lunes, 28 de enero de 2013

La provocadora narrativa de Serguéi Dovlátov



El escritor ruso Serguéi Donátovich Dovlátov (Сергей Донатович Довлатов), hijo de un judío y una armenia que habían abandonado Leningrado durante la Gran Guerra Patria (así se denominó en la Unión Soviética la guerra contra la Alemania nazi, entre 1941 y 1945, en lo que Occidente conoció como Frente Oriental), nació en Ufá, capital de la República Autónoma Socialista Soviética de Bashkiria –actualmente, Bashkortostán–, al sur de los Urales, el 3 de septiembre de 1941, y murió en Nueva York el 24 de agosto de 1990.

Terminada la guerra, la familia regresó a Leningrado –hoy, San Petersburgo–, en cuya Universidad Estatal Serguéi estudió lengua finesa en la Facultad de Filología hasta que fue expulsado por sus sospechosas afinidades ideológicas: se había hecho amigo de otro notable disidente, el poeta Iósif (Joseph) Brodsky, y de algunos de sus colegas. El castigo no fue un campo de trabajo, sino el confinamiento durante tres años en la gélida República de Komi con el malicioso propósito de que cumpliese allí el servicio militar obligatorio como guardián de una prisión militar. De su lenguaje irónico es buena muestra este párrafo de su novela La zona: “Las historias de amor a menudo terminan en la cárcel. Sólo que yo me equivoqué de puerta y, en vez de terminar en los barracones de los prisioneros, di con mis huesos en los del Ejército”.

Imagen actual de los restos del campo de prisioneros de Vorkutá, 

en la República Soviética de Komi.
(Fuente: Taringa.net)


De hecho, fue en aquella época cuando empezó a escribir, y a su regreso a Leningrado reemprendió sus estudios de filología, hasta que en 1972 consiguió establecerse en Estonia, donde trabajó durante tres años como redactor de un par de diarios en ruso y corresponsal de otras publicaciones.

De vuelta una vez más a Leningrado, en 1975, tropezó con la censura del régimen, que le impidió publicar sus obras (el KGB destruyó la edición completa de su primer libro): la razón es fácil de entender: Dovlátov se había convertido en una especie de Pepito Grillo [1] de la conciencia colectiva soviética, y lo había hecho utilizando hábilmente el sarcasmo, la ironía y el humor punzante, con algunos de los recursos literarios del teatro del absurdo, aberrante para la censura soviética. Muchos de sus relatos, sin embargo, se divulgaron en samizdat (ediciones clandestinas, a veces mecanografiadas o ciclostiladas, que corrían de mano en mano), a través de Radio Liberty y en ediciones publicadas en el extranjero por revistas occidentales en ruso (por ejemplo, Континент (‘Continente’) y Время и мы (‘El Tiempo y Nosotros’).

Dovlátov en la época de su exilio.

En 1978 el díscolo escritor fue expulsado de la Unión de Periodistas Soviéticos y optó por emigrar, primero a Viena y unos meses más tarde a los Estados Unidos, como muchos de sus colegas reprimidos por la censura o perseguidos. En Nueva York, donde se estableció, fue redactor del periódico en ruso Новый американец (‘El Americano Nuevo’, publicado por emigrantes judíos) y también publicó en una de las más importantes revistas de referencia noteamericanas, The New Yorker.

Fue precisamente durante su exilio transatlántico cuando se editó lo más notable de su obra, doce libros que alcanzaron rápidamente un gran éxito de público; otras obras suyas se publicarían póstumamente. Al mismo tiempo, sus novelas más exitosas eran traducidas a multitud de lenguas, entre ellas el español [2]; entre ellas destacan sobre todo Зона (‘La zona’, 1982), de la que reproducimos a continuación una reseña crítica –en la que se desvelan algunos rasgos de la personalidad literaria del autor–, y Чемодан (‘La maleta’, 1986), sobre la que pueden leerse unos interesantes comentarios aquí y aquí.

En su obra narrativa se descubren influencias de la novela norteamericana contemporánea, pero en su estilo no disimuló la admiración que profesaba a Chéjov. Brodsky, compañero en la disidencia y amigo tanto en Rusia como en el exilio americano, dijo de él: “Dovlátov fue, sobre todo, un maravilloso estilista. Sus cuentos se sustentan en el ritmo de la frase, en la cadencia del lenguaje. Los escribió como si fueran poemas: en ellos, el argumento tiene una importancia secundaria, es solamente un pretexto para elaborar el lenguaje''; dijo también, refiriéndose a él: “Lo decisivo es el tono que cada miembro de una sociedad democrática sea capaz de percibir: el del individuo que no se deja encasillar en el papel de víctima, que no está obsesionado por lo que lo hace diferente”.
Albert Lázaro-Tinaut


[1] Personaje (Grillo Parlante en italiano) creado por Carlo Collodi en su famosa obra infantil Pinocchio (‘Pinocho’) y popularizado en las películas de Walt Disney, que se ha asimilado a la voz de la conciencia que nos traiciona fácilmente contando las verdades más íntimas, a veces en los momentos más inoportunos (o con intención de provocar, como en el caso de Dovlátov).

[2] La extranjera (‘Иностранка’), en traducción de Ricardo San Vicente; Galaxia Gutenberg, Barcelona, 1996. Los nuestros (‘Наши’), traducida también por Ricardo San Vicente; Ediciones Áltera, Barcelona, 1999. La maleta, en traducción de Juato E. Vasco; Madrid, Metáfora Ediciones, 2002. El compromiso (‘Компромисс’), en versión de Anna Alcorta; Vitoria, Ikusager Ediciones, 2005. Y La zona, en traducción de Anna Alcorta y Moisés Ramírez; Vitoria, Ikusager Ediciones, 2009).



 Apuntes de la casa muerta

Por Pau Dito Tubau

La precisión y la brevedad que Pushkin pedía a la prosa son algunos de los elementos con los que Serguéi Dovlátov armó su estilo, pero lo que le ha otorgado influencia en su país, desde las relecturas del pasado y la apertura hacia afuera que se produjo a partir de mediados de la década de 1980, es el tono sarcástico de confesión íntima y biográfica alrededor del predominio de aquello que es superfluo y ordinario como argumento principal de la vida. En una cultura letrada con tendencia a la solemnidad épica o trágica, a veces incluso profética y apocalíptica, la negación humorística de la idea de profundidad y de cualquier misión de la literatura, hecha a partir del ejemplo de la experiencia, supone haber desbordado toda pretensión de grandeza y haber invertido las funciones atribuidas a la intelligentsia rusa.

Dovlátov (Ufá, 1941 – Nueva York, 1990) fue uno de los muchos emigrantes del tercer deshielo de la Unión Soviética. De aquel exilio dejó constancia, entre otras obras, La maleta, el penúltimo capítulo de la saga familiar Los nuestros (“extrañas palizas en el cuartel de la milicia”), en las últimas páginas de la confrontación de Dovlátov-Salieri contra Mozart-Pushkin que es, en parte, El parque de Pushkin (acusaciones de “parasitismo, insubordinación a la autoridad…”) y, en particular, La zona*, donde los escasos detalles de inadaptación y nostalgia del escritor instalado en los Estados Unidos, contados por carta al editor entre febrero y junio de 1962, apuntalan aún más el absurdo de las peripecias narradas como vigilante de un campo de prisioneros y el análisis del significado vital, histórico y moral en que se basan los pequeños fragmentos del conjunto.

La presencia en las letras rusas de obras con una gran carga ideológica como Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn y Relatos de Kolimá de Shalámov, de una literatura “de prisiones” de larga tradición, parece impulsar a Dovlátov a un escrutinio por contraste del sentido de su obra, y es quizá lo que le permite ofrecer un retrato único, más allá de los papeles demasiado decadentes del verdugo y la víctima, sobre el significado de los campos de reclusión como escenarios donde se plasman distintas formas del absurdo de la vida cotidiana. Sin embargo, la pretensión de haber asumido un punto de vista objetivo más allá de su experiencia como vigilante es tan curiosa como  la creencia en el carácter representativo de la visión crítica del deportado Shalámov o en la mirada en principio imparcial de Chéjov en la plasmación escrita del viaje a Sajalín, pero la defensa que Dovlátov hace de ella es incisiva y convincente como experiencia personal en una circunstancia concreta, y la mezcla de autobiografía y ensayo epistolar con anécdotas y relatos de trasfondo real –“Todos los nombres, los acontecimientos y las fechas son auténticos. Sólo he inventado los detalles que no son relevantes”– resulta una fórmula feliz. La zona es una de esas obras inclasificables que empieza y acaba en sí misma, capaz de poner a prueba una tradición y desplazar de ella los caminos aún por llegar.

* La zona: apunts d’un vigilant de camp. Versión catalana de Miquel Cabal. LaBreu Edicions, Barcelona, 2009. 228 pp.

Este texto, traducido del catalán por Albert Lázaro-Tinaut, se publicó originalmente en el suplemento ‘Quadern’, núm. 1306 (21 de mayo de 2009), del diario El País.

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2 comentarios:

  1. Como siempre vengo a visitarte y siempre me marcho cargado de nuevos libros y autores que no conocìa. Muchas gracias por compartir.

    un abrazo

    fus

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  2. Volveré con tiempo, quiero leerlo.

    Un abrazo señor Albert!

    Andri Alba

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