La nueva Europa surgida tras la caída del Muro de Berlín, en noviembre de 1989, la disolución de la Unión Soviética, entre 1990 y 1991, seguida por la violenta ruptura de Yugoslavia, supuso un repentino cambio de mentalidad en lo que se conocía geopolíticamente como Europa del Este (pese a que aquel ámbito incluía a algunos países centroeuropeos). Un cambio también desde el punto de vista social y, sobre todo, político, que muchos aprovecharon para recolocarse en los ámbitos de poder, ocultando vergonzosa e hipócritamente su pasado. Otros se dieron cuenta en seguida de los vacíos legales que habían producido aquellos cambios repentinos para dedicarse al contrabando y enriquecerse en pocos meses traficando con todo tipo de productos, entre los cuales estaban los automóviles de gama alta. Y nadie ignora la trágica realidad del tráfico de mujeres, menores y órganos humanos destinados a trasplantes que aún se practica hoy en día. Para muchos, aquel cambio supuso volver a empezar; para la mayoría, la necesidad de adaptarse a una nueva realidad; para algunos, ganar prestigio internacional… y muchísimo dinero.
El ex presidente checo Václav Havel, quien confiesa “sentirse en su país como en una pesadilla llena de embusteros y nuevos ricos”, lo expresa muy bien en una entrevista con la escritora Monika Zgustová, residente desde hace años en Cataluña, publicada en el diario El País en octubre de 2009: “Tras la caída del sistema totalitario, en los países del antiguo bloque soviético comenzó una etapa transitoria: el post-comunismo. Una fase de rápida y masiva privatización, no delimitada por ningún marco jurídico sólido, en la cual la antigua nomenclatura comunista controla tanto las informaciones como los contactos, lo que la convierte en el núcleo y la parte más influyente de la nueva clase empresarial”, y añade que los medios de comunicación, acostumbrados a ejercer el poder limitando el de los demás, “han establecido algo que suelo llamar capitalismo mafioso”. Según Havel, “el post-comunismo ha engendrado una desmoralización general que aflora trufada de agresividad”.
Václav Havel.
Esa revolución silenciosa que se producía dentro de una revolución de más calado, a la que no fueron ajenos los intereses de los “países ricos” occidentales, creó también cierto desconcierto entre los ciudadanos de aquellos Estados, que en los primeros años de su independencia se vieron asaltados por una profusión de propuestas políticas, mayoritariamente corruptas y siempre engañosas en su propaganda. No faltaron quienes regresaron del exilio (o que incluso habían nacido en los países donde se habían exiliado sus padres) para presentarse a las elecciones y plantear desde el poder proyectos difíciles de entender para sus propios electores, y con frecuencia abocados al fracaso.
Era cierto que habían cambiado muchísimas cosas, pero otras no tanto. Viajar a la Europa occidental ya era más o menos posible (no todos los países occidentales concedían visados), pero resultaba sumamente caro. Y, por otra parte, ese mundo feliz con el que soñaron durante años era esclavo de otra dictadura casi tan cruel como la que habían dejado atrás: la del dinero, que suponía la necesidad de luchar para obtener puestos de trabajo y poder acceder a las innumerables ofertas de la economía de mercado, y caer así en el engaño del consumismo.
Fueron muchos los escritores que reflejaron en aquellos años la gran decepción y las consecuencias del contagio de aquel “mal de Occidente” no percibido hasta entonces en sus propios países, donde los precios de lo más básico se multiplicaban sin cesar mientras que el poder adquisitivo de los ciudadanos era cada vez más limitado. Desde entonces, en muchos de aquellos países la evolución económica y social ha sido notable (aunque no siempre “limpia”), y algunos se han incorporado no sólo a la Unión Europea –a veces obedeciendo a intereses estratégicos occidentales–, sino incluso a la eurozona. En otros, sin embargo, la situación no ha mejorado, sino que incluso ha empeorado a causa, sobre todo, de ese mal que parece haberse hecho endémico: la corrupción.
El artículo que sigue se inscribe, precisamente, en el ambiente depresivo y pesimista de los primeros años del post-comunismo, en una Eslovaquia que se había desgajado pacíficamente de Checoslovaquia el 1 de enero de 1993 para formar su propio Estado, a la vez que lo hacía la República Checa. Ambos países pasaron, a partir de aquel momento, por etapas políticas y económicas tormentosas. El gobierno constituido en la República Eslovaca tras las elecciones parlamentarias del año 2002, presidido por Mikuláš Dzurinda, estaba compuesto por una coalición de cuatro partidos de derechas: Eslovaquia Democrática y Unión Cristiana (Slovenská Demokratická a Kresťanská Únia, SDKU), el Partido de la Coalición Húngara (Magyar Koalíció Pártja, MK / Strana maďarskej koalície, SMK, formación de la minoría húngara), el Movimiento Cristianodemócrata (Kresťanskodemokratické hnutie, KDH) y la Alianza del Nuevo Ciudadano (Aliancia nového občana, ANO). Es precisamente ese contexto político el trasfondo del texto de Michal Hvorecký.
El salvaje Este
Por Michal Hvorecký
Traducción de María Eugenia de la Torre
Podría contar historias fantásticas sobre mi país y sobre Europa central y afirmar que son pura verdad. Después seguiría viviendo en paz porque nunca nadie lo comprobaría. La gente de aquí cree que todo, absolutamente todo, es posible en esta parte del continente. Aquellos países tienen a menudo algo irreal como para que la gente los conciba sin más como Estados que realmente existen.
A Bratislava, la gran ciudad de la cual provengo, se le atribuye ser la ciudad más pequeña del mundo. En los días lluviosos de otoño llega a resultar antipática. Los períodos de frío, humedad y aguacero te deprimen inevitablemente. A veces no hace sol en todo el día. Por las calles flota una sucia esterilidad. En la fría y pegajosa niebla matinal, sólo el aliento propio, que propaga algo de calor animal, calienta al transeúnte. Los árboles se encogen y enrollan sus hojas. Las alcantarillas escupen agua sucia y turbia de sus entrañas en lugar de engullirla. Ni siquiera clarea al mediodía, todo permanece gris sin interrupción.
Se dice que lo mejor es que la fortaleza espiritual nos proteja del mal tiempo. Pero conservar la fuerza de voluntad este otoño se va a convertir en un mérito heroico. Y es que, en Eslovaquia, un partido llamado Alianza del Nuevo Ciudadano, cuyas siglas corresponden en eslovaco a la palabra sí*, está ejerciendo una influencia determinante. La mayoría de los integrantes de la dirección del partido fueron presentadores de televisión. Y su secretario general es el que fuera antaño presidente de la televisión eslovaca de la asociación socialista de jóvenes, que luchó con vehemencia por un cambio de poder. La gente, que abrazó hace un par de años el cambio de la situación política con optimismo, es pasto de su más profunda desesperación. Sumido en el desconsuelo, el pueblo no puede sino maldecir y proferir insultos.
Ubicuas contradicciones
Desde hace poco tiempo, el presidente del Partido de la Concordia es ministro de Economía, lo cual me parece más peligroso que cuando hace seis años, la dirección del partido abogaba por el pseudopatriotismo y por la fidelidad a la nación y al Estado. Los que fracasaron entonces, torpes y provincianos, no consiguieron igualar la destreza con la que un monstruo mediático se desenvuelve en todo tipo de estructuras del sistema y del poder.
Yo empiezo a acostumbrarme a las mentiras y a las ubicuas contradicciones. El secretario general del ANC no posee el canal de televisión con las cuotas de audiencia más altas, aunque sí que le pertenezcan en realidad. El primer ministro tiene en gran estima al que fuera su colega del Ministerio del Interior durante años, al que dirigió las pesquisas en un caso de corrupción. Aun así, le sustituyó del cargo de manera repentina. Y el que ha accedido en secreto a las peticiones de los adversarios políticos, finge no haberlo dicho. Es casi como en una comedia televisiva donde los actores simulan que están simulando realidades simuladas.
“No se puede definir con precisión las características nacionales pero si se hace, resultan ser banales o imposibles de relacionar las unas con las otras”, escribió George Orwell en 1941. Este pensamiento no alivia mi rabia otoñal, así que estoy estudiando el carácter de mis compatriotas, que muestran una indiferencia total ante los desagradables acontecimientos políticos de la actualidad.
Detalles insignificantes
Algunos hábitos del consumidor apuntan en que en los últimos años, las diferencias entre los ciudadanos de países diferentes disminuyen. Visto de una manera global, apenas nos distinguimos si no es por detalles insignificantes. Al parecer todos somos individuos idénticos. Lo que sí es cierto es que basta regresar en cualquier momento a Eslovaquia procedente del extranjero para darse cuenta enseguida de innumerables diferencias. He aquí algunas de mis valoraciones generales: el lenguaje es más vulgar, la moda más conservadora, los medios de comunicación más superficiales, tanto la insolencia de los taxistas como la amargura de los jubilados son mayores, los chistes son más obscenos, los policías más arrogantes, las iglesias más robustas y las películas más aburridas. La publicidad opera aún con métodos panfletarios. Por si fuera poco, el alcohol es de peor calidad.
Todo tiene su razón de ser y el hecho de que el bratislavino medio viva nueve años menos que el vienés, dice mucho sobre nuestras condiciones de vida. Especialmente significativo resulta que la única causa que nos une en masa es el campeonato de hockey sobre hielo. ¿O es éste quizá el “nuevo ciudadano” al que se dirige la extraña “alianza” desde las últimas elecciones? La gente de aquí no es mala, sólo es imposible de aleccionar. Hoy en día está, además, expuesta al engaño organizado por los medios de comunicación más importantes.
Tradicionalmente para nosotros, la propiedad y el poder se concentran en un grupo reducido de personas. Apenas en algún lugar del mundo hay tantas peñas, agrupaciones o incluso reuniones de clase en la escuela como aquí. En ningún otro lugar te enteras tan pronto ni con tal lujo de detalles de la última noche de borrachera de un directivo de empresa al que te acaban de presentar.
Un país extraño y salvaje
Una teoría científica afirma que dos personas cualquiera, una procedente de Sydney y otra que resida en Alaska, por ejemplo, se conocen de alguna forma por medio de otras seis personas. Quién sabe cómo se conocieron el primer ministro y su ministro de Economía, el que ha expandido la palabra sí. Es importante intentar comprender los motivos de sus actuaciones, ya que de otra forma no podemos predecir su comportamiento en el futuro.
El otoño ha puesto en evidencia que este Estado va cuesta abajo. Como escribió nuestro jefe del gobierno hace dos años en su libro de la campaña electoral: “Nuestro país necesita más moral: el respeto de pautas civilizadas de convivencia en la política y en la empresa, una conciencia sólida de sí mismo, pero también humildad y honradez en nuestra vida cotidiana”.
Lástima que actualmente no podamos exigir al primer ministro la práctica de estas palabras, llenas de patetismo pero bienvenidas. De hecho, tampoco son suyas. Las escribió para él su asistente, un asesor de relaciones públicas que, como se desveló con posterioridad, era el verdadero autor del libro. Afirmó además: “Eslovaquia fue siempre un país en cierto modo extraño o incluso salvaje. Lo primero que había que hacer tras cruzar la frontera, era explicar qué hay y qué ocurre en él”.
* En efecto, la sigla de la Aliancia nového občana (Alianza del Nuevo Ciudadano) coincide con la palabra ano, que tanto en eslovaco como en checo significa sí.
Michal Hvorecký en Afganistán.
(Foto © Katarína Probstová)
Michal Hvorecký nació en Bratislava, en 1976. Entre sus libros de relatos destacan Silný pocit čistoty (‘El fuerte sentimiento de pureza,' 1998), Lovci & zberači (‘Cazadores y coleccionistas’, 2001) y Pastiersky list (‘Carta pastoral’, 2008). Tras su primera novela, Posledný hit (‘El último golpe’, 2003) ha publicado hasta ahora tres más: Plyš (‘Felpa’, 2005), Eskorta (‘Escolta’, 2007) y Dunaj v Amerike (‘El Danubio en América’, 2010). Es uno de los impulsores del Proyecto Foro, fundado en Bratislava en 2006 para la promoción de la cultura y el debate.
Este artículo se publicó en el núm. 108 (diciembre de 2003) de la revista Lateral, Barcelona, p. 20.
Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.
El ex presidente checo Václav Havel, quien confiesa “sentirse en su país como en una pesadilla llena de embusteros y nuevos ricos”, lo expresa muy bien en una entrevista con la escritora Monika Zgustová, residente desde hace años en Cataluña, publicada en el diario El País en octubre de 2009: “Tras la caída del sistema totalitario, en los países del antiguo bloque soviético comenzó una etapa transitoria: el post-comunismo. Una fase de rápida y masiva privatización, no delimitada por ningún marco jurídico sólido, en la cual la antigua nomenclatura comunista controla tanto las informaciones como los contactos, lo que la convierte en el núcleo y la parte más influyente de la nueva clase empresarial”, y añade que los medios de comunicación, acostumbrados a ejercer el poder limitando el de los demás, “han establecido algo que suelo llamar capitalismo mafioso”. Según Havel, “el post-comunismo ha engendrado una desmoralización general que aflora trufada de agresividad”.
Václav Havel.
Esa revolución silenciosa que se producía dentro de una revolución de más calado, a la que no fueron ajenos los intereses de los “países ricos” occidentales, creó también cierto desconcierto entre los ciudadanos de aquellos Estados, que en los primeros años de su independencia se vieron asaltados por una profusión de propuestas políticas, mayoritariamente corruptas y siempre engañosas en su propaganda. No faltaron quienes regresaron del exilio (o que incluso habían nacido en los países donde se habían exiliado sus padres) para presentarse a las elecciones y plantear desde el poder proyectos difíciles de entender para sus propios electores, y con frecuencia abocados al fracaso.
Era cierto que habían cambiado muchísimas cosas, pero otras no tanto. Viajar a la Europa occidental ya era más o menos posible (no todos los países occidentales concedían visados), pero resultaba sumamente caro. Y, por otra parte, ese mundo feliz con el que soñaron durante años era esclavo de otra dictadura casi tan cruel como la que habían dejado atrás: la del dinero, que suponía la necesidad de luchar para obtener puestos de trabajo y poder acceder a las innumerables ofertas de la economía de mercado, y caer así en el engaño del consumismo.
(Foto: EFE / Mujer Hoy)
Fueron muchos los escritores que reflejaron en aquellos años la gran decepción y las consecuencias del contagio de aquel “mal de Occidente” no percibido hasta entonces en sus propios países, donde los precios de lo más básico se multiplicaban sin cesar mientras que el poder adquisitivo de los ciudadanos era cada vez más limitado. Desde entonces, en muchos de aquellos países la evolución económica y social ha sido notable (aunque no siempre “limpia”), y algunos se han incorporado no sólo a la Unión Europea –a veces obedeciendo a intereses estratégicos occidentales–, sino incluso a la eurozona. En otros, sin embargo, la situación no ha mejorado, sino que incluso ha empeorado a causa, sobre todo, de ese mal que parece haberse hecho endémico: la corrupción.
El artículo que sigue se inscribe, precisamente, en el ambiente depresivo y pesimista de los primeros años del post-comunismo, en una Eslovaquia que se había desgajado pacíficamente de Checoslovaquia el 1 de enero de 1993 para formar su propio Estado, a la vez que lo hacía la República Checa. Ambos países pasaron, a partir de aquel momento, por etapas políticas y económicas tormentosas. El gobierno constituido en la República Eslovaca tras las elecciones parlamentarias del año 2002, presidido por Mikuláš Dzurinda, estaba compuesto por una coalición de cuatro partidos de derechas: Eslovaquia Democrática y Unión Cristiana (Slovenská Demokratická a Kresťanská Únia, SDKU), el Partido de la Coalición Húngara (Magyar Koalíció Pártja, MK / Strana maďarskej koalície, SMK, formación de la minoría húngara), el Movimiento Cristianodemócrata (Kresťanskodemokratické hnutie, KDH) y la Alianza del Nuevo Ciudadano (Aliancia nového občana, ANO). Es precisamente ese contexto político el trasfondo del texto de Michal Hvorecký.
Albert Lázaro-Tinaut
El salvaje Este
Por Michal Hvorecký
Traducción de María Eugenia de la Torre
Podría contar historias fantásticas sobre mi país y sobre Europa central y afirmar que son pura verdad. Después seguiría viviendo en paz porque nunca nadie lo comprobaría. La gente de aquí cree que todo, absolutamente todo, es posible en esta parte del continente. Aquellos países tienen a menudo algo irreal como para que la gente los conciba sin más como Estados que realmente existen.
A Bratislava, la gran ciudad de la cual provengo, se le atribuye ser la ciudad más pequeña del mundo. En los días lluviosos de otoño llega a resultar antipática. Los períodos de frío, humedad y aguacero te deprimen inevitablemente. A veces no hace sol en todo el día. Por las calles flota una sucia esterilidad. En la fría y pegajosa niebla matinal, sólo el aliento propio, que propaga algo de calor animal, calienta al transeúnte. Los árboles se encogen y enrollan sus hojas. Las alcantarillas escupen agua sucia y turbia de sus entrañas en lugar de engullirla. Ni siquiera clarea al mediodía, todo permanece gris sin interrupción.
Bratislava sumida en las brumas otoñales, desde la cruz ortodoxa
erigida en memoria de los soldados rusos caídos durante
la "liberación" de Eslovaquia en la segunda guerra mundial.
(Foto © Monika P.)
erigida en memoria de los soldados rusos caídos durante
la "liberación" de Eslovaquia en la segunda guerra mundial.
(Foto © Monika P.)
Se dice que lo mejor es que la fortaleza espiritual nos proteja del mal tiempo. Pero conservar la fuerza de voluntad este otoño se va a convertir en un mérito heroico. Y es que, en Eslovaquia, un partido llamado Alianza del Nuevo Ciudadano, cuyas siglas corresponden en eslovaco a la palabra sí*, está ejerciendo una influencia determinante. La mayoría de los integrantes de la dirección del partido fueron presentadores de televisión. Y su secretario general es el que fuera antaño presidente de la televisión eslovaca de la asociación socialista de jóvenes, que luchó con vehemencia por un cambio de poder. La gente, que abrazó hace un par de años el cambio de la situación política con optimismo, es pasto de su más profunda desesperación. Sumido en el desconsuelo, el pueblo no puede sino maldecir y proferir insultos.
Ubicuas contradicciones
Desde hace poco tiempo, el presidente del Partido de la Concordia es ministro de Economía, lo cual me parece más peligroso que cuando hace seis años, la dirección del partido abogaba por el pseudopatriotismo y por la fidelidad a la nación y al Estado. Los que fracasaron entonces, torpes y provincianos, no consiguieron igualar la destreza con la que un monstruo mediático se desenvuelve en todo tipo de estructuras del sistema y del poder.
Yo empiezo a acostumbrarme a las mentiras y a las ubicuas contradicciones. El secretario general del ANC no posee el canal de televisión con las cuotas de audiencia más altas, aunque sí que le pertenezcan en realidad. El primer ministro tiene en gran estima al que fuera su colega del Ministerio del Interior durante años, al que dirigió las pesquisas en un caso de corrupción. Aun así, le sustituyó del cargo de manera repentina. Y el que ha accedido en secreto a las peticiones de los adversarios políticos, finge no haberlo dicho. Es casi como en una comedia televisiva donde los actores simulan que están simulando realidades simuladas.
“No se puede definir con precisión las características nacionales pero si se hace, resultan ser banales o imposibles de relacionar las unas con las otras”, escribió George Orwell en 1941. Este pensamiento no alivia mi rabia otoñal, así que estoy estudiando el carácter de mis compatriotas, que muestran una indiferencia total ante los desagradables acontecimientos políticos de la actualidad.
Detalles insignificantes
Algunos hábitos del consumidor apuntan en que en los últimos años, las diferencias entre los ciudadanos de países diferentes disminuyen. Visto de una manera global, apenas nos distinguimos si no es por detalles insignificantes. Al parecer todos somos individuos idénticos. Lo que sí es cierto es que basta regresar en cualquier momento a Eslovaquia procedente del extranjero para darse cuenta enseguida de innumerables diferencias. He aquí algunas de mis valoraciones generales: el lenguaje es más vulgar, la moda más conservadora, los medios de comunicación más superficiales, tanto la insolencia de los taxistas como la amargura de los jubilados son mayores, los chistes son más obscenos, los policías más arrogantes, las iglesias más robustas y las películas más aburridas. La publicidad opera aún con métodos panfletarios. Por si fuera poco, el alcohol es de peor calidad.
Čumil (‘El mirón’), obra del artista
local Viktor Hulík, la más célebre de
las varias esculturas de bronce que se
encuentran en el centro de Bratislava.
(Fuente: bill-manicities blogspot)
local Viktor Hulík, la más célebre de
las varias esculturas de bronce que se
encuentran en el centro de Bratislava.
(Fuente: bill-manicities blogspot)
Todo tiene su razón de ser y el hecho de que el bratislavino medio viva nueve años menos que el vienés, dice mucho sobre nuestras condiciones de vida. Especialmente significativo resulta que la única causa que nos une en masa es el campeonato de hockey sobre hielo. ¿O es éste quizá el “nuevo ciudadano” al que se dirige la extraña “alianza” desde las últimas elecciones? La gente de aquí no es mala, sólo es imposible de aleccionar. Hoy en día está, además, expuesta al engaño organizado por los medios de comunicación más importantes.
Tradicionalmente para nosotros, la propiedad y el poder se concentran en un grupo reducido de personas. Apenas en algún lugar del mundo hay tantas peñas, agrupaciones o incluso reuniones de clase en la escuela como aquí. En ningún otro lugar te enteras tan pronto ni con tal lujo de detalles de la última noche de borrachera de un directivo de empresa al que te acaban de presentar.
Un país extraño y salvaje
Una teoría científica afirma que dos personas cualquiera, una procedente de Sydney y otra que resida en Alaska, por ejemplo, se conocen de alguna forma por medio de otras seis personas. Quién sabe cómo se conocieron el primer ministro y su ministro de Economía, el que ha expandido la palabra sí. Es importante intentar comprender los motivos de sus actuaciones, ya que de otra forma no podemos predecir su comportamiento en el futuro.
El otoño ha puesto en evidencia que este Estado va cuesta abajo. Como escribió nuestro jefe del gobierno hace dos años en su libro de la campaña electoral: “Nuestro país necesita más moral: el respeto de pautas civilizadas de convivencia en la política y en la empresa, una conciencia sólida de sí mismo, pero también humildad y honradez en nuestra vida cotidiana”.
Lástima que actualmente no podamos exigir al primer ministro la práctica de estas palabras, llenas de patetismo pero bienvenidas. De hecho, tampoco son suyas. Las escribió para él su asistente, un asesor de relaciones públicas que, como se desveló con posterioridad, era el verdadero autor del libro. Afirmó además: “Eslovaquia fue siempre un país en cierto modo extraño o incluso salvaje. Lo primero que había que hacer tras cruzar la frontera, era explicar qué hay y qué ocurre en él”.
* En efecto, la sigla de la Aliancia nového občana (Alianza del Nuevo Ciudadano) coincide con la palabra ano, que tanto en eslovaco como en checo significa sí.
Michal Hvorecký en Afganistán.
(Foto © Katarína Probstová)
Michal Hvorecký nació en Bratislava, en 1976. Entre sus libros de relatos destacan Silný pocit čistoty (‘El fuerte sentimiento de pureza,' 1998), Lovci & zberači (‘Cazadores y coleccionistas’, 2001) y Pastiersky list (‘Carta pastoral’, 2008). Tras su primera novela, Posledný hit (‘El último golpe’, 2003) ha publicado hasta ahora tres más: Plyš (‘Felpa’, 2005), Eskorta (‘Escolta’, 2007) y Dunaj v Amerike (‘El Danubio en América’, 2010). Es uno de los impulsores del Proyecto Foro, fundado en Bratislava en 2006 para la promoción de la cultura y el debate.
Este artículo se publicó en el núm. 108 (diciembre de 2003) de la revista Lateral, Barcelona, p. 20.
Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.
Albert, tu análisis de la realidad sociopolítica de Europa del Este me parece lúcida. Genial el autor que me presentas, todo lo que cuenta tiene vida propia. Gracias, amigo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Antonio.
A veces se ha creído inocentemente que con derruir un muro todo se había solucionado, cuando eso sólo es un primer paso. Este artículo es muy, pero que muy esclarecedor.
ResponderEliminarGracias, Antonio. Hay realidades que no se ven aunque se visiten los lugares. Los turistas se quedan con una pátina muy fina de realidad, que es la belleza paisajística y monumental, extraordinaria sin duda, de todos esos países. Pero allí vive gente y en muchos casos está lejos de pasarlo bien, hasta el punto de que cada vez son más (sobre todo la gente de cierta edad) los que añoran los "tiempos soviéticos", cuando tenían resuelto lo esencial.
ResponderEliminarLo malo del asunto es que eso ya se acababa, empezaban tiempos difíciles también para la URSS, y Gorbachov se dio perfecta cuenta de ello, aunque no condujo el "final de régimen" tan bien como en este "Occidente" se suele creer.
Tienes toda la razón, Armando. El derribo del Muro de Berlín fue el comienzo de una etapa muy difícil para los que tanto se alegraron de recuperar la "libertad", sin caer en la cuenta de que eso es tan efímero como la felicidad.
ResponderEliminarSi hubiera que juzgar y condenar a todos los corruptos, mafiosos y demás maleantes que hacen su agosto a costa de sus conciudadanos, no habría prisiones suficientes en el mundo para encerrarlos. Y es que cuando la corrupción se convierte en la base de la pirámide social, hace falta muchísimo tiempo y nuevas voluntades para conseguir que esa pirámide se invierta.
No hay que olvidar, por otra parte, que los "países ricos de occidente" sacan buena tajada de la situación, que les es muy favorable mientras la población no emigre en masa. Y para eso ponen gendarmes que nos convierten a todos en sospechosos, cuando no en violentos xenófobos. El caso de Italia es paradigmático y Francia va por el mismo camino.
La caída del Muro fue, seguramente, el inicio de una nueva era histórica (la historiografía debería empezar a numerarlas, en vez de darles nombre) y, de hecho, el final del siglo XX, del mismo modo que la Revolución francesa fue el desencadenante de otras maneras de hacer y pensar.
Agradezco mucho tu comentario, muy útil para enriquecer el debate.
Leyendo todo esto me he acordado de la película alemana "Good Bye Lenin" de Wolfgang Becker.
ResponderEliminarEsa escultura de Viktor Hulik me ha encantado. Un saludo.
Per ringraziarti della visita...blog davvero interessante, importante, sarà un piacere per me leggere i tuoi scritti...nel mio blog, invece, racchiudo pensieri della mia vita quotidiana...
ResponderEliminarti auguro un bel fine settimana e tornerò presto a commentare i tuoi post...
un saluto...
Simonetta
Nury: sí, es cierto que esa película refleja en cierto modo esas realidades (distintas para cada país), y lo hace con bastante ironía. Yo he querido profundizar más en el tema, porque conozco bien aquella parte de Europa y me duele que sea víctima de las mafias y la corrupción, pero también de la economía salvaje.
ResponderEliminarEn el centro de la Ciudad Vieja de Bratislava hay varias esculturas curiosas, pero creo que ésta es la que llama más la atención.
Gracias por tu comentario y un saludo cordial también para ti.
Simonetta: ti ringrazio per la tua visita e le tue gentili parole; infatti, i nostri blog sono assai diversi, ma da ognuno può trarsi qualcosa d'interessante (anche i pensieri intimi e la vita quotidiana di una persona servono per imparare! Ciascuno ha le proprie esperienze).
ResponderEliminarSarai sempre benvenuta in questo spazio virtuale, che solo chiude la porta quando il signor Google crea dei "problemi tecnici" (e purtroppo li crea troppo spesso, secondo me). Spero quindi di trovare ogni tanto i tuoi commenti.
Ricambio cordialmente il tuo saluto.
[Comentario enviado por correo electrónico por Verònica Marsà, que no ha conseguido publicarlo]
ResponderEliminar¿Qué tal? Grata sorpresa tu visita y mi descubrimiento en tu blog, genial! Veo que ese muro de Berlín va a ser, como dices, algo tan efímero como la felicidad o la vuelta a esa despropocionada y falsa época de consumismo que hemos vivido porque nos han hecho creer. La destrucción de un muro, la entrada de la primavera, la pseudofelicidad que nos traerá ese nuevo orden mundial.... Cada uno lucha a su modo, en Grecia, donde he vivido casi tres años, pelean con los dientes y las garras en la calle, aquí se sientan en una plaza, ellos han conseguido muchos cambios de leyes, nosotros nunca hemos conseguido nada, y no defiendo la violencia, evidentemente.
Bueno, quienes pretendían hundir a Grecia ya lo han logrado; la información real española era y es peor que la de ellos, pero de momento, con informes falsos vamos tirando, veremos cuánto tardan en hundirnos también. Geriátrico de las glamurosas y ancianas grasas nordeuropeas...
Un abrazo, amigo nuevo, un placer.
La "mano negra" que maneja los hilos del poder en todo el mundo, la que un día decidió repartir tarjetas de crédito a diestro y siniestro para que el consumismo fuera a más y atrapara a los ingenuos ciudadanos, endeudándolos hasta extremos inverosímiles, ya han hecho su agosto y ahora se frotan las manos contemplando, con baboso placer, cómo se va hundiendo todo a su alrededor. La caída del comunismo en media Europa les puso la situación ideal en bandeja.
ResponderEliminarAhora, además de la precariedad en que queda mucha gente, van modelando lo que puede llegar a ser una dictadura universal (de hecho, ya lo es encubiertamente). Por eso hay que elogiar a quienes, como los griegos (como tú dices, Verònica, con conocimiento de causa), luchan a brazo partido por defender lo suyo, y a los que aquí intentan, pacíficamente (y, seguramente, utópicamente) cambiar el mundo.
Todas las revoluciones acaban fracasando, pero siempre queda algo. Una generación perdida está dejando constancia en las plazas de su indignación. Yo también soy enemigo de la violencia, pero, como un indignado más, deseo la peor suerte a quienes nos roban descaradamente y a los que hacen de la corrupción una bandera, que incluso les es útil electoralmente (es decir, para continuar con sus corruptelas y enriquecerse todavía más).
Sin embargo, releyendo la historia de la humanidad (aunque esté falseada), se ve claramente que durante siglos se han sucedido los altibajos de los ciclos históricos. Vivimos la fase de caída de un ciclo, lo cual significa que, aunque no lleguemos a verlo, ésta conducirá a otro más positivo. Ingenua esperanza, tal vez, pero ¿qué haríamos si no nos mantuviera en pie la esperanza?
Gracias por tu comentario y por tus gratas palabras, amiga Verònica.