Celebración de la Pascua por la comunidad de viejos creyentes
de Brăila (Rumanía), centro religioso de los lipovanos.
(Fuente: Old Believers, oldbelievers.wordpress.com, 2013)
Numerosos grupos
de viejos creyentes,
considerados herejes de la ortodoxia, durante todo el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX se asentaron
en la periferia del Imperio ruso huyendo de las persecuciones iniciadas en
1685, intensificadas más tarde por orden del zar Pedro I el Grande y continuadas
por sus sucesores. Decenas de miles de esos creyentes se establecieron en los Urales y Siberia, en
el Imperio austriaco y en el noreste de las actuales repúblicas bálticas. Algunas
comunidades emigraron incluso a América y Australia.
Aquellos
fugitivos también llegaron, en gran número, al delta del Danubio y los cursos
bajos de los ríos Prut y Dniéster, y ahora sus descendientes se
distribuyen entre el sudoeste de Ucrania, la Dobruja (al este de Rumanía) y una
parte de Besarabia, la actual República de Moldavia: son los llamados lipovanos
(lipoveni, en rumano, Липовани [‘lipovani’] en ucraniano y Липоване
[‘lipovane’] en ruso). [1]
Localización de las comunidades de viejos creyentes lipovanos.
(Fuente: Cartothèque Spiridon Manoliu)
Pese a formar
pequeños grupos dispersos, los lipovanos han conservado tanto sus estrictas
tradiciones religiosas como muchas de sus costumbres ancestrales, y aun habiéndose
integrado en parte a los países que los acogen, en sus comunidades continúan
hablando un ruso arcaico (en este sentido, y salvando la distancia temporal y religiosa,
podría equipararse al judeoespañol de los sefardíes, que hablan todavía un castellano
próximo al del siglo XV). Su centro religioso es la ciudad rumana de Brăila.
Presentamos a
continuación un texto referido a la pervivencia de las antiguas tradiciones de
los lipovanos de Moldavia.
Albert Lázaro-Tinaut
Miembros de una comunidad lipovana.
(Foto © Cultures of Europe)
(Foto © Cultures of Europe)
Los lipovanos de Moldavia y algunas
de sus tradiciones seculares
de sus tradiciones seculares
La pequeña
localidad de Pocrovica, al norte de la República de Moldavia y a tan solo tres
kilómetros del río Dniéster, que separa a aquel país de Ucrania, se diferencia
singularmente de las poblaciones vecinas: sus poco más de mil habitantes son
rusos lipovanos, que se caracterizan por su afán de mantener las calles siempre
limpias y perpetuar sus tradiciones, especialmente las religiosas, heredadas de sus
ancestros.
Una de esas
tradiciones consiste en que los hombres no se afeitan la barba desde que cumplen
sesenta años. Además, esos viejos creyentes conservarán siempre la propiedad de
sus viviendas y sus tierras, que jamás se atreverían a vender, lo cual hace que
el precio del metro cuadrado de suelo sea allí el más elevado de Moldavia, al
mismo nivel que el de la capital, Chișinău. Y, por si fuera poco, compran las
tierras que los moldavos, al emigrar, abandonan en las localidades próximas.
Viejo pintor de iconos lipovano.
(Foto © Cultures of Europe)
Cada uno de los
habitantes de Pocrovica conoce al dedillo la historia de las diecisiete
familias rusas que se establecieron allí en 1820, comprando tierras a los
nobles moldavos a precios abusivos. [2] La memoria y los sacrificios de
aquellos antepasados fundadores del pueblo, pues, permanecen vivos.
Ninguno de los
habitantes de Pocrovica ha abandonado jamás la localidad para trabajar en el
extranjero: los lipovanos afirman que pueden ganarse muy bien la vida
quedándose donde están. Su única riqueza es la tierra que cultivan. Poseen
vergeles con ciruelos y otros árboles frutales, pero obtienen sus mayores
beneficios con la venta de frambuesas. También cultivan patatas y melones:
“Cuando vendemos un kilo de melones podemos comprar dos kilos de trigo, es
matemático”, afirma Florii Vetrov, de 77 años, y añade: “Los moldavos nos
envidian porque somos muy trabajadores y siempre estamos unidos”.
Mujeres
lipovanas durante la celebración religiosa de la Navidad
ortodoxa (el 7 de
enero) en la localidad rumana de Carcaliu.
(Foto © Vadim Ghirda, 2011)
Todos los días,
a las dos de la tarde, las mujeres lipovanas se reúnen en el centro del pueblo
para tomar té negro, preparado en un samovar, y degustar las frambuesas
cultivadas en cada huerto: es una tradición que se perpetúa generación tras
generación.
Aunque los niños
aprenden rumano en la escuela, todos se expresan en ruso. La excepción es
Eudochia Zamfir, de origen moldavo, directora de la escuela comunal, que se
estableció en Pocrovica con su marido en 1975. Dice haberse integrado
perfectamente en la localidad, y que no se iría de allí por nada del mundo.
Recuerda el día de su llegada con su hijito de dos meses: necesitaba leche,
pero no se atrevía a pedirla. Envió entonces a su marido a la fuente para que
estableciera contacto con los autóctonos: a éste le costó abrir la boca…, pero
a la mañana siguiente, al despertar, encontraron pan y leche a la puerta de su
casa. “Los lipovanos nunca dejarán de ayudarte para lo que sea”, dice la mujer.
Niñas lipovanas.
(Fuente: Azules270 / forocoches.com)
Allí, los
problemas de unos se convierten en problemas de todos. Siempre hay alguien
dispuesto a ir de casa en casa y pedir ayuda económica para algún vecino
necesitado, y cada cual aporta lo que puede según sus posibilidades. A los
entierros acuden todos los vecinos, que se organizan para preparar el banquete
fúnebre sin reparar en gastos: nunca faltan carne, pepinillos ni, sobre todo,
400 litros de borsch, la sopa
preparada según una receta local, hecha a base de legumbres cortadas en
trocitos muy pequeños y remolacha marinada siguiendo una técnica muy peculiar.
Cerca de la
iglesia, considerada el centro de la vida del pueblo, los lugareños han
construido una sala de plegarias donde se recogen limosnas. Las ceremonias religiosas
se siguen con devoción, y sirven además para que los asistentes luzcan sus
mejores galas, como en cualquier acto social que se precie.
Uno de los miembros del consejo
de ancianos de Pocrovica.
(Fuente: Portail francophone de la Moldavie)
(Fuente: Portail francophone de la Moldavie)
La localidad
está regida por un consejo de sabios formado por los veinte ancianos más
instruidos del lugar. Los veredictos de estos son inapelables, sobre todo por lo que
respecta a los matrimonios, ya que el conservadurismo de la comunidad hace que
aumente el riesgo de incesto. Según la tradición, esos ancianos se reúnen y revisan meticulosamente los árboles geneálogicos de los futuros
cónyuges: si convienen que no existe ninguna relación de sangre entre ellos,
les autorizan a casarse…, pero los matrimonios han de celebrarse
obligatoriamente en domingo.
La familia de
una muchacha ha de empezar a constituirle una dote desde que es una niña. Las madres se enorgullecen cuando alguien quiere ver la dote que
preparan para sus hijas. Los padres de los muchachos, por su parte, cuando
estos cumplen siete u ocho años han de empezar a construirles una casa. No hay
ninguna ley escrita que obligue a ello, pero la tradición obliga.
[1] Se calcula que los lipovanos son actualmente unos 55.000 en Ucrania y cerca de 30.000 en Rumanía y Moldavia.
[2] Cuando aquellas familias de viejos creyentes rusos fundaron el pueblo de Pocrovica, Moldavia acababa de integrarse en el Imperio ruso (1812) como consecuencia de una de las guerras ruso-turcas. Se extinguió así el Principado de Moldavia, fundado en el siglo XIV por Luis I de Hungría para proteger su reino de los frecuentes ataques tártaros. Muchos nobles moldavos abandonaron entonces el país con sus bienes después de vender al mejor postor las tierras que poseían.
(Artículo
publicado en el periódico Evenimentul
Zilei, de Bucarest, el 12 de noviembre de 2007. Traducido y adaptado por
Albert Lázaro-Tinaut a partir
de la versión francesa de Mehdi Chebana que
aparece en “Petits peuples” et minorités
nationales des Balkans, libro publicado por Le Courrier des Balkans,
Arcueil, 2008.)
Clic sobre las imágenes para ampliarlas.
Me imagino que estos tipos de sociedades son patriarcales, dejando a las mujeres un papel secundario en toda su organización social, aunque me sorprende la tradiciòn de que todos los dias, las mujeres vayan a la plaza del pueblo a tomar te negro y frambuesas y allì hablaran de sus preocupaciones domésticas. Es una sociedad parecida a la gitana donde el consejo de ancianos emite veredictos y leyes que deben ser acatadas por el resto de la comunidad, aunque religiosamente este tipo de comunidad es mas anarca por la mezcla de religión, ocultismo y costumbres.
ResponderEliminarMuchas gracias por estas publicaciones que nos dan a conocer otras formas de sociedades comunitarias.
un abrazo
fus
Agradezco que hayas leído con tanta atención esta entrada y también tu interesante comentario.
EliminarEn general, todas las sociedades humanas son patriarcales, y más las que se basan en la religión (el Cristo cristiano era hombre, el dios cristiano es hombre...).
No creo que los viejos creyentes (he conocido a alguno) puedan equipararse a las comunidades gitanas, ni que las mujeres tengan un papel tan marcadamente secundario. Son comunidades muy tradicionales, muy unidas, nunca se producen conflictos en personas o familias porque tienden a dialogar (la iglesia les sirve también para eso). Considero que son comparables a los primeros cristianos, o a los cátaros, por su extrema sencillez: viven de lo que tienen, no son dependientes, pero tampoco acumulan riquezas porque sus campos no dan para enriquecerse, y porque no lo pretenden, eso va contra sus principios.
Tampoco me parece que sean comunidades oscurantistas más allá de la religión, como oscurantistas han sido todas las sociedades de este tipo, incluso la nuestra durante siglos. Las costumbres y tradiciones se conservan muy bien porque son grupos cerrados y muy conservadores, como se dice en el texto, de modo que practican unas rutinas que no les impiden ser muy sociables entre ellos.
En cuanto al consejo de ancianos, lo encontramos en muchas otras comunidades, y es de tradición muy antigua: el senado romano, por ejemplo, no era otra cosa que eso. El respeto por los ancianos es una de las grandes virtudes de estas comunidades y de muchas otras, todo lo contrario que en las nuestras, donde los viejos suelen ir a parar a asilos o residencias donde mueren en la más absoluta soledad y entre gente desconocida, lo cual me parece muy cruel.
Un abrazo también para ti.