se “aparca” a los pequeños y se
les recoge a unas horas determinadas: la escuela proporciona conocimientos,
habilidades, competencias, valores…, pero sin la contribución familiar no puede
educar.
De ahí el éxito,
que suele ponerse como modelo, de la educación en Finlandia (equivalente en Europa
al de Canadá o Corea del Sur, por citar dos buenos ejemplos), donde el enseñante
es alguien respetado tanto por los alumnos como por las familias y muy bien considerado socialmente. Allí, el director de una escuela suele ser el
primero en acudir cada día al trabajo para leer los correos electrónicos o los
sms que las familias han enviado preocupándose por tal o cual aspecto
educativo, contestarlos y, además, comunicarse con los padres o
tutores de los alumnos problemáticos y convocarlos, si es preciso, para debatir
conjuntamente la manera de resolver la cuestión. Dirigir una escuela, en países como Finlandia,
requiere un alto grado de preparación, mientras que en la escuela pública
española, al menos hasta hace poco tiempo, cualquier profesor podía optar al
cargo (lo del concurso de méritos a veces se limitaba a un puro trámite
administrativo)… o verse obligado a aceptarlo “porque le tocaba apechugar con
él” y con los problemas inherentes al cargo. La diferencia es abismal.
Aspecto de un aula en una escuela infantil en Espoo (Finlandia).
(Fuente: This is Finland, Life & society)
Los constantes
cambios curriculares en algunos países, y en España en particular, no hacen más
que empobrecer la educación y crear confusión. El desprecio que últimamente se
manifiesta en las leyes educativas españolas por asignaturas fundamentales para
formar la sensibilidad de los estudiantes (la aberrante supresión de la
educación musical y artística, por ejemplo) y para desarrollar su capacidad
analítica y su personalidad eliminando del currículo de la enseñanza media algo
tan básico como la filosofía (y ya no hablemos de las lenguas clásicas…), sólo
puede responder a la voluntad de ofrecer únicamente unos conocimientos
elementales, y ya sabemos lo que eso significa: (de)formar ciudadanos,
incapaces de pensar por sí mismos (es decir, obedientes al poder establecido,
sin argumentos para oponerse a él) y privarlos del goce que puedan producir las
manifestaciones artísticas, algo horripilante si se analiza en profundidad,
equivalente a una castración intelectual. Las palabras de Italo Calvino, que
hace treinta y cinco años ya detectó el problema en la escuela pública italiana,
son de una claridad meridiana, y aplicables sin ningún género de dudas a la
realidad actual.
El artículo que
presentamos a continuación sobre una experiencia escolar en Suecia pone de
manifiesto una vez más el lamentable abismo histórico que separa el Norte del Sur, con el
agravante de que se ensancha y se hace más y más profundo.
Albert Lázaro-Tinaut
¿Cómo aprenden a leer los niños en Suecia?
Por Clàudia Rius
Hoy es 16 de
febrero de 2015. Son las ocho de la mañana y los niños empiezan a llegar a la
escuela. Juegan a pelota, esperan en la puerta, se tiran bolas de nieve. Visten
ropa de esquí, porque en Suecia y en días fríos como este hay que ir bien
equipados.
Cuando entran en
el centro, los niños se quitan las botas, las chaquetas, los gorros, las
bufandas y mil capas de ropa, y lo dejan todo en el vestíbulo. La profesora
agita una campanilla que resuena en esta pequeña escuela de Kalmar, una
localidad del sureste de este país escandinavo. Es hora de dar comienzo a las
clases, en calcetines. Los alumnos, sin embargo, no se sientan directamente,
sino que esperan de pie, delante de la silla, a que la maestra les diga:
“Buenos días, podéis sentaros”. God
morgon, responden. Y empieza la clase.
En el aula hay
unos veinte alumnos, que suelen repartirse entre dos salas para acabar siendo
diez en cada una. Disponen de dos profesoras, claro. Durante toda la
mañana, los niños y las niñas combinan las clases con momentos de tiempo libre.
Tienen 8 años: la educación obligatoria comienza a los 7, y la mayoría
de ellos han asistido a la escuela desde los 6, edad en la que reciben un
curso que los introduce en el mundo del aprendizaje. Hoy darán cinco
asignaturas y tendrán cuatro tiempos libres de treinta minutos entre clase y
clase. A la hora de comer, las 10:45, disponen de más tiempo. La comida, lo
mismo que el material escolar y la propia escuela, es gratuita.
En clase, cada
alumno tiene un cajón donde guardar sus libros y el estuche. Encima del mueble
hay bolígrafos, rotuladores, reglas, gomas de borrar y lápices a su disposición. También
disponen de una gran cantidad de cuentos que pueden leer con el permiso de su
maestra.
En esta escuela,
el método para hacer las actividades escolares es el siguiente: los enseñantes
explican el tema tantas veces como haga falta, hasta que todos lo hayan
entendido; los ejercicios también se explican tantas veces como sea preciso,
hasta que todos los hayan entendido. Luego les dejan que resuelvan los
problemas mientras la maestra va de mesa en mesa para ayudar a quien lo
necesite. No hay prisa, la clase se adapta a las necesidades de los pequeños.
Si los alumnos no acaban de entender algo y la clase ha de limitarse a explicar la asignatura, no pasa nada. Tampoco hay que darse prisa
para ajustarse al ritmo de los libros de texto.
(Foto © REX / The Telegraph, 3.12.2013)
La idea básica
con respecto a los libros de texto es que sólo son un material auxiliar. No es obligatorio acabarlos, ni siquiera utilizarlos. Lo repito: ni siquiera
utilizarlos. Pienso en mis profesores de Cataluña, hechos un manojo de nervios porque no
acababan con el temario del libro y no podían aprovechar todas sus partes.
Recuerdo haber tenido que llevarme a casa muchas tareas porque no habíamos
tenido tiempo de hacerlas en clase.
En Suecia, el
ritmo de las asignaturas varía según convenga. El profesor no se siente
presionado: decide él. Planea las clases, pero no puede saltarse el plan de
estudios. Para nosotros los libros educativos tienen, sin duda, un papel más importante
porque los pagamos, y no son baratos. Tenemos que amortizarlos, y ellos, no.
Quién sabe si uno de los motivos por los que los estudiantes suecos aprenden en
un ambiente tan distendido se deba a eso.
(Foto © Lene Odgaard)
Una vez que la maestra ha ordenado hacer las tareas y los pequeños se concentran en ellas, toda la
clase se sumerge en un silencio absoluto. Cuando un alumno acaba, se lo dice a
la maestra, que revisa el trabajo. Si no está bien, se lo volverá a explicar.
Si está bien no le pondrá más tareas. Cada uno va a su ritmo, pero toda la
clase progresa a la vez. Nadie seguirá adelante con el temario hasta que todos
hayan terminado las tareas que se les haya mandado hacer. Aunque se dé el caso
de que el alumno más rápido se pase toda la clase sin seguir practicando la
asignatura. ¿Qué hacen estos niños y niñas mientras esperan a que acabe el
último? ¿Cómo se consigue que los alumnos se mantengan en silencio y quietos, que aprendan aunque no avancen en el temario? Sorpresa: leyendo.
Junto a cada
aula de esta pequeña escuela hay una sala con un sofá y mesas. Quienes ya han
terminado su tarea pueden ir allí y leer, o bien pueden hacerlo en el aula.
Cada uno escoge el cuento que más le atrae, o bien lee algún libro traído de
casa. Terminados los ejercicios que haya mandado la maestra, ni siquiera
preguntan qué han de hacer: se ponen a leer. No protestan, no piden que les
dejen ir a jugar: ya tendrán tiempo para hacerlo. Saben que pueden leer, y
leen. Y si al final todo el mundo acaba la tarea y aún no es la hora de salir
al patio, la profesora no intentará introducir más temario: dejará que los
alumnos continúen leyendo o bien les pedirá que se sienten y ella misma les contará un cuento.
(Fuente: Kristeligt Dagblad, 31.1.2012)
Del mismo modo
que la asignatura, el material, los libros de texto, la calma y la lectura
pasan a un segundo plano, se sale al patio a jugar; y si a algún niño no le
apetece salir a jugar con la nieve se quedará con la boca abierta mientras la
voz de la maestra le susurrará al oído que al cabo de cuatro páginas alguien ha
creado un mundo nuevo, que no estará obligado a entrar en él, pero ¡qué buen
rato pasará si lo hace!
© de este texto: Clàudia Rius, 2015.
[1] Italo Calvino: “L’apologo dell’onestità”, en La Repubblica, 15.3.1980.
[2] Para tener una idea más completa de esos debates propongo la lectura de algunos de los artículos que se encuentran a través de este enlace.
[2] Para tener una idea más completa de esos debates propongo la lectura de algunos de los artículos que se encuentran a través de este enlace.
(Este artículo fue publicado
originalmente en catalán con el título “Com
aprenen a llegir els nens a Suècia?” en Núvol,
digital de cultura, Barcelona. IMPEDIMENTA
agradece a su autora la autorización para traducirlo y publicarlo en
castellano. La traducción es de Albert Lázaro-Tinaut).
Siempre le he comentado a mis hijos que Latìn es una asignatura que debería ser estudiada por todos los alumnos y no dependiendo si eres de letras o ciencias a través de esta asignatura es donde podemos conocer la raiz de nuestra actual lenguaje. Pero en España la educación solo depende del color que tiene el partido que gobierna como muy bien explicas en el comienzo de tu artìculo cuando dices:
ResponderEliminar" Un país que echa por tierra la educación ya está gobernado por aquellos que tienen algo que perder con la difusión de los conocimientos”.
Como siempre levantas las conciencias y nos haces reflexionar.
un abrazo
Gracias fus, tus comentarios siempre son precisos e interesantes. Estoy muy de acuerdo contigo por lo que se refiere al latín: de hecho, sólo quienes han estudiado en escuelas religiosas (de pago) han adquirido buenos conocimientos de esa base de los conocimientos. Tuve la suerte de aprender muy bien el latín, incluso como lengua viva, no porque estudiara con los curas, sino porque fui a una escuela extranjera donde se daba mucha importancia a las Humanidades, y eso me ha ayudado siempre a escribir correctamente y a traducir literatura.
EliminarDe unos años a esta parte en España hemos ganado en cuanto a alfabetización, pero hemos perdido mucho en calidad de enseñanza, y eso nos hace ser débiles y poco competitivos ante otros países europeos (e incluso latinoamericanos). Me parece vergonzoso que el presidente del gobierno, con los años que ha estado en la oposición, no haya aprendido a hablar inglés, por ejemplo, cuando lo hablan todos los niños de Holanda, los países escandinavos y bálticos... e incluso de Serbia.
Creo que vale la pena poner las verdades sobre la mesa y que la gente se entere de que en otros lugares la educación es de mucha calidad y la cultura tiene un valor importantísimo.
Un abrazo también para ti.
Y además, el precio de los libros de texto.
ResponderEliminarSe habló de que los proporcionaría el gobierno..., pero han ido pasando los años, y los gobiernos, y de lo hablado nada de nada. Gracias por el comentario.
EliminarComo bien dices el objetivo es crear mentes incapaces de pensar por sí mismas. Y no digamos ya la colaboración que en ello tienen los medios informativos. Se podría hablar largamente del tema.
ResponderEliminarY lo de la música, por ejemplo, que a mi me afecta especialmente, aunque no trabajo en la escuela publica, sino en una academia privada y puede parecer que no tiene nada que ver... pero como que no se notan sus beneficios ni nada. Cuando tengo un alumno que empieza sus estudios Como bien dices el objetivo es crear mentes incapaces de pensar por sí mismas. Y no digamos ya la colaboración que en ello tienen los medios informativos. Se podría hablar largamente del tema.
Y lo de la música, por ejemplo, que a mi me afecta especialmente, aunque no trabajo en la escuela publica, sino en una academia privada y puede parecer que no tiene nada que ver... pero como que no se notan sus beneficios ni nada. Cuando tengo un alumno que empieza sus estudios musicales en poco tiempo sé si va a tener problemas con las matemáticas por ejemplo. Y lo que despierta la mente las actividades artísticas! Pero eso no conviene, claro.
Muy muy interesante tu entrada.
Saludos.
En mi opinión, la educación artística y musical es fundamental, y su supresión de los estudios primarios demuestra el grado de sensibilidad de quienes nos gobiernan (y no sólo del ministro Wert, de infausta memoria). Es evidente que la sensibilización de un niño o una niña desde su primera edad contribuye a la mejora de su rendimiento escolar: nadie como quien tiene experiencia en el tema (es tu caso) para darse cuenta de ello. Te agradezco el comentario.
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