Detalle del monumento a Adam Mickiewicz, obra del escultor lituano
Gediminas Jokūbonis (1927-2006), erigido en Vilnius (Lituania) en 1984.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
Gediminas Jokūbonis (1927-2006), erigido en Vilnius (Lituania) en 1984.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)
El diario barcelonés La Vanguardia publicaba el 2 de mayo de 1929 un artículo de su crítico musical, Vicente (Vicenç) Maria de Gibert (Barcelona, 1879-1939), un músico catalán que había estudiado composición en Francia con Vincent d’Indy y Abel Ducaux, y que fue organista del Orfeó Català y miembro de la orquesta Pau Casals, además de cofundador de la Revista Musical Catalana (1904). También destacó como compositor de unos Cantos religiosos (1914, con textos del poeta Jacint Verdaguer), adaptó canciones populares y dejó publicado el estudio Chopin: sus obras (1913). Era, pues, un erudito con amplios conocimientos de la música europea.
Llama la atención, en el artículo que reproducimos, no sólo su conocimiento de la personalidad y la obra de Chopin, sino sobre todo de la de Adam Mickiewicz (Zaosie, cerca de Nowogródek [actualmente Navahrudak, en Bielorrusia], 24 de diciembre de 1798 - Constantinopla, 26 de noviembre de 1855), quien todavía sigue siendo un gran desconocido en el mundo de habla hispana. De ahí, quizá, el interés de este artículo, en el que el autor trata con conocimiento de causa a los dos grandes románticos polacos.
La obra más conocida del eterno exiliado, Adam Mickiewicz, el extenso poema Pan Tadeusz (‘Don Tadeo’), publicado en París en 1834 –y sobre el que Andrzej Wajda realizó un magnífico filme en 1999–, no parece haberse traducido aún al castellano; sí, en cambio, disponemos de versiones de sus Sonetos de Crimea (‘Sonety krymskie’, 1926), traducidos por Vicente Tortajada (1952-2003) y también por Antonio Benítez Burraco, quien les añadió el poema Farys (1828) [1]. Joaquín Poch, por su parte, publicó la traducción de El libro de la nación polaca y de los peregrinos polacos (‘Księgi narodu polskiego i pielgrzymstwa polskiego’, 1832) [2]. También es interesante, para conocer a Mickiewicz y el contexto cultural de su época en Polonia, la tesis doctoral de Ana León Manzanero: El drama romántico polaco [3].
Reivindicado por bielorrusos (por haber nacido en el actual territorio de la República de Bielorrusia) y lituanos –Naugardukas es el topónimo lituano su ciudad natal, que antes de formar parte del Imperio ruso (y de Bielorrusia, después de la segunda guerra mundial) perteneció a la Confederación Polaco-Lituana, y Adomas Mickevičius el nombre lituanizado del poeta–, Adam Mickiewicz, pese a pertenecer plenamente a la cultura polaca se sintió muy vinculado a su Lituania natal, y de ello dan fe los primeros versos de Pan Tadeusz:
Litwo! Ojczyzno moja! ty jesteś jak zdrowie;
Ile cię trzeba cenić, ten tylko się dowie, Kto cię stracił...
[¡Oh Lituania!, tierra mía, tú eres como la buena salud; / nunca supe valorarte hasta que te perdí...]
Obviamos aquí, por innecesarias, las referencias a Fryderyk (Frédéric) Chopin, el bicentenario de cuyo nacimiento en Żelazowa Wola, en 1810, se celebra este año. De su apego a la cultura de su país natal da fe también el artículo de Gibert, que contradice las opiniones de quienes lo consideran un compositor más francés que polaco: su música es el ejemplo más claro de su indiscutible polonidad.
[1] Adam Mickiewicz: Sonetos de Crimea. Traducción de Vicente Tortajada. El Mágico Íntimo editor, Sevilla, 1984 y Editorial Ronacimiento, Sevilla, 2000; Sonetos de Crimea y Farys. Edición y traducción de Antonio Benítez Burraco. Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 2007. Juan Rejano (1903-1976) también dejó unas versiones de los Sonetos de Crimea, recogidas en el volumen La mirada del hombre: nueva suma poética (1943-1976), publicado por Editorial Anthropos, Barcelona, en 1988.
[2] Adam Mickiewicz: El libro de la nación polaca y de los peregrinos polacos. Traducción de Joaquín Poch. Editorial Tecnos, Madrid, 1994.
[3]. Publicada por Mirabel Editorial, Vilagarcía de Arousa (Pontevedra), en 2006.
Los cantores de Polonia
Por Vicente M.ª de Gibert
En París se acaba de inaugurar un monumento a Adán Mickiewicz. el gran poeta nacional de Polonia. Desterrado de su patria, Mickiewicz residió en París, como Chopin y tantos otros patriotas polacos de todas las categorías sociales, y hoy la ciudad acogedora quiere perpetuar el recuerdo de su huésped ilustre. Este homenaje completa felizmente el que se ha tributado allí constantemente a Chopin. Esta conmemoración parisina me sugiere el tema de las relaciones que mediaron y de las afinidades que existieron entre los dos cantores de Polonia, entonces la desventurada, hoy la resurgente.
El monumento a Mickiewicz,
L'Épopée polonaise, de Antoine
Bourdelle (1861-1929), erigido
en la plaza de l'Alma de París
el 28 de abril de 1929.
Actualmente se conserva
en el Museo Bourdelle de París.
(Foto: Langladure / GNU
Free Documentation License)
Poeta y músico coincidieron espiritualmente en amar ardorosamente su patria en el tiempo de la persecución y desmembramiento; ambos cantaron sus pasadas grandezas, ambos, con fe inquebrantable en la vitalidad de la raza, presintieron una lejana redención.
En su época, el verbo arrebatado de Mickiewicz tuvo más poder que la musa romántica de Chopin para reanimar las abatidas esperanzas, para encender el celo y el entusiasmo. Mickiewicz imponíase como un vidente providencial. Chopin, endeble de cuerpo, incapaz para la acción, en el concepto general no pasaba de ser un artista de salón. El verdadero sentido de muchas de sus páginas escapó a la mayoría de sus contemporáneos; pero, ciertamente, el autor del Estudio en do menor y da la Fantasía en fa menor era tan inspirado y autorizado intérprete del alma polaca cual pudiera serlo el vate.
Liszt fue de los pocos que supieron comprender la magnitud del genio de Chopin, doliéndose de que no se le equiparase a Mickiewicz. En una reseña suya de un concierto dado por el pianista polaco, aparecida en la Gazette musicale, leemos este párrafo significativo: “Si es menor el éclat producido en torno a su nombre, si es menos brillante la aureola que circunda su frente, no es porque por ventura no posea la misma profundidad de sentimiento que el ilustre autor de Conrad Wallenrod y Los Peregrinos; pero sus medios de expresión son demasiado limitados, su instrumento sobrado imperfecto. Chopin no puede en modo alguno revelar toda su personalidad por medio de un piano. De ahí, si no andamos equivocados, un sordo y prolongado sufrimiento, cierta repugnancia en revelarse al mundo exterior; una tristeza que se oculta a las miradas tras una alegría aparente; en suma, una completa individualidad, en grado máximo digna de nota y revestida de atractivos”.
También Schumann, como es sabido, tuvo la intuición de la trascendencia de la música chopiniana. Creía ver en ella “cañones ocultos entre flores” y aun en las piezas al parecer de menor alcance descubría una virtualidad incontrastable. “Si el poderoso autócrata del norte –escribía– conocía el enemigo terrible que le amenaza con las obras de Chopin, con las ingenuas melodías de sus mazurcas, sin tardanza prohibiera su divulgación.” Chopin, por su parte, tenía la conciencia de su propio valer y de la misión patriótica que le incumbía, alejada, verdad es, de toda actividad inmediata y violenta, pero obrando eficazmente en el reino del espíritu. Recordemos, por no aducir otros testimonios, que él mismo declaraba en cierta ocasión a Fernando Hiller [1] que su aspiración suprema era llegar a ser para sus compatriotas lo que Uhland [2] para los alemanes.
Mickiewicz y Chopin hubieron de estar en relación constante en París; les vemos frecuentar los mismos círculos, pero no sabemos el grado de amistad que les uniera. De sus relaciones personales sólo conocemos una escena, por la cual colegimos que Mickiewicz comprendía el genio de Chopin, pero considerándolo como elemento en potencia, sin abarcar la trascendencia de la obra musical realizada. Refiérenos tal escena el pintor polaco Kwiatkowski [3], quien, yendo un día a casa de Chopin, le halló discutiendo acaloradamente con el poeta. Éste apretaba al músico para resolverle a componer una obra de vuelo, dejándose de una vez de malgastar sus facultades en naderías. Chopin declaraba con firmeza y reiteradamente que no poseía las cualidades requeridas para acometer la empresa que de él se pretendía.
Mickiewicz en París, según
un famoso retrato del pintor
polaco Walenty Wańkowicz
(1799-1842) que se conserva
en el Museo Nacional de Varsovia.
No hay que tomar la negativa de Chopin como falta de consideración a los ruegos del poeta, sino sencillamente como la expresión de un convencimiento arraigado. Ya sabemos que, con todo y haber tomado la propuesta en consideración, no había podido dar gusto a su maestro Elsner [4], quien desde Varsovia le escribía instándole para que compusiese una ópera sobre algún asunto histórico polaco. Y Mathias, discípulo de Chopin, pudo escuchar este breve diálogo entre el conde de Perthuis, edecán de Luis Felipe, y el compositor. “Chopin, ¿por qué con sus ideas admirables no escribe usted una ópera?” “Ah, señor conde, permítame que sólo haga música de piano; no soy bastante sabio para hacer óperas.”
Chopin sentía la mayor admiración por la obra poética de Mickiewicz. No era Chopin un gran lector; interesábanle, sí, la literatura y la poesía, pero gustábale estar al corriente del movimiento intelectual más por medio de la conversación en sociedad que por la lectura directa y asidua. ¡Charles Valentín Alkan [5] llegó a decir al biógrafo Mecks que el músico polaco no leía siquiera las obras de George Sand! Sin embargo, Chopin hacía excepción a favor de los libros escritos en su lengua natal o referentes a su patria, y en su mesa veíanse siempre las últimas publicaciones de esta índole. No hay que decir, pues, que las obras de Mickiewicz merecían su atención preferente; las tenía al alcance de la mano y sus últimas producciones iban a buscarle hasta su destierro de Mallorca.
La poesía de Mickiewicz daba pábulo a su fervor patriótico, así como a su inspiración musical. No hacemos esta afirmación por el hecho le haber compuesto Chopin alguno de sus lieder con letra de Mickiewicz, pues ya sabemos que esos cantos eran meros pasatiempos a los cuales no daba su autor importancia alguna. Pero, sabemos por confidencias del compositor a personas amigas, que ciertas obras pianísticas suyas fueron inspiradas directamente por los poemas de Mickiewicz; lo cual nos hace presumir que para la composición de otras obras hubo de recurrir a la misma fuente de inspiraron.
Mas, antes de particularizar a este respecto, plácenos aplicar en general a la labor creadora del compositor estas líneas del poeta polaco: “Cuando los hijos del mundo me creen sosegado, escondo a sus miradas un alma tumultuosa; el frío orgullo, como un velo de niebla, cubre con su sombra la hoguera interior. Tan sólo de noche vierto silenciosamente en tu seno, oh Señor, la tempestad de mi alma, que se resuelve en lágrimas”.
Artículo publicado en La Vanguardia, Barcelona, jueves 2 de mayo de 1929, pág. 5.
[1] Se refiere al compositor y pianista romántico alemán Ferdinand Hiller (1811-1885), quien residió en París entre 1829 y 1836.
[2] Alude al célebre poeta romántico alemán Ludwig Uhland (1787-1862), autor del poema “Ich hatt' einen Kameraden” (‘Yo tenía un camarada’, 1809, conocido también como “El buen camarada”) que, adaptado para la música por Friedrich Silcher (1825), se convirtió en el himno fúnebre de las fuerzas armadas alemanas y austriacas, de los bomberos austriacos e incluso de la Legión Extranjera francesa y del ejército chileno.
[3] Se trata del pintor polaco Teofil Kwiatkowski (1809-1891), que se exilió a Francia tras el fracaso de la insurrección contra los rusos de 1831, en la que había participado y, establecido en París, mantuvo una estrecha relación con Chopin y Mickiewicz.
[4] Chopin fue alumno del compositor y pedagogo musical Józef Elsner (1769-1854), fundador y director del conservatorio de Varsovia. Éste descubrió el genio musical del joven pianista y siguió con mucho interés su carrera.
[5] Virtuoso del piano, el francés Charles Valentín Alkan (1813-1888) fue alumno de Paganini, Chopin, Liszt y Pierre Zimmerman. Compuso numerosas obras para piano, entre las que destacan sus Estudios.
Las imágenes se pueden ampliar haciendo clic sobre ellas.
Llama la atención, en el artículo que reproducimos, no sólo su conocimiento de la personalidad y la obra de Chopin, sino sobre todo de la de Adam Mickiewicz (Zaosie, cerca de Nowogródek [actualmente Navahrudak, en Bielorrusia], 24 de diciembre de 1798 - Constantinopla, 26 de noviembre de 1855), quien todavía sigue siendo un gran desconocido en el mundo de habla hispana. De ahí, quizá, el interés de este artículo, en el que el autor trata con conocimiento de causa a los dos grandes románticos polacos.
La obra más conocida del eterno exiliado, Adam Mickiewicz, el extenso poema Pan Tadeusz (‘Don Tadeo’), publicado en París en 1834 –y sobre el que Andrzej Wajda realizó un magnífico filme en 1999–, no parece haberse traducido aún al castellano; sí, en cambio, disponemos de versiones de sus Sonetos de Crimea (‘Sonety krymskie’, 1926), traducidos por Vicente Tortajada (1952-2003) y también por Antonio Benítez Burraco, quien les añadió el poema Farys (1828) [1]. Joaquín Poch, por su parte, publicó la traducción de El libro de la nación polaca y de los peregrinos polacos (‘Księgi narodu polskiego i pielgrzymstwa polskiego’, 1832) [2]. También es interesante, para conocer a Mickiewicz y el contexto cultural de su época en Polonia, la tesis doctoral de Ana León Manzanero: El drama romántico polaco [3].
Reivindicado por bielorrusos (por haber nacido en el actual territorio de la República de Bielorrusia) y lituanos –Naugardukas es el topónimo lituano su ciudad natal, que antes de formar parte del Imperio ruso (y de Bielorrusia, después de la segunda guerra mundial) perteneció a la Confederación Polaco-Lituana, y Adomas Mickevičius el nombre lituanizado del poeta–, Adam Mickiewicz, pese a pertenecer plenamente a la cultura polaca se sintió muy vinculado a su Lituania natal, y de ello dan fe los primeros versos de Pan Tadeusz:
Litwo! Ojczyzno moja! ty jesteś jak zdrowie;
Ile cię trzeba cenić, ten tylko się dowie, Kto cię stracił...
[¡Oh Lituania!, tierra mía, tú eres como la buena salud; / nunca supe valorarte hasta que te perdí...]
Obviamos aquí, por innecesarias, las referencias a Fryderyk (Frédéric) Chopin, el bicentenario de cuyo nacimiento en Żelazowa Wola, en 1810, se celebra este año. De su apego a la cultura de su país natal da fe también el artículo de Gibert, que contradice las opiniones de quienes lo consideran un compositor más francés que polaco: su música es el ejemplo más claro de su indiscutible polonidad.
Albert Lázaro-Tinaut
[1] Adam Mickiewicz: Sonetos de Crimea. Traducción de Vicente Tortajada. El Mágico Íntimo editor, Sevilla, 1984 y Editorial Ronacimiento, Sevilla, 2000; Sonetos de Crimea y Farys. Edición y traducción de Antonio Benítez Burraco. Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 2007. Juan Rejano (1903-1976) también dejó unas versiones de los Sonetos de Crimea, recogidas en el volumen La mirada del hombre: nueva suma poética (1943-1976), publicado por Editorial Anthropos, Barcelona, en 1988.
[2] Adam Mickiewicz: El libro de la nación polaca y de los peregrinos polacos. Traducción de Joaquín Poch. Editorial Tecnos, Madrid, 1994.
[3]. Publicada por Mirabel Editorial, Vilagarcía de Arousa (Pontevedra), en 2006.
Detalle del monumento a Chopin, obra del artista polaco
Wacław Szymanowski (1859-1930), erigido en
el parque Łazienki de Varsovia en 1910.
(Foto: Patrick F / Flick - Creative Commons licence)
Wacław Szymanowski (1859-1930), erigido en
el parque Łazienki de Varsovia en 1910.
(Foto: Patrick F / Flick - Creative Commons licence)
Los cantores de Polonia
Por Vicente M.ª de Gibert
En París se acaba de inaugurar un monumento a Adán Mickiewicz. el gran poeta nacional de Polonia. Desterrado de su patria, Mickiewicz residió en París, como Chopin y tantos otros patriotas polacos de todas las categorías sociales, y hoy la ciudad acogedora quiere perpetuar el recuerdo de su huésped ilustre. Este homenaje completa felizmente el que se ha tributado allí constantemente a Chopin. Esta conmemoración parisina me sugiere el tema de las relaciones que mediaron y de las afinidades que existieron entre los dos cantores de Polonia, entonces la desventurada, hoy la resurgente.
El monumento a Mickiewicz,
L'Épopée polonaise, de Antoine
Bourdelle (1861-1929), erigido
en la plaza de l'Alma de París
el 28 de abril de 1929.
Actualmente se conserva
en el Museo Bourdelle de París.
(Foto: Langladure / GNU
Free Documentation License)
Poeta y músico coincidieron espiritualmente en amar ardorosamente su patria en el tiempo de la persecución y desmembramiento; ambos cantaron sus pasadas grandezas, ambos, con fe inquebrantable en la vitalidad de la raza, presintieron una lejana redención.
En su época, el verbo arrebatado de Mickiewicz tuvo más poder que la musa romántica de Chopin para reanimar las abatidas esperanzas, para encender el celo y el entusiasmo. Mickiewicz imponíase como un vidente providencial. Chopin, endeble de cuerpo, incapaz para la acción, en el concepto general no pasaba de ser un artista de salón. El verdadero sentido de muchas de sus páginas escapó a la mayoría de sus contemporáneos; pero, ciertamente, el autor del Estudio en do menor y da la Fantasía en fa menor era tan inspirado y autorizado intérprete del alma polaca cual pudiera serlo el vate.
Liszt fue de los pocos que supieron comprender la magnitud del genio de Chopin, doliéndose de que no se le equiparase a Mickiewicz. En una reseña suya de un concierto dado por el pianista polaco, aparecida en la Gazette musicale, leemos este párrafo significativo: “Si es menor el éclat producido en torno a su nombre, si es menos brillante la aureola que circunda su frente, no es porque por ventura no posea la misma profundidad de sentimiento que el ilustre autor de Conrad Wallenrod y Los Peregrinos; pero sus medios de expresión son demasiado limitados, su instrumento sobrado imperfecto. Chopin no puede en modo alguno revelar toda su personalidad por medio de un piano. De ahí, si no andamos equivocados, un sordo y prolongado sufrimiento, cierta repugnancia en revelarse al mundo exterior; una tristeza que se oculta a las miradas tras una alegría aparente; en suma, una completa individualidad, en grado máximo digna de nota y revestida de atractivos”.
Daguerrotipo de Chopin, realizado
en París en 1849 por el fotógrafo francés
Louis Auguste Bisson (1814-1876).
Es una de las pocas imágenes auténticas
del compositor polaco que se conservan.
(Imagen reproducida bajo las condiciones de
GNU / FDL Free Documentation License)
en París en 1849 por el fotógrafo francés
Louis Auguste Bisson (1814-1876).
Es una de las pocas imágenes auténticas
del compositor polaco que se conservan.
(Imagen reproducida bajo las condiciones de
GNU / FDL Free Documentation License)
También Schumann, como es sabido, tuvo la intuición de la trascendencia de la música chopiniana. Creía ver en ella “cañones ocultos entre flores” y aun en las piezas al parecer de menor alcance descubría una virtualidad incontrastable. “Si el poderoso autócrata del norte –escribía– conocía el enemigo terrible que le amenaza con las obras de Chopin, con las ingenuas melodías de sus mazurcas, sin tardanza prohibiera su divulgación.” Chopin, por su parte, tenía la conciencia de su propio valer y de la misión patriótica que le incumbía, alejada, verdad es, de toda actividad inmediata y violenta, pero obrando eficazmente en el reino del espíritu. Recordemos, por no aducir otros testimonios, que él mismo declaraba en cierta ocasión a Fernando Hiller [1] que su aspiración suprema era llegar a ser para sus compatriotas lo que Uhland [2] para los alemanes.
Mickiewicz y Chopin hubieron de estar en relación constante en París; les vemos frecuentar los mismos círculos, pero no sabemos el grado de amistad que les uniera. De sus relaciones personales sólo conocemos una escena, por la cual colegimos que Mickiewicz comprendía el genio de Chopin, pero considerándolo como elemento en potencia, sin abarcar la trascendencia de la obra musical realizada. Refiérenos tal escena el pintor polaco Kwiatkowski [3], quien, yendo un día a casa de Chopin, le halló discutiendo acaloradamente con el poeta. Éste apretaba al músico para resolverle a componer una obra de vuelo, dejándose de una vez de malgastar sus facultades en naderías. Chopin declaraba con firmeza y reiteradamente que no poseía las cualidades requeridas para acometer la empresa que de él se pretendía.
Mickiewicz en París, según
un famoso retrato del pintor
polaco Walenty Wańkowicz
(1799-1842) que se conserva
en el Museo Nacional de Varsovia.
No hay que tomar la negativa de Chopin como falta de consideración a los ruegos del poeta, sino sencillamente como la expresión de un convencimiento arraigado. Ya sabemos que, con todo y haber tomado la propuesta en consideración, no había podido dar gusto a su maestro Elsner [4], quien desde Varsovia le escribía instándole para que compusiese una ópera sobre algún asunto histórico polaco. Y Mathias, discípulo de Chopin, pudo escuchar este breve diálogo entre el conde de Perthuis, edecán de Luis Felipe, y el compositor. “Chopin, ¿por qué con sus ideas admirables no escribe usted una ópera?” “Ah, señor conde, permítame que sólo haga música de piano; no soy bastante sabio para hacer óperas.”
Chopin sentía la mayor admiración por la obra poética de Mickiewicz. No era Chopin un gran lector; interesábanle, sí, la literatura y la poesía, pero gustábale estar al corriente del movimiento intelectual más por medio de la conversación en sociedad que por la lectura directa y asidua. ¡Charles Valentín Alkan [5] llegó a decir al biógrafo Mecks que el músico polaco no leía siquiera las obras de George Sand! Sin embargo, Chopin hacía excepción a favor de los libros escritos en su lengua natal o referentes a su patria, y en su mesa veíanse siempre las últimas publicaciones de esta índole. No hay que decir, pues, que las obras de Mickiewicz merecían su atención preferente; las tenía al alcance de la mano y sus últimas producciones iban a buscarle hasta su destierro de Mallorca.
La poesía de Mickiewicz daba pábulo a su fervor patriótico, así como a su inspiración musical. No hacemos esta afirmación por el hecho le haber compuesto Chopin alguno de sus lieder con letra de Mickiewicz, pues ya sabemos que esos cantos eran meros pasatiempos a los cuales no daba su autor importancia alguna. Pero, sabemos por confidencias del compositor a personas amigas, que ciertas obras pianísticas suyas fueron inspiradas directamente por los poemas de Mickiewicz; lo cual nos hace presumir que para la composición de otras obras hubo de recurrir a la misma fuente de inspiraron.
Chopin en su lecho de muerte, según una acuarela
con gouache de Teofil Kwiatkowski (1849) que
se conserva en el Museo Nacional de Varsovia.
con gouache de Teofil Kwiatkowski (1849) que
se conserva en el Museo Nacional de Varsovia.
Mas, antes de particularizar a este respecto, plácenos aplicar en general a la labor creadora del compositor estas líneas del poeta polaco: “Cuando los hijos del mundo me creen sosegado, escondo a sus miradas un alma tumultuosa; el frío orgullo, como un velo de niebla, cubre con su sombra la hoguera interior. Tan sólo de noche vierto silenciosamente en tu seno, oh Señor, la tempestad de mi alma, que se resuelve en lágrimas”.
Artículo publicado en La Vanguardia, Barcelona, jueves 2 de mayo de 1929, pág. 5.
[1] Se refiere al compositor y pianista romántico alemán Ferdinand Hiller (1811-1885), quien residió en París entre 1829 y 1836.
[2] Alude al célebre poeta romántico alemán Ludwig Uhland (1787-1862), autor del poema “Ich hatt' einen Kameraden” (‘Yo tenía un camarada’, 1809, conocido también como “El buen camarada”) que, adaptado para la música por Friedrich Silcher (1825), se convirtió en el himno fúnebre de las fuerzas armadas alemanas y austriacas, de los bomberos austriacos e incluso de la Legión Extranjera francesa y del ejército chileno.
[3] Se trata del pintor polaco Teofil Kwiatkowski (1809-1891), que se exilió a Francia tras el fracaso de la insurrección contra los rusos de 1831, en la que había participado y, establecido en París, mantuvo una estrecha relación con Chopin y Mickiewicz.
[4] Chopin fue alumno del compositor y pedagogo musical Józef Elsner (1769-1854), fundador y director del conservatorio de Varsovia. Éste descubrió el genio musical del joven pianista y siguió con mucho interés su carrera.
[5] Virtuoso del piano, el francés Charles Valentín Alkan (1813-1888) fue alumno de Paganini, Chopin, Liszt y Pierre Zimmerman. Compuso numerosas obras para piano, entre las que destacan sus Estudios.
Las imágenes se pueden ampliar haciendo clic sobre ellas.
Gracias por compartir, sin la música la vida seria un error, saludos desde Santiago de Chile,
ResponderEliminarLeo Lobos
Gracias por la inmediatez de tu comntario, Leo.
ResponderEliminarUn abrazo desde el otoño mediterráneo.
El artículo que compartes, escrito en 1929, resulta esclarecedor. Pero tu labor introductoria para ponerlo en su contexto es de agradecer. Me han parecido conmovedoras las palabras de Mickiewicz a su compatriota músico: desvelan un conocimiento íntimo del alma de Chopin.
ResponderEliminarHermosas las ilustraciones, en fin, he disfrutado mucho leyendo esta entrada. Una joya.
Un abrazo, Albert
Muchas gracias por tu comentario, Susan. De vez en cuando uno da con viejos textos que resultan interesantes y esclarecedores, como dices. Quiero seguir por este camino y desenterrar textos antiguos para "resucitarlos" en mi blog; pero eso requiere hurgar durante horas y dias en las hemerotecas.
ResponderEliminarEs muy alentador que personas como tú valoren este trabajo.
Un abrazo cordial también para ti.
Qué bello artículo e interesante. La estatua es grande. Feñiz fin de semana.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu amable comentario, estimado Phivos.
ResponderEliminarSaludos y buen fin de semana también para ti.
Very nice post. The stone work is so impressive!
ResponderEliminarThank you very much for your comment, Bhavesh Chhatbar.
ResponderEliminarQuerido Albert:
ResponderEliminarUn hermosísimo homenaje a los dos artistas.
La investigación que hay detrás de este trabajo, como en general de todo lo publicado en tus sitios, refleja la disciplina del ensayista y de quien aporta belleza y esperanza a la vida de quienes te leemos. Luchar por la libertad y la justicia con la palabra, la música y las otras formas del arte es luchar con los lenguajes de la paz, que nace en el cerebro de los seres humanos.
Un abrazo muy agradecido y cariñoso.
Una vez más te agradezco tus amables y cariñosas palabras, María Eugenia. Investigar es, sobre todo, aprender, y después ofrecer a los demás el fruto de ese aprendizaje tan satisfactorio, sobre todo para mí, persona curiosa por naturaleza.
ResponderEliminarNo sabes la fuerza y el aliento que me dan palabras como las tuyas, que demuestran que lo hecho no cae en saco roto.
Estoy de acuerdo en que la cultura sirve para construir la paz, me parece evidente; lo malo es que hay muchos (muchísimos) que no lo entienden, porque tampoco se acercan a la cultura o sencillamente porque obtienen beneficio de la violencia.
Un abrazo afectuoso desde la fría madrugada barcelonesa.
Estimado Albert : Un placer, como siempre, pasear por aquí. Un gusto que se le conceda un espacio al querido y talentoso Chopin (uno de mis favoritos, sin duda!). Saludos centrales con fragmentos navideños, con centellas/caballos blancos, con la eterna gracia y sueño del que sueña porque sueña que de un sueño nace un velo que convierte las ideas en fantásticos terrones que a su vez detienen el llanto de un niño/hombre de un hombre/niño. Atentísimamente: Poliphonia casi Cass’ual
ResponderEliminarGracias una vez más, Poliphonia, por tus palabras. Yo también admiro la obra de Chopin, uno de los mayores músicos románticos pese a sus limitaciones más allá del piano. Quizá fue una suerte que las tuviera...
ResponderEliminarUn saludo cordial y mis mejores deseos para las fiestas navideñas que se acercan.
Mis felicitaciones por tu post.
ResponderEliminarLa música es el alimento del alma y del espíritu.
Hermoso homenaje y bellas imágenes en tu texto.
Abrazos de MA desde Granada y feliz Navidad en estas próximas fechas de fiestas, estimado Albert.
Muchas gracias MA. También a ti te deseo unas felices fiestas y que el nuevo año empiece con buen pie, para que éste acompañe al otro dando pasos positivos.
ResponderEliminarUn abrazo cordial desde la ahora fría Barcelona.
Tus escritos siempre encuentran hambre, son poesía dibujándonos su rostro. Un fuerte abrazo Al y felicidades.
ResponderEliminarAgradezco mucho tu cumplido, Eli.
ResponderEliminarUn abrazo cordial también para ti, felicidades y, sobre todo, esperanza en el futuro, a pesar de los pájaros de mal agüero que nos picotean todos los días.
Encantada de conocer este artìculo.
ResponderEliminarGrazie per la tua visita, Carolina, e un saluto cordiale da Barcellona.
ResponderEliminarHa sido todo un placer. Gracias por compartir algo tan bello e interesante. Saludos desde Valladolid.
ResponderEliminarMuchas gracias, Nury. Para mí ha sido también un placer encontrar y leer este comentario.
ResponderEliminarSaludos mediterráneos.