El escritor ruso Serguéi Donátovich Dovlátov (Сергей Донатович Довлатов), hijo de un judío y una armenia que habían
abandonado Leningrado durante la Gran Guerra Patria (así se denominó
en la Unión Soviética la guerra contra la Alemania nazi, entre 1941 y 1945, en
lo que Occidente conoció como Frente Oriental), nació en Ufá, capital de la República
Autónoma Socialista Soviética de Bashkiria –actualmente, Bashkortostán–, al sur
de los Urales, el 3 de septiembre de 1941, y murió en Nueva York el 24 de
agosto de 1990.
Terminada la guerra, la familia regresó a
Leningrado –hoy, San Petersburgo–, en cuya Universidad Estatal Serguéi estudió
lengua finesa en la Facultad de Filología hasta que fue expulsado por sus
sospechosas afinidades ideológicas: se había hecho amigo de otro notable
disidente, el poeta Iósif (Joseph) Brodsky, y de algunos de sus colegas. El
castigo no fue un campo de trabajo, sino el confinamiento durante tres años en
la gélida República de Komi con el malicioso propósito de que cumpliese allí el servicio militar
obligatorio como guardián de una prisión militar. De su lenguaje irónico es buena muestra este párrafo de su novela La zona: “Las historias de amor a menudo terminan en
la cárcel. Sólo que yo me equivoqué de puerta y, en vez de terminar en los
barracones de los prisioneros, di con mis huesos en los del Ejército”.
Imagen actual de los restos del campo de prisioneros de Vorkutá,
en la República Soviética de Komi.
(Fuente: Taringa.net)
(Fuente: Taringa.net)
De hecho, fue en aquella época cuando empezó
a escribir, y a su regreso a Leningrado reemprendió sus estudios de filología,
hasta que en 1972 consiguió establecerse en Estonia, donde trabajó durante tres años como redactor
de un par de diarios en ruso y
corresponsal de otras publicaciones.
De vuelta una vez más a Leningrado, en 1975,
tropezó con la censura del régimen, que le impidió publicar sus obras (el KGB
destruyó la edición completa de su primer libro): la razón es fácil de
entender: Dovlátov se había convertido en una especie de Pepito Grillo [1] de
la conciencia colectiva soviética, y lo había hecho utilizando hábilmente el
sarcasmo, la ironía y el humor punzante, con algunos de los recursos literarios
del teatro del absurdo, aberrante para la censura soviética. Muchos de sus
relatos, sin embargo, se divulgaron en samizdat
(ediciones clandestinas, a veces mecanografiadas o ciclostiladas, que corrían
de mano en mano), a través de Radio Liberty y en ediciones publicadas en el
extranjero por revistas occidentales en ruso (por ejemplo, Континент (‘Continente’) y Время
и мы (‘El Tiempo y Nosotros’).
Dovlátov en la época de su exilio.
En 1978 el díscolo escritor fue expulsado
de la Unión de Periodistas Soviéticos y optó por emigrar, primero a Viena y
unos meses más tarde a los Estados Unidos, como muchos de sus colegas
reprimidos por la censura o perseguidos. En Nueva York, donde se estableció,
fue redactor del periódico en ruso Новый
американец (‘El Americano Nuevo’, publicado por emigrantes judíos) y
también publicó en una de las más importantes revistas de referencia
noteamericanas, The New Yorker.
Fue precisamente durante su exilio transatlántico
cuando se editó lo más notable de su obra, doce libros que alcanzaron
rápidamente un gran éxito de público; otras obras suyas se publicarían
póstumamente. Al mismo tiempo, sus novelas más exitosas eran traducidas a
multitud de lenguas, entre ellas el español [2]; entre ellas destacan sobre
todo Зона (‘La
zona’, 1982), de la que reproducimos a continuación una reseña crítica –en la
que se desvelan algunos rasgos de la personalidad literaria del autor–, y Чемодан (‘La maleta’, 1986), sobre la
que pueden leerse unos interesantes comentarios aquí
y aquí.
En su obra narrativa se descubren
influencias de la novela norteamericana contemporánea, pero en su estilo no
disimuló la admiración que profesaba a Chéjov. Brodsky, compañero en la
disidencia y amigo tanto en Rusia como en el exilio americano, dijo de él: “Dovlátov
fue, sobre todo, un maravilloso estilista. Sus cuentos se sustentan en el ritmo
de la frase, en la cadencia del lenguaje. Los escribió como si fueran poemas: en
ellos, el argumento tiene una importancia secundaria, es solamente un pretexto
para elaborar el lenguaje''; dijo también, refiriéndose a él: “Lo decisivo es el
tono que cada miembro de una sociedad democrática sea capaz de percibir: el del
individuo que no se deja encasillar en el papel de víctima, que no está
obsesionado por lo que lo hace diferente”.
Albert Lázaro-Tinaut
[1] Personaje (Grillo Parlante en italiano) creado
por Carlo Collodi en su famosa obra infantil Pinocchio (‘Pinocho’) y popularizado en las películas de Walt
Disney, que se ha asimilado a la voz de la conciencia que nos traiciona
fácilmente contando las verdades más íntimas, a veces en los momentos más
inoportunos (o con intención de provocar, como en el caso de Dovlátov).
[2] La extranjera (‘Иностранка’), en
traducción de Ricardo San Vicente; Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1996. Los nuestros (‘Наши’), traducida también
por Ricardo San Vicente; Ediciones Áltera, Barcelona, 1999. La maleta, en traducción de Juato E.
Vasco; Madrid, Metáfora Ediciones, 2002. El
compromiso (‘Компромисс’), en versión de Anna Alcorta; Vitoria, Ikusager
Ediciones, 2005. Y La zona, en
traducción de Anna Alcorta y Moisés Ramírez; Vitoria, Ikusager Ediciones,
2009).
Apuntes de la
casa muerta
Por Pau Dito Tubau
La precisión y la brevedad que Pushkin pedía a la prosa son algunos de
los elementos con los que Serguéi Dovlátov armó su estilo, pero lo que le ha
otorgado influencia en su país, desde las relecturas del pasado y la apertura
hacia afuera que se produjo a partir de mediados de la década de 1980, es el
tono sarcástico de confesión íntima y biográfica alrededor del predominio de
aquello que es superfluo y ordinario como argumento principal de la vida. En
una cultura letrada con tendencia a la solemnidad épica o trágica, a veces
incluso profética y apocalíptica, la negación humorística de la idea de
profundidad y de cualquier misión de la literatura, hecha a partir del ejemplo
de la experiencia, supone haber desbordado toda pretensión de grandeza y haber
invertido las funciones atribuidas a la intelligentsia
rusa.
Dovlátov (Ufá, 1941 – Nueva York, 1990) fue uno de los muchos
emigrantes del tercer deshielo de la Unión Soviética. De aquel exilio dejó
constancia, entre otras obras, La maleta,
el penúltimo capítulo de la saga familiar Los
nuestros (“extrañas palizas en el cuartel de la milicia”), en las últimas
páginas de la confrontación de Dovlátov-Salieri contra Mozart-Pushkin que es,
en parte, El parque de Pushkin
(acusaciones de “parasitismo, insubordinación a la autoridad…”) y, en particular,
La zona*, donde los escasos detalles
de inadaptación y nostalgia del escritor instalado en los Estados Unidos,
contados por carta al editor entre febrero y junio de 1962, apuntalan aún más
el absurdo de las peripecias narradas como vigilante de un campo de prisioneros
y el análisis del significado vital, histórico y moral en que se basan los
pequeños fragmentos del conjunto.
La presencia en las letras rusas de obras con una gran carga
ideológica como Archipiélago Gulag de
Solzhenitsyn y Relatos de Kolimá de Shalámov, de una
literatura “de prisiones” de larga tradición, parece impulsar a Dovlátov a un
escrutinio por contraste del sentido de su obra, y es quizá lo que le permite
ofrecer un retrato único, más allá de los papeles demasiado decadentes del
verdugo y la víctima, sobre el significado de los campos de reclusión como
escenarios donde se plasman distintas formas del absurdo de la vida cotidiana.
Sin embargo, la pretensión de haber asumido un punto de vista objetivo más allá
de su experiencia como vigilante es tan curiosa como la creencia en el carácter representativo de
la visión crítica del deportado Shalámov o en la mirada en principio imparcial
de Chéjov en la plasmación escrita del viaje a Sajalín, pero la defensa que
Dovlátov hace de ella es incisiva y convincente como experiencia personal en
una circunstancia concreta, y la mezcla de autobiografía y ensayo epistolar con
anécdotas y relatos de trasfondo real –“Todos los nombres, los acontecimientos
y las fechas son auténticos. Sólo he inventado los detalles que no son
relevantes”– resulta una fórmula feliz. La
zona es una de esas obras inclasificables que empieza y acaba en sí misma,
capaz de poner a prueba una tradición y desplazar de ella los caminos aún por
llegar.
* La zona: apunts d’un vigilant de camp.
Versión catalana de Miquel Cabal. LaBreu Edicions, Barcelona, 2009. 228 pp.
Este texto, traducido del catalán por
Albert Lázaro-Tinaut, se publicó originalmente en el suplemento ‘Quadern’, núm.
1306 (21 de mayo de 2009), del diario El
País.
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Como siempre vengo a visitarte y siempre me marcho cargado de nuevos libros y autores que no conocìa. Muchas gracias por compartir.
ResponderEliminarun abrazo
fus
Volveré con tiempo, quiero leerlo.
ResponderEliminarUn abrazo señor Albert!
Andri Alba