miércoles, 15 de febrero de 2012

Los arbëreshë del sur de Italia y su papel en el desarrollo de la literatura albanesa moderna

Piana degli Albanesi (Hora e Arbëreshëvet en arbërëshe), 
localidad siciliana fundada a mediados del siglo XV por 
cristianos grecoalbaneses de rito bizantino procedentes del Epiro.  
(Foto: Wikipedia Commons)


 Preámbulo: etnia, minoría, nación y Estado 

El lingüista italiano Fiorenzo Toso, autor de numerosas obras de dialectología y sobre las lenguas minorizadas y minoritarias de Europa, intenta establecer la distinción, siempre resbaladiza, entre etnia y nación [1]: la palabra etnia –viene a decir, refiriéndose al ámbito europeo– entró a formar parte del léxico político sólo a finales del siglo XIX para identificar genéricamente una comunidad caracterizada por su homogeneidad lingüística, cultural, religiosa, tradicional y de memoria histórica circunscrita a un territorio en el que es mayoritaria. Esta aseveración, sin embargo, como él mismo reconoce, no es aplicable en todos los casos, como cuando nos referimos a los gitanos, los sami (lapones) o a pueblos de los Balcanes, donde grupos étnicos diversos conviven en los mismos territorios, incluso en las mismas ciudades. 

No siempre resulta sencillo establecer la distinción entre etnia y nación, aunque ambos conceptos se solapen con frecuencia. Lo más habitual es que el término nación –al menos en Europa– “se asocie a una organización político-social dotada de instituciones reconocidas, aspecto que no representa, evidentemente, un elemento constitutivo del concepto de etnia”. Por otro lado, dice Toso, “el concepto de minoría, extendido también a otros aspectos de la vida (por lo que se habla corrientemente de minorías religiosas, políticas, sexuales, etc.) es especialmente adecuado para definir la situación sociopolítica de las etnias, en el sentido de que, frente a la equivalencia nación (Estado)-mayoría, el término minoría indica perfectamente la condición que tipifica, desde un punto de vista histórico, cultural y muy particularmente jurídico el estatus de la población reconocible como etnia, la cual, de hecho, se encuentra en condiciones de inferioridad con respecto al resto de la población del Estado […]”. 

De ahí se puede inferir que, con frecuencia, haya realidades sociales que se distorsionen por intereses superiores, es decir, por la resistencia de los Estados a reconocer como naciones a comunidades presentes en sus territorios que, sin duda, lo son, temerosos de que esas naciones puedan optar por la autodeterminación. Temor que lleva incluso a la ridiculez de considerar dialectos a lenguas diferenciadas de la estatal, aunque hayan sido reconocidas como tales, sin ningún género de dudas, por la disciplina lingüística. Se trata, en todos los casos, de naciones con rasgos identificativos bien definidos y con una historia que da fe de su condición. 

Dejando al margen consideraciones que nos llevarían al terreno de la polémica –y no es esa, ahora mismo, la intención de quien esto firma–, se ha podido observar en las últimas décadas, y en algunos Estados europeos, una “relajación” de las resistencias para aceptar plenamente la existencia de algunas comunidades nacionales. Es el caso de Italia con respecto a sus minorías y, en concreto, para centrarnos en el contexto que ahora nos concierne, la de los arbëreshë, cuya lengua está tutelada por una ley del Estado italiano desde diciembre de 1999.

Mujeres arbërshë bailando la vallja [2] el martes de
Pascua de 2009 en San Basile (Shën Vasil), Calabria.

(Foto © Marzio Altimari / Wikimedia Commons)


Los arbëreshë 

¿Quiénes son los arbëreshë (que hasta hace muy pocas décadas eran designados como albaneses de Italia o ítalo-albaneses)? Ni más ni menos que una minoría nacional formada por más de 200.000 personas, dispersas por las regiones meridionales de Italia (Calabria, con 33 comunidades, y con algunas menos Sicilia, Basilicata, Apulia, Molise, los Abruzos y la Campania, regiones que habían integrado el antiguo Reino de Nápoles y, entre 1816 y 1861, el de las Dos Sicilias). 80.000 de esas personas, por lo menos, tienen actualmente el arbëreshë (gluha arbëreshe, en albanés; arberesco, comúnmente, en italiano) como primera lengua. 

Los albaneses del sur de la península Itálica y de Sicilia se establecieron en aquellas tierras desde el siglo XV, huyendo de los turcos otomanos que fueron invadiendo e islamizando progresivamente los territorios del antiguo Imperio bizantino y, en su caso particular, el noroeste de Grecia y la actual Albania. Cristianos, gran parte de los arbëreshë conservan el rito bizantino y dependen de dos eparquías [3]: la de Lungro (Ungra), para las comunidades de la Italia peninsular, y la de Piana degli Albanesi (Hora e Arbëreshëvet) para las de Sicilia.

Pese a ser uno de los mayores grupos étnicos de Italia, los arbëreshë, a causa de su dispersión, no constituyen un auténtico grupo unitario nacional, al menos en el sentido al que se refiere el profesor Toso, pese a que definen su “nación” como Arbëria, topónimo en el que suelen incluir también a la Albania histórica, es decir, la nación de los Balcanes que comprende las repúblicas de Albania y Kosovo y parte del territorio de Macedonia. 

Topónimos bilingües en Calabria. 
(Foto © Barbara / The Espresso Break) 

La lengua arbëreshë (denominada también arbëresh o arbërisht) es, de hecho, un dialecto arcaico del albanés que ha ido incorporando, a lo largo de los siglos, préstamos lingüísticos tanto griegos como de los dialectos del sur de Italia [4]. Ello ha dado lugar, en las últimas décadas, a un nuevo fenómeno: el de la comunicación con los inmigrantes albaneses que, por millares, a la caída del régimen comunista huyeron de la deprimida Albania para buscar nuevas oportunidades de vida en la “rica” y próxima Italia. Algunos recordarán las abarrotadas embarcaciones que cruzaban clandestinamente de este a oeste el denominado canal de Otranto para alcanzar la costa más oriental de la península Itálica, separada del territorio albanés por apenas setenta kilómetros. 

En efecto, los recién llegados que se pusieron en contacto con los arbëreshë hablaban una lengua más o menos comprensible para éstos, pero con marcadas diferencias tanto léxicas como fonéticas, y en la mayoría de los casos acababan usando el italiano como lingua franca: hay que recordar que durante los largos años de la dictadura comunista, la mayoría de los ciudadanos de Albania que vivían en las zonas costeras del país encaraba sus antenas parabólicas al oeste para recibir las emisiones de la televisión italiana, lo cual hizo que el italiano se popularizara en Albania y facilite ahora la comunicación de quienes visitan la renovada república balcánica. 

Son numerosas las localidades que incluyen el adjetivo albanese en su topónimo, aunque todas ellas tienen su correspondiente denominación en lengua arbëreshë (escrupulosamente respetada en rótulos e inscripciones). Quien desee profundizar más en este tema puede encontrar la lista completa de esas localidades a través de este enlace, en el apartado “Comunità di lingua arbëreshë in Italia”.

Cabecera de la revista cultural Jeta Arbëreshe ('Vida Arbëreshë'), 
que se publica trimestralmente en Eianina (Purçill), provincia 
de Cosenza (Calabria).


La aportación arbëreshe a la literatura albanesa moderna 

No puede obviarse la riqueza literaria de la comunidad arbëreshë, que se inició con la obra del eclesiástico greco-bizantino Lekë Matrënga (Luca Matranga en italiano, 1567-1619), nacido en la localidad siciliana de Piana degli Albanesi, próxima a Palermo –conocida en aquel tiempo como Piana dei Greci–, quien, además de traducir y publicar en 1592 la Doctrina Cristiana (E Mbësuame e Krështerë) del jesuita español Diego de Ledesma (donde se incluye el primer poema conocido en lengua arbëreshë), dejó varios textos religiosos. Hemos de llegar, sin embargo, al siglo XVIII para encontrar otras interesantes composiciones de tema folklórico y religioso, debidas a una nutrida legión de escritores menores, y ya al siglo XIX para descubrir a una de las máximas figuras de la literatura albanesa en su conjunto, Jeronim De Rada (Girolamo De Rada en italiano, 1814-1903), sobre quien hay que detenerse. 

Jeronim de Rada representado en un sello 
emitido por el servicio postal de la República 
de Macedonia en 2003, con motivo del 
centenario de su muerte en la ciudad 
albanesa de Shkodër. 

Nacido en San Demetrio Corone (Shën Mitri), en Calabria, una de las localidades más importantes de población arbëreshë, De Rada se distinguió en un principio como folklorista, pero su nombre empezó a sonar con fuerza en todo el ámbito albanófono en 1836, cuando publicó en Nápoles un poema que se hizo inmediatamente célebre, Këngët e Milosaos (‘Cantos de Milosao’), que apareció en su primera edición con el título en italiano Poesie albanesi del XV secolo. Canti di Milosao, figlio del despota di Scutari. Su segunda obra, Serafina Topia (su título completo, en italiano, era Canti storici albanesi di Serafina Thopia, moglie del principe Nicola Ducagino), publicada también en Nápoles en 1839, fue confiscada por las autoridades borbónicas del Reino de las Dos Sicilias, que acusaron a su autor de conspirar al servicio de los intereses del Risorgimento italiano. 

Pese a la subrepticia vigilancia a que era sometido, De Rada continuó dando a conocer sus obras, y en 1848 fundó incluso el periódico político L’Albanese d’Italia, en el que publicaba también artículos en albanés; por su carácter bilingüe es considerado el primer periódico albanés del mundo (no hay que olvidar que por entonces Albania estaba sometida al Imperio otomano y el turco era la única lengua oficial del país). 

Precursor del romanticismo en el ámbito cultural albanófono, De Rada acabó convirtiéndose en uno de los pioneros de la literatura albanesa moderna, de la que sentó las primeras bases sólidas, y es, pues, una de sus figuras más destacadas y reconocidas. Y no sólo eso: también fue el precursor del primer alfabeto de la lengua albanesa, que sustituyó a la escritura árabe introducida por los turcos otomanos, la cual era ampliamente utilizada por los bejtexhi (versificadores populares) ente los siglos XVIII y XIX, aunque luego ese alfabeto se modificara hasta el establecimiento del actual (véase al respecto el artículo “Los cumpleaños de las lenguas”). 

Una de las escasísimas imágenes que se 
conservan de Zef Serembe, otra de las figuras 
clave de la literatura arbëreshë y albanesa.
 
La antigua diáspora cristiana albanesa ha supuesto un punto de apoyo esencial para el desarrollo de la literatura de la Albania moderna, en la que también han sobresalido nombres como el de otro arbëreshë calabrés, Zef (Giuseppe) Serembe (1844-1901), Naim Frashëri (1846-1900), Andon Zako Çajupi (1866-1930), Ndre Mjeda (1866-1937), Gjergj Fishta (1871-1940), Millosh Gjergj Nikolla (1911-1938) y Theofan Stilian Noli (1882-1965). [5] 

La comunidad arbëreshë goza actualmente de un auge jamás conocido anteriormente, y las manifestaciones culturales de las comunidades albanófonas del sur de Italia proliferan al amparo de asociaciones que las impulsan. No se trata en este caso de la decadencia de una cultura y una lengua, sino más bien de su expansión y de su descubrimiento en otros ámbitos gracias, en buena medida, al desarrollo de las nuevas tecnologías. 

Albert Lázaro-Tinaut



[1] Fiorenzo Toso: Lingue d’Europa. La pluralità linguistica dei Paesi europei fra passato e presente. Baldini Castoldi Dalai editore, Milán, 2006, pp. 29 ss.
[2] La
vallja es una antigua danza tradicional albanesa, acompañada de canto, que ha conservado sus viejas raíces en el seno de las comunidades arbëreshë (véase la ejecución de una de ellas en este vídeo).
[3] Circunscripciones dependientes de un obispo, equivalentes a las diócesis católicas.
[4] La lengua arbëreshë, por su parte, y a causa de la dispersión geográfica de sus hablantes, cuenta también con diversas formas dialectales.
[5] Un buen resumen de la literatura arbëreshë (en italiano) es el que presenta la web de Arbitalia. Para conocer otros detalles de la literatura albanesa conviene leer el interesante artículo de Ramón Sánchez Lizarralde: “Una mirada a la literatura albanesa”, publicado en el número 16 (enero de 2004) de Cuadernos del Ateneo de La Laguna y reproducido aquí

Para ampliar las imágenes, haced clic sobre ellas.

sábado, 4 de febrero de 2012

Krystian Lupa, explorador y experimentador incansable en la escena teatral europea

Krystian Lupa en 2010. 
(Foto © Albert Zawada / Agencja Gazeta)

Nacido en Jastrzębie-Zdrój (Silesia) el 7 de noviembre de 1943, el polaco Krystian Lupa se ha convertido, sin duda alguna, en un director teatral de referencia en Europa. 

Discípulo de su compatriota Tadeusz Kantor, uno de los hombres de teatro más geniales y revolucionarios del siglo XX, y del realizador cinematográfico ruso Andréi Tarkovski, Lupa concibe el teatro como un instrumento para la exploración y la transgresión de las fronteras de la individualidad, y así plantea sus célebres puestas en escena, como –entre otras– Malte, o el tríptico del hijo pródigo, de Rilke (1991); las adaptaciones de La calera, de Thomas Bernhard (1992) y El maestro y Margarita de Bulgákov (2002); Arte, de Yasmina Reza (1997) y sus más recientes Factory 2, Persona.Marilyn... Uno de sus mayores éxitos ha sido, sin embargo, el monumental montaje basado en Los hermanos Karamázov de Dostoievski, estrenado en 1990 y readaptado en 1999. Acerca de esta interesante experiencia teatral escribe Teresa Barjau en el artículo reproducido a continuación. 

Sobre su concepción del teatro, especialmente en los últimos años, Lupa habla también en una entrevista publicada hace apenas tres semanas en el diario parisino Le Monde al ser preguntado por qué había elegido un texto del dramaturgo sueco Lars Norén, La sala de espera, para su última producción teatral: “Siento un placer delirante descomponiendo las normas que nos rigen”, dice, y en otro momento añade: “Desde hace algún tiempo busco textos que traten del grupo, del lenguaje específico que se desarrolla dentro de él. Pienso que el fenómeno del grupo es un enigma interesante para nosotros en estos momentos. Cada grupo es una forma hermética que crea su propia realidad”. 

No se puede hablar de Krystian Lupa sin referirse al Stary Teatr (Viejo Teatro) de Cracovia, al que está estrechamente vinculado desde 1980, y el Instituto de Arte Dramático de la misma ciudad, en el que cumple una impagable labor docente desde 1983. 

“El mundo de Lupa es el de la utopía espiritual de la humanidad”, escribió en una nota crítica María José Ragué en marzo de 2009. A sus 68 años Krystian Lupa quizá transite por un mundo utópico, pero ello no le impide continuar experimentando y abriendo nuevos caminos para el teatro. 

Albert Lázaro-Tinaut


Interior del Stary Teatr de Cracovia. 
(Foto: www.stary-teatr.pl)


Los hermanos Karamázov de Krystian Lupa 

Por Teresa Barjau 

A finales de junio y principios de julio [de 2005] ha podido verse en el Teatre Lliure de Barcelona la última reposición de la adaptación de Los hermanos Karamázov de Dostoyevski que el director del Teatro Stary de Cracovia, el polaco Krystian Lupa, realizó hace casi veinte años como cantera de ejercicios para alumnos de arte dramático y que, con el tiempo, se ha convertido en un clásico de su repertorio. 

La llegada del espectáculo fue anunciada a bombo y platillo por una prensa unánimemente entusiasta antes del estreno y un poco más circunspecta tras el esfuerzo físico e intelectual que supone el enfrentarse a la versión íntegra de casi nueve horas de duración. Se señaló que, una vez más, Lupa mostraba su interés por rastrear los orígenes dramáticos del texto narrativo. Se analizó la voluntad naturalista de un montaje que pone en movimiento a los personajes en espacios cerrados llenos de objetos rigurosamente seleccionados, separado todo ello del público por una cuarta pared de tul móvil que avanza y retrocede para sugerir la ilusión de la dialéctica de planos en la narración cinematográfica. Se valoró también el papel melodramático tanto de la música, cuyos cambios de volumen subrayan la acción, como de la iluminación cinematográfica, caravaggiana a veces, tenuamente filtrada en momentos oníricos en que nos adentramos en los misteriosos espacios de la conciencia. Alguien apuntó de paso, quizás de forma un tanto irreflexiva, la posible influencia del texto de Bajtin La poética de Dostoyevski en la lectura que Lupa propone de los Karamázov. Y todos coincidieron en el magistral trabajo de los actores y la osadía de llevar a la escena esta obra canónica. 

Fiódor Dostoievski en 1872, según 
un célebre retrato del pintor ruso 
Vasily G. Perov.

Pero reducir esta novela a mera urdimbre dramática es tarea ardua únicamente por la extensión del propio texto. El buen conocedor recordará inmediatamente que Dostoyevski juega con dos tipos de narrador distintos: el expositivo, narrador autorial, testigo más o menos cercano de los hechos que se relatan cuyas raíces pueden encontrarse en la hagiografía, y el dramático, situado fuera de la acción y confiando a la fuerza del diálogo, la exposición del conflicto. 

En principio, pues, basta con eliminar al primero de ellos para que el entramado teatral tejido por el propio Dostoyevski salte a la vista. Y esto es en parte lo que Lupa ha hecho al suprimir mucho material, especialmente los libros primero, décimo y duodécimo, respectivamente la presentación del núcleo familiar, el episodio lateral de Aliosha y los niños y el proceso judicial. Tal reducción tiene por lo menos dos inconvenientes. El primero es de orden práctico, pues, al iniciarse la narración directamente en el libro segundo, el espectador que no esté familiarizado con la novela puede extraviarse en las complejas relaciones de parentesco que los hijos de Fiódor Pavlóvich mantienen entre sí y, de este modo, tardar en descubrir la condición de bastardo de Smerdiákov o ignorar que Mitia es sólo hermanastro de Iván y Aliosha. El segundo afecta a una cuestión de fondo, ya que quedan simplificados de golpe Mitia, el lujurioso schilleriano y, especialmente, Aliosha, aquí un bendito lastrado por la simpleza, mientras la figura fáustica de Iván, la más cercana al espectador contemporáneo y la que le puede resultar más simpática, aparece sobredimensionada. 

Escena de la representación del 
montaje Los hermanos Karamázov 
de Krystian Lupa en el Teatre 
Lliure de Barcelona. 
(Foto: El País)

Y, sin embargo, el texto resultante, estructurado cinematográficamente en escenas y secuencias, no sólo funciona, sino que conquista al espectador más reticente, especialmente en la parte final en que se suceden el interrogatorio de Mitia, la última entrevista de Aliosha con la paralítica Lisa y el diálogo de Iván con el diablo. De ella emerge catartizado tras el largo proceso de inmersión en una perfecta reproducción del tempo moroso y obsesivo de esos diálogos dostoyevskianos en los que se repiten y varían hasta la saciedad los motivos y los temas de un debate teológico y existencial en vertiginoso y prodigioso ejercicio polifónico de contraste irónico de perspectivas. Y en ese ejercicio descuella, y ahí estriba parte de la grandeza del montaje, el contraste irónico entre una actuación extraordinariamente contenida y hasta neutra en muchos momentos con tres melodías cuyo efectismo melodramático y cuya funcionalidad narrativa son indiscutibles. Un fragmento trágico insistentemente repetido de la Pasión según San Mateo de J. S. Bach nos introduce en el claustrofóbico medio familiar de los Karamázov y domina el primer tercio de la narración; el tema central de La muerte y la doncella de Schubert nos conduce por el atormentado mundo de Grúshenka; la secuencia narrativa de los números “Et incarnatus est”, “Crucifixus etiam pro nobis” y “Et resurrexit tertia die” del “Symbolum nicenum” de la luminosa Misa en si menor de J. S. Bach sintetiza irónicamente el evangelismo y la profesión de fe de Aliosha que la adaptación elimina de la escena. La apoteosis del “Resurrexit”, muy breve, acompaña a un extraordinario y visionario número coral concebido como falso final en el que vivos y muertos se reconcilian en un virtual más allá antes de que las formulaciones protonietzscheanas del doble diabólico de Iván pongan el broche de oro a un espectáculo total de una categoría difícilmente igualable. 

Este artículo se publicó originalmente en el número 262 (octubre de 2005) de la revista Quimera de Barcelona. IMPEDIMENTA agradece a Teresa Barjau que haya autorizado su reprodución.