Sonata para dos y unicornio, pintura de la artista búlgara Albena Vatcheva.
Explica
Denitza Bogomilova Atanassova (1) en el prólogo a su traducción de los Cuentos
populares búlgaros (2), que “en los Balcanes
siempre ha existido una disposición de las masas a abandonar la oficial
cosmovisión cristiana, y por eso la huella que
los bogomilos (3) dejaron
en la memoria del pueblo fue tan profunda que, muchos siglos después de la extinción
de su ideología, seguían existiendo y gozando de amplia difusión varios cuentos
populares con elementos bogomilianos. […] En los conceptos de los bogomilos –combatir
la riqueza, declararse contra las guerras y predicar la paz y la justicia
social– se manifiestan elementos de racionalismo y de humanismo impropios de la
Edad Media. El bogomilismo se propagó no solo en Bulgaria sino que, desde el siglo
XI hasta el XIII, penetró también en otros países (Bizancio, Serbia, Bosnia) y
encontró terreno abonado en la Italia septentrional y la Francia meridional
donde influyó en los valdenses y los albigenses o
cátaros (4)".
Asimismo, la traductora hace esta interesante puntualización: “Un texto que
ha sido considerado ‘central’ en su propia cultura casi nunca puede llegar a ocupar
la misma posición en la cultura de llegada, entre otras razones porque las
expectativas genéricas no son las mismas en las distintas sociedades, con la
casi única salvedad de los cuentos populares que formaron su estructura básica
en unos tiempos tan remotos que las distinciones genéricas todavía estaban
flotando en el mar común de la expresión verbal. Su validez general funcionó
durante siglos hasta que las crecientes diferencias entre etnias y
naciones impusieron también al cuento ciertas marcas diferenciadoras no
pudiendo, a pesar de todo, hacer que la convergencia sucumba ante la
divergencia”.
El ámbito de la literatura popular, fundamentada en la tradición oral, ha
sido objeto de multitud de estudios que, en efecto, concluyen en cierta
universalidad de los orígenes, que para los europeos se sitúan en la mitología
india y del Próximo Oriente. Como señala acertadamente la citada autora,
“cuando los hermanos Grimm publicaron su primer volumen de cuentos populares
pertenecientes a la tradición oral alemana, los eruditos de Alemania creyeron
que esos cuentos se encontraban solo en la tradición oral de aquel país. Creían
que mayor parte de cuentos alemanes eran restos de la mitología indoeuropea. Unas teorías que fueron perdiendo valor cuando empezaron a publicarse colecciones de
cuentos populares de otros países y cuando se descubrió que la mayoría de los
cuentos de los hermanos Grimm se hallaba en versiones semejantes en otras
partes de Europa”.
Presentamos a continuación uno de los cuentos traducidos del búlgaro por la
Dra. Atanasova, en el que queda patente el espíritu
bogomiliano al que se refiere.
Albert Lázaro-Tinaut
Tres muchachas de perfil, del artista alemán Otto Mueller (1921).
Los hijos del voivoda
Estas eran tres hermanas cuyo padre tenía un molino de agua. Las dos
mayores eran guapitas, aunque no tanto, mientras que la menor brillaba por su
belleza como el lucero vespertino. Vivían las tres molineras en la casa
paterna, el tiempo pasaba e iba convirtiéndolas en mozas casaderas. Una noche
se sentaron con sus ruecas a la puerta del molino para hilar a la luz de la
luna, empezaron a hablar y, de palabra en palabra, la primera dijo:
–Si el hijo del voivoda gustase tomarme por
esposa, le hilaría una madeja de lana con la que le tejería tanto paño como
para vestir a toda su tropa.
Entonces dijo la segunda:
–Si gustase tomarme a mí, le amasaría una hogaza tan blanca como para dar
de comer a toda su tropa.
–Si gustase el hijo del voivoda casarse conmigo –dijo entonces la menor– le
daría dos hijos de cabellos de oro y dientes de plata.
Todas las noches el hijo del voivoda pasaba junto al molino, camino del
río, adonde iba a abrevar su caballo blanco. Justo cuando charlaban las tres
hilanderas, cruzó por ahí, paró su caballo y las escuchó. Luego, al volver,
entró en el molino a buscar al viejo molinero y le dijo:
–Abuelo, déjame tomar por esposa a una de tus tres hijas.
–¿A cuál quieres? –preguntó alegrado el molinero.
–A la menor.
–Es tuya, hijo, pero antes te preguntaré qué oficio tienes.
–Soy el hijo del voivoda, abuelo, mi padre ya es viejo y, cuando me case,
me hará comandante de toda la tropa. Seré voivoda.
–Ah, bueno, si es así, está bien –dijo el molinero.
Por fin te encontré, pintura de Albena Vatcheva.
Al día siguiente, que era viernes, el hijo del voivoda celebró la boda. Fue
a buscar a la hija menor, se la llevó al palacio de su padre en una carroza
dorada y empezaron a vivir felices. Al cabo de cierto tiempo, el viejo voivoda, que ya iba perdiendo fuerzas, cedió el puesto a su hijo, quien llegó a ser un
buen voivoda. Un día se presentaron en el palacio las dos hermanas mayores y
comenzaron a decir:
–Hermana voivodisa, recógenos en tu palacio para que nos demos un poco de
buena vida nosotras también. Estamos hasta la coronilla de ir todo el día
cubiertas de harina, ya nos hemos hartado del molino de papá. Es mucho mejor
vuestro palacio.
–Veníos, pues –les dijo la voivodisa invitándoles a su palacio.
La hermana mayor, que era muy envidiosa, no se podía estar tranquila ni de
día ni de noche, paseaba por el palacio tramando planes de cómo echar a su
hermana y casarse con el voivoda. Un día la voivodisa tuvo dos hijos, dos
niños maravillosos de cabellos de oro y dientes de plata. Miraba a sus
hijos con lágrimas de emoción en los ojos y no cabía en sí de gozo. El marido
había salido de caza e iba a volver tarde por la noche. La hermana mayor, la
envidiosa, permanecía cerca del lecho de la parturienta reventando de rabia y
de pronto dijo:
–Hermana voivodisa, mira lo cansada que estás, ¿por qué no te echas un
sueño?
–¿Y mis hijos? –preguntó la madre.
–Yo los acunaré y los meceré hasta que se duerman.
–¿Dónde están mis hijos? –gritó alegre el joven voivoda corriendo hacia la
cuna, pero al ver los dos perritos, palideció de ira y ordenó:
–¡Fuera de aquí! Echad a esos perros y expulsad del palacio a su madre,
hacedle una cabaña de paja por ahí, por el río, y que de ahora en adelante
cuide de mis patos.
–Y tú, ¿cómo te apañarás sin mujer? –preguntó la envidiosa.
–Eso es pan comido –dijo el voivoda enfadado–: me casaré contigo.
Sus órdenes fueron cumplidas aquella misma noche.
Al día siguiente el voivoda salió a dar un paseíto por el jardín y ¡vaya
sorpresa!: allí donde la envidiosa enterró a los dos niños habían crecido dos
maravillosos árboles de hojas de plata y flores de oro. El voivoda se quedó
asombrado y llamó a su nueva mujer:
–Ven a ver. ¡Ha obrado un milagro!
Primero pasó bajo de los árboles el voivoda y estos se inclinaron para
acariciarle la cabeza. Luego pasó la voivodisa y los árboles se doblaron
azotándole la cara.
–El voivoda llamó a unos carpinteros y les dijo:
–Colocad dos camas entre el ramaje de esos árboles que esta noche la
voivodisa y yo vamos a dormir ahí arriba, en medio de las flores de oro y las
hojas de plata.
Los carpinteros armaron las camas y a la noche el voivoda y su mujer se
acostaron a dormir bajo el runrún de las hojas de plata.
El voivoda se durmió enseguida porque las flores le acariciaban la cara
mientras que la voivodisa estaba en ascuas y no podía pegar ojo, pues las ramas
le hacían daño. Cerca de medianoche los dos árboles hablaron con voces humanas:
–Hermano –dijo uno–, ¿puedes con el voivoda?
–Sí, no me pesa –contestó el otro– porque es mi padre. Le encuentro más
liviano que una pluma. Y tú, ¿qué tal con la voivodisa?
–Me pasa más que una vaca en brazos y me hace crujir las ramas.
La voivodisa los oyó, se bajó del árbol y pasó la noche entera tiritando
tumbada en la hierba húmeda.
Al día siguiente, cuando el voivoda bajó y se fue otra vez a cazar, la
voivodesa agarró un hacha, cortó los árboles y los quemó hasta reducirlos a un
montoncito de ceniza.
Ovejas 3, pintura de Jesús Fernández Escobar.
La pastora de patos, que era la madre de los niños asesinados, cogió un
puñado de ceniza y lo esparció por los arriates, en los que aquella misma
noche brotaron tallitos de albahaca dorados y plateados. La envidiosa se dio
cuenta de que la albahaca había crecido de la ceniza de los árboles y dejó entrar
en el jardín a una oveja para que se comiera la albahaca. Durante la noche esta
oveja parió dos corderitos de lana de plata y cuernecillos de oro. Al verlos,
la envidiosa los metió deprisa en un canasto y, embreándolo, lo arrojó al río.
Los corderitos flotaron a la deriva pero, por suerte, el canasto encalló justo
en el salcedo que había delante de la cabaña de paja donde vivía la pastora de
patos. Hambrientos como estaban, se pusieron a dar balidos lastimeros, y la
mujer al oírlos se levantó y se acercó al salcedo con una vela encendida en la
mano. Halló el canasto embreado, lo abrió y ¡vaya sorpresa!: se encontró con
los dos corderitos de plata con cuernecillos de oro. Enseguida reconoció en
ellos a sus hijitos, se los llevó a la cabaña y les dio el pecho. Tan pronto
empezó a mamar el primer corderito, se convirtió en niño. Entonces la madre se
alegró, dio de mamar al segundo y este también se convirtió en niño.
Los dos chicos de cabellos de oro y dientes de plata se quedaron a vivir en
la cabaña de paja, fueron creciendo, dieron los primeros pasos, empezaron a
hablar. A menudo salían a jugar a la puerta de casa y todos quienes por ahí
pasaban se detenían maravillados a mirarlos. Una vez pasó la voivodisa y los
niños se pusieron a tirarle piedras. Pasó el voivoda y salieron corriendo a
barrer el sendero por el que iba a pasar su caballo.
El voivoda, al verlos, se quedó pasmado: ¿de dónde habrían salido esos dos
muchachos de dientes de plata y cabellos de oro? Precisamente así serían los
que prometió darle en su día la mujer que ahora cuidaba de sus patos. Tuvo una
corazonada y salió en su busca. Ella estaba junto al río, apoyada en un largo
cayado, cuidando de los patos.
–¿Cómo es que tienes a esos niños? –inquirió el voivoda.
–Me los trajo el río en un canasto embreado –contestó la mujer y se metió
en la cabaña.
El voivoda regresó al palacio y encontró a la voivodisa intentando atrapar
al gato y darle una paliza por haber pegado unas lengüetadas a la leche.
Gato, pintura de la artista estadounidense Debbie Crawford.
–No me pegues que le contaré al
voivoda cómo mataste a sus hijos y los cambiaste por unos perritos –maulló
el gato.
Al escuchar esto, el voivoda arrebató el palo a su mujer y lo tiró por la
ventana, luego se agachó. Cogió el gato en brazos y se puso a interrogarlo. El
gato, como no duerme de noche, conocía toda la historia y le contó al voivoda
de cabo a rabo qué fue lo que hizo la envidiosa con los niños, los árboles, la
albahaca y los corderitos.
–¿Y cómo fue que los corderitos se convirtieron en niños? –preguntó el
voivoda.
–Eso también lo vi –habló el gato–, me encontraba cazando ratones en
la cabaña de la pastora de patos cuando ella sacó los corderitos del canasto.
En cuanto les dio el pecho, enseguida se convirtieron en niños.
Entonces el voivoda se llevó consigo al palacio a su primera mujer y a los
niños de ambos, mientras que a la envidiosa bien que la arrojaron al mar.
Notas
1. Denitza Bogomilova
Atanassova (Sofía, 1969) es licenciada en Filología Hispánica y Filología
Eslava por la Universidad de su ciudad natal y doctora en Traducción e
Interpretación por la Universidad de Salamanca. Además de dedicarse a la
docencia y la interpretación, desde 1997 es traductora jurada para las lenguas
castellana y búlgara.
2. Cuentos populares búlgaros
contados en castellano. Traducción, introducción y notas de Denitza
Bogomilova Atassanova. Secretariado de Publicaciones e Intercambio Editorial,
Universidad de Valladolid, 2002. Colección “Disbabelia”, núm. 4.
3. Czesław Miłosz se
refiere así a los bogomilos: “Una secta maniquea de la Bulgaria de la Edad
Media, que surgió en estas tierras porque Bizancio, en cuyas provincias
orientales de Asia se propagaba la religión herética del profeta Mani, intentó
deshacerse de los maniqueos expulsándolos hacia el sur. Los bogomilos se
refugiaron en los monasterios. La tendencia de las sectas rusas a presentar el
mundo material como un dominio del diablo, cuando no directamente como una
creación suya, podría ser una herencia búlgara, tal y como lo es el dialecto
eslavo eclesiástico” (en Abecedario. Fondo de Cultura Económica,
México, 2003, pp. 67-68).
4. Sobre las
influencias de los bogomilos en los cátaros, véase https://www.loscataros.com/influencias-de-bogomilos-sobre-los-cataros/.