Desfile inaugural de barcos que recorrió el canal de Suez
en noviembre de 1869, según un grabado de la época.
El escritor
portugués José María Eça de Queirós (Póvoa de Varzim, 1845 - París, 1900) viajó
a Egipto y Palestina entre finales de 1869 y comienzos de 1870, y estuvo
presente en los festejos que se celebraron en Port Said, Ismailía y Suez con
motivo de la inauguración del canal
de Suez el 17 de noviembre de 1869, presidida por la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III de Francia, e Ismail Pachá, virrey de Egipto. Sobre aquellos faustos, Eça de Queirós
escribió unas coloridas crónicas que aparecieron en el Diário de Notícias de Lisboa entre el 18 y el 21 de enero de 1870 y
se recogieron luego en su libro póstumo O
Egipto (1926). Egipto era entonces un virreinato autónomo sometido al Imperio
otomano.
José María Eça de Queirós.
Al igual que otros viajeros y escritores europeos de la época (coincidió con Théophile Gauthier en el hotel Shepheard de El Cairo, donde se alojó durante una semana), Eça de Queirós, pese a ser un escritor realista, quedó admirado por el “color local” –característico de la literatura romántica– de aquel mundo tan exótico, tan ajeno a la Europa de entonces y a la vez tan próximo, y por el cosmopolitismo de Alejandría y, sobre todo, de El Cairo, pero también describió las duras condiciones de vida de gran parte de la población. Dejó constancia de sus impresiones en algunos textos recopilados, también póstumamente, en el libro titulado Cartas de Inglaterra (1905).
Al igual que otros viajeros y escritores europeos de la época (coincidió con Théophile Gauthier en el hotel Shepheard de El Cairo, donde se alojó durante una semana), Eça de Queirós, pese a ser un escritor realista, quedó admirado por el “color local” –característico de la literatura romántica– de aquel mundo tan exótico, tan ajeno a la Europa de entonces y a la vez tan próximo, y por el cosmopolitismo de Alejandría y, sobre todo, de El Cairo, pero también describió las duras condiciones de vida de gran parte de la población. Dejó constancia de sus impresiones en algunos textos recopilados, también póstumamente, en el libro titulado Cartas de Inglaterra (1905).
El fragmento que se reproduce a continuación está extraído
del libro Estampas egipcias [1].
A. L.-T.
Fastos con motivo de la inauguración del canal de Suez
según un grabado publicado en The Illustated London News
el 11 de diciembre de 1869.
Entre el Mediterráneo y el mar Rojo
Los lagos
Amargos son lo que queda del antiguo golfo de Heliópolis, aguas del mar Rojo
que llagaban hasta aquí.
Fue en este
lugar por donde cruzaron los judíos, guiados por Moisés; fue aquí donde
quedaron sepultadas las legiones de los faraones, quince mil hombres y mil
doscientos carros. Del lado de Egipto la luna blanqueaba una vasta llanura: era
Gosén,
la tierra de los patriarcas. Los faraones habían dado aquel lugar a los judíos,
lugar entonces lleno de cultivos y campos, hoy cubierto de arenas. Fue de allí
de donde partieron a hacer sus peticiones a Canaán. Desde allí fueron hacia el
sur, a los desiertos de Arabia y el Sinaí, para evitar el encuentro con los
ejércitos egipcios.
Situación de Gosén, entre el delta del Nilo y el istmo de Suez,
y supuesta ruta del éxodo de los israelitas de Egipto hasta Canaán.
y supuesta ruta del éxodo de los israelitas de Egipto hasta Canaán.
(Fuente: Mapas de la Biblia online, www.encinardemamre.com)
Moisés conocía
bien estos lugares. Había pasado su juventud en el istmo. Además, aquel lugar
había sido paso tradicional de quienes venían de Siria por Caldea y por Isumeia
[2]. Abraham, José, Jacob habían pasado por allí en sus viajes por Egipto. Fue
por allí también, un poco más al norte, a poca distancia del lago Timsah, que
muchos siglos después el descendiente de tantos patriarcas y profetas, Jesús,
pasó en el regazo de su madre mientras huían al valle del Nilo. Los árabes
muestran aún hoy el lugar. Mientras mirábamos aquellos lugares bíblicos los
fuegos artificiales seguían estallando en el aire [3].
Al día siguiente
por la mañana nos íbamos acercando a Suez. Salimos despacio, pues la marea del
mar Rojo venía ya en nuestra contra. Este asunto de las mareas y de la
desigualdad de nivel entre el mar Rojo y el Mediterráneo fue el origen de una
de las grandes oposiciones a las que tuvo que hacer frente la construcción del
canal.
El delta del Nilo y el istmo de Suez en un mapa de 1798.
Se decía que,
según los primeros sondeos hechos bajo la dirección de Lepère en 1799 [4], el
mar Rojo era nueve metros más alto que el Mediterráneo; se decía también que la
obra era impracticable, por causa de las arenas movedizas y de los vientos del
desierto; se decía, en fin, que la navegación del mar Rojo no podía, por su
dificultad, por su peligrosidad, constituirse nunca en un verdadero camino
marítimo. Una comisión internacional fue al istmo a esclarecer estas dudas. Se
trataba de una legión de sabios, de arqueólogos, de ingenieros, de geólogos.
Said Pachá les dio la bienvenida con recepciones
reales. Atravesaron el istmo, para sus estudios, de Suez a Peluse. Sondearon todas las ensenadas, todos
los lagos, estudiaron todos los terrenos. Acamparon grandiosamente, y los
seguía una caravana de ciento setenta camellos. Los árabes llegaron de todos
los puntos para ver pasar aquel extraño cortejo. La comisión disipó todas las
objeciones.
Una caravana de camellos en el istmo de Suez
antes de la construcción del canal.
El nivel de los
dos mares fue declarado el mismo, por nuevos y más perfectos sondeos; se
reconoció que las arenas no eran un obstáculo; si las arenas traídas por el
viento iban a ser capaces de sepultar el futuro canal, ¿por qué no habían hecho
lo mismo con las antiguas ruinas o por qué no habían, al menos, borrado los
vestigios de las caravanas de la última peregrinación a La Meca? Por último, el
mar Rojo fue, contra los impugnadores del canal, declarado apto como vía
marítima. ¿Qué tiene de malo el mar Rojo? Algunas rocas. ¿No las tiene el
Adriático? ¿No las tiene el canal de La Mancha? ¿No las tiene el Archipiélago?
El mar Rojo tiene vientos regulares; crecidas conocidas; la admirable claridad
de sus noches. ¿Impide eso la navegación? Si el mar Rojo fue de fácil
navegación para las flotas de Salomón; si venecianos y portugueses consiguieron
en él derrotar a los turcos, ¿qué dificultad habría hoy, con los medios
científicos de navegación y con el vapor? Todas las objeciones cayeron por su
propio peso.
El canal de Suez y el monte Djebel Attaka (a la izquierda)
según un grabado de 1869.
En las orillas
del canal comenzamos a ver muchos campamentos de obreros: venían casi hasta el
agua a aplaudir a los navíos que pasaban, saludando con pañuelos y velos entre
grandes hurras. Desde los barcos les respondían. Había un sol fuerte: el
desierto lucía hasta el horizonte. Veíamos a nuestra izquierda el camino de las
caravanas que van a La Meca, a Medina, a Bagdad, y a Damasco, en la alta Siria.
Arabia y Asia quedaban al otro lado de aquel desierto. Del lado de Egipto, al
fondo del arenal cubierto de salinas, estaba la oscura y triste ciudad de Suez.
Más allá se alza el monte Djebel Attaka, llamado de la Liberación porque cuando
las caravanas que vienen del desierto lo avistan se sienten ya fuera de
peligro. Al fondo, atenuada por la pulverización de la luz en el horizonte, se
entrevé la cordillera del Sinaí. A mediodía entrábamos en Suez entre salvas.
Un aspecto de la ciudad de Suez tal como se muestra
en un grabado de mediados del siglo XIX.
Suez es una
ciudad oscura, miserable, decrépita; es el comienzo de nuevas regiones; ya casi
es Asia e India. Tiene un aspecto mortuorio; el cólera y la peste la visitan
con frecuencia, y no casualmente. En algunos barrios arruinados, casi
deshabitados, sus construcciones desmoronadas conservan sin embargo un notable
carácter de la vieja y pura arquitectura árabe. Por lo demás, la civilización
europea comienza a hacerse presente en Suez, por medio de cafés cantantes y
mujeres fáciles de Marsella.
El mercado del trigo de Suez
en 1862.
en 1862.
Suez tuvo, hasta
hace poco tiempo, una vida incompleta por falta de agua. En Suez el agua se
conservaba en cajas de hierro traídas de El Cairo. El agua de la fuente de
Moisés, que está a tres leguas, solo es potable para los camellos. En temporada
de lluvias había, además de la de El Cairo, algo de agua potable a seis leguas
de distancia. En tiempo de calma la sed era una enfermedad: había mercados de
agua en los que los precios eran increíbles, horribles. Los ricos bebían un
agua medio salubre. Los pobres bebían el agua de los camellos o morían de sed.
En Suez no había entonces (ni hay hoy en día) ni un árbol, ni una flor, ni una
hierba. Había gente que, habiendo vivido allí siempre, ni se imaginaba cómo era
la vegetación. Se contaba de árabes de Suez que, habiendo ido a El Cairo por
primera vez, huyeron de los árboles como de monstruos desconocidos.
Ferdinand de Lesseps (1805-1894),
el ingeniero francés artífice de
la construcción del canal de Suez.
Esto hace
la raza dura, áspera, hostil. El canal de agua dulce cambió este estado de
cosas. El agua es gratuita y abundante. El día en que el agua llegó a Suez fue
un vértigo. Los pobres árabes no se lo podían creer: se zambullían en ella,
bebían hasta encontrarse mal, tumbados a orillas del canal, gritaban como
locos. Algunos estaban aterrorizados y pasmados ante la pérdida de tanta
riqueza. La población gritaba llena de amor en torno a Lesseps, postrándose y
besándole las manos. Y desde entonces la ciudad intenta renacer y revivir.
Traducción del portugués de
Martín López-Vega
Sello postal emitido por la Compagnie universelle du canal
maritime de Suez en la segunda mitad del siglo XIX.
[1] José María Eça de Queirós: Estampas egipcias. Traducción del portugués y prólogo de Martín
López-Vega. Editorial Impedimenta, Madrid, 2012.
[2] Se refiere, muy probablemente, a Sumeria.
[3] Alude a las celebraciones con motivo de la apertura del canal de Suez, en
las que Eça de Queirós estuvo presente, que duraron varios días. De hecho, este
texto forma parte de su descripción del viaje inaugural, en el que un desfile
de barcos de vapor cruzó el canal de norte a sur: el lago Timsah y los lagos
Amargos, al sur de Ismailía, forman parte de esta vía marítima artificial.
[4] En efecto, cuando Napoleón invadió Egipto, Palestina y Siria (después de
tomar Malta) en 1798 y lo ocupó hasta finales del año 1800, encargó a un
ingeniero de su expedición, Jacques-Marie Le Père (o Lepère) que estudiara la
posibilidad de construir un canal a través del istmo de Suez que comunicara el
Mediterráneo con el mar Rojo.
És apasionant Albert, gràcies!!
ResponderEliminarGràcies a tu per haver-ho llegit, Cesc. De tant en tant les lectures et fan descobrir fets curiosos i anècdotes que "il·luminen" alguns aspectes de la història que ens sembla que sabem.
EliminarImpresionante saber la historia que rodeo este acontecimiento. Muchas gracias por tu labor
ResponderEliminarun saludo
fus
Gracias por tu comentario, fus: siempre prestas atención a lo que publico. La "historia pequeña" de los grandes acontecimientos ayuda a entenderlos.
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