A principios de febrero de
2017 fallecieron dos figuras representativas de las culturas balcánicas: Predrag
Matvejević y Dritëro Agolli.
El intelectual yugoslavo
Predrag Matvejević, nacionalizado italiano, murió en
Zagreb el 2 de febrero. Había nacido en Mostar (Herzegovina, que entonces
formaba parte, con Bosnia, del Reino de Yugoslavia) el 7 de octubre de 1932, de
padre ruso y madre croatobosnia. En su adolescencia fue partisano titista.
Estudió en las universidades de Sarajevo y Zagreb y se licenció en lengua y
literatura francesas. Prosiguió sus estudios en la Sorbona de París, donde se
doctoró en literatura comparada y estética con una tesis sobre el compromiso en
la poesía.
A su regreso a Yugoslavia, ejerció hasta 1991 como
profesor de literatura francesa, y entre 1964 y 1974 perteneció al Grupo
Praxis, que publicaba una revista de humanismo marxista. Sus ideas críticas y
su participación en debates políticos pusieron de manifiesto su disidencia con
respecto al régimen del mariscal Tito, por lo que fue expulsado de la Liga de
los Comunistas Yugoslavos.
En su libro Istočni
epistolar (1992), publicado originalmente en Italia con el título Epistolario dell'altra Europa. Un panorama
culturale e politico dell'Europa Centrale e Orientale. Una poetica per il
dissenso di ieri e di oggi [1], pasa de la ironía a la paradoja, invitando
al mariscal Tito –presdidente de la República Federativa Socialista de
Yugoslavia– a dimitir por el bien del país, y a otros dos dirigentes del
régimen a suicidarse para evitar la guerra. Su osadía le llevó a ser acusado de
alta traición a los ideales comunistas y recibió amenazas de muerte (el buzón
de su casa de Zagreb apareció un día con tres balazos), por lo que tuvo que
abandonar el país y exiliarse, primero a París y después a Roma, donde ejerció
como profesor de eslavística en la Universidad La Sapienza.
Su obra más famosa y divulgada en toda Europa es Mediteranski brevijar (1987), donde
utiliza un vocabulario propio de las capas bajas de la sociedad, la gente
modesta; y su último libro, Kruh naš, publicado
en 2009 [2], se refiere básicamente a la alimentación popular y tradicional.
Tanto en sus libros como en sus clases insistía en la idea de derribar los
muros erigidos por los nacionalistas, tanto en la literatura como en la
política. Su antinacionalismo lo llevó a crear el concepto de jugoslavenstvo, el ideal yugoslavo en el que
siempre creyó, “como idea románticamente generosa de convivencia de las
diversidades y del derribo de las fronteras, tanto mentales como culturales, además
de las físicas”. Así lo refiere Vittorio Filippi en su artículo “Addio a Predrag
Matvejevic, l’ultimo jugoslavo”, publicado en East Journal el 4 de
febrero de 2017.
Cuenta la escritora y economista corsa Serena Luciani
que “el reino de los encuentros con Matvejević” en Roma era el café de la plaza
Mazzini, donde “recibía”. Después de haberse comprometido a orientar a Serena
en la redacción de su novela Terremoto a
Tirana, ésta explica: “Me citó precisamente en aquel café y se empeñó en
invitarme a una buena comida. Me había hecho prometer que no le encargaría el
prólogo, porque estaba muy harto de las numerosas peticiones en ese sentido que
recibía, pero aquel día me dijo: ‘He leído los primeros capítulos y me
sentiré honrado de escribirte un prólogo, porque esta no es una novela
histórica, sino una novela de la historia’. Aquel elogio inesperado fue el
mejor aliciente para continuar trabajando en el libro”.
El novelista y poeta albanés Dritëro Agolli murió en Tirana el
3 de febrero. Había nacido el 13 de octubre de 1931 en la aldea de Menkulas, junto a la frontera griega, cerca de la ciudad de Korça. Licenciado en filología en la Universidad de Leningrado, la
actual San Petersburgo, desde 1974 presidió la Liga Albanesa de Escritores.
Agolli quiso conservar en sus novelas el lenguaje
popular de su tierra, desafiando el desprecio de los albaneses por todo lo que
se refería al mundo rural (en las ciudades estaba arraigada la idea de
que los campesinos eran gente astuta que se enriquecía incluso en los tiempos
de crisis y de miseria). Y aunque en Leningrado había estudiado con maestros de
la categoría de Vladímir Propp,
se mantuvo siempre muy próximo campo albanés, del que jamás renegó,
pues le inspiraba. Ello no impidió, sin embargo, que se aproximara a las
modernas tendencias culturales europeas, atraído sobre todo por el formalismo
ruso y el estructuralismo.
El antropólogo cultural albanés Rigels Halili afirma
que Agolli escribió su novela Njeriu me
top (‘El hombre con el arma’, 1975) “de un modo más bien rústico y
humorístico”. Pero él nunca fue rústico en sus maneras, aunque así ha sido
juzgado su estilo en Albania por su obsesión en el uso del vocabulario popular.
Eso era una singularidad y una contradicción en un país comunista donde, como ya ha quedado dicho, quienes sobresalían socialmente, en particular los ciudadanos de
la capital, Tirana, siempre han menospreciado a los katundar (‘pueblerinos’ o ‘paletos’).
Sentido del humor, desde luego, no le faltaba a Dritëro
Agolli. Cuando Serena Luciani lo entrevistó para Il Manifesto, describió “con efectos gogolianos” muchos episodios de
su vida que le contó (con los que, dice, hubiera podido construir no una, sino
diez entrevistas). El escritor rememoró, entre otras cosas, su desasosiego cuando fue una vez a casa de Propp.
Lo acompañaba un coterráneo suyo muy ignorante, que apenas sabía hablar ruso.
Habían dejado sus botas, empapadas por la lluvia, en la entrada, y después del
ridículo que hizo aquel estudiante en el examen casero que Propp se había prestado a hacerle, salieron a toda prisa olvidando las
botas. Ya en la calle, el frío hizo que se dieran cuenta del descuido, y aquel
desgraciado propuso volver a casa del profesor para recuperarlas; pero Dritëro
se negó en redondo, “y desde entonces aquellas botas se habrán estado balanceando
tristemente, colgadas en la entrada de la casa de Propp…”.
Otra anécdota recogida en su entrevista por Serena: cuando
Jruschov
visitó Albania después de que se reanudaran las relaciones con la Unión
Soviética, interrumpidas en 1961, fue invitado a comer en la ciudad costera de Durrës.
Después de muchos brindis, ebrio, el mandatario soviético se zambulló, vestido,
en el mar, sin que el KGB y la Sigurimi (la policía secreta albanesa) pudieran
evitarlo. Los agentes “también se echaron al agua, vestidos y con sus gorros
–explicaba Agolli–, y ya puedes imaginarte aquellos gorros balanceándose en
perfecta fila, mecidos por las olas, como barquitas negras”. Sin embargo, el
escritor no le dijo cuánto había sufrido, como otros, cuando a causa de la
rotura de relaciones tuvo que separarse de su esposa rusa y del hijo de ambos:
no volvió a verlos hasta 1990. Nunca hablaba de sus aflicciones, y se tardó años en conocer fuera de sus círculos más próximos aquel dramático episodio de
su vida.
Probablemente Agolli fue de los únicos que, tras la
caída del régimen comunista, hicieron enmienda pública de muchas cosas
silenciadas, asumiendo la responsabilidad, algo que otros, más implicados
políticamente que él, jamás se prestaron a hacer. Entre las muchas personas que
le rindieron tributo a su muerte y durante su funeral, algunas sin duda
disimularon su complacencia sin hacerle la más mínima concesión: todos, o casi
todos (excepto los que fueron a prisión u optaron por el exilio sin formular
jamás ninguna crítica), permanecieron callados hasta el final, incluso después
de la muerte de Enver Hoxha y la apertura política de Ramiz Alia. [3]
Por oportunismo o por miedo, para evitar problemas o
por convicción, poquísimos fueron los que se atrevieron a manifestar su oposición al régimen: cualquier crítica, por pequeña que fuera, o cualquier
idea divergente podían comportar pena de muerte en aquella Albania sometida a
la tiranía. Sin embargo, quienes trabajaron con Agolli en la Liga de Escritores
afirman que su actitud fue siempre moderada y prudente, y que jamás manifestó
simpatía alguna por el régimen, aunque, por supuesto, se guardó mucho de
criticarlo. El miedo y el lavado de cerebro que inculcó la rígida dictadura hizo que incluso después de la caída del comunismo, el director del Teatro
de la Ópera de Tirana mantuviera conscientemente el retrato de Hoxha en su despacho con esta
justificación: “No escupo en el plato del que he comido”, palabras que Agolli
utilizó literalmente en su poema “Sobre la valentía y el miedo”.
Albert Lázaro-Tinaut
[1] Fue publicado en español con el
título Entre asilo y exilio: epistolario
oriental. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek.
Editorial Pre-Textos, Valencia, 2003.
[2] Ediciones en español: Breviario mediterráneo. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos. Ediciones Destino, Barcelona, 2008. Nuestro pan de cada día. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek. Editorial Acantilado, Barcelona, 2013.
[3] Enver Hoxha (1908-1985) fue Primer Ministro de la República Popular de Albania desde 1944 hasta 1954 y Secretario General del Partido del Trabajo albanés desde 1941 hasta su muerte. Fue un dictador de obediencia estalinista que ejerció el poder con mano de hierro y mantuvo a Albania aislada durante muchos años, convirtiendo el país en una auténtica prisión para sus habitantes. Ramiz Alia (1925-2011), alto dirigente del Partido del Trabajo, fue presidente de Albania entre 1982 y 1992 y dio el paso decisivo para la democratización del país mediante reformas liberalizadoras que culminaron con la privatización de la economía y la convocatoria de elecciones multipartidistas en 1991.
[2] Ediciones en español: Breviario mediterráneo. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos. Ediciones Destino, Barcelona, 2008. Nuestro pan de cada día. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek. Editorial Acantilado, Barcelona, 2013.
[3] Enver Hoxha (1908-1985) fue Primer Ministro de la República Popular de Albania desde 1944 hasta 1954 y Secretario General del Partido del Trabajo albanés desde 1941 hasta su muerte. Fue un dictador de obediencia estalinista que ejerció el poder con mano de hierro y mantuvo a Albania aislada durante muchos años, convirtiendo el país en una auténtica prisión para sus habitantes. Ramiz Alia (1925-2011), alto dirigente del Partido del Trabajo, fue presidente de Albania entre 1982 y 1992 y dio el paso decisivo para la democratización del país mediante reformas liberalizadoras que culminaron con la privatización de la economía y la convocatoria de elecciones multipartidistas en 1991.
Este texto está basado, en gran parte, en el artículo de Serena
Luciani “Per Dritëro Agolli, Tullio De Mauro, Predrag Matvejevic”, publicado en Albania News el 11 de febrero de 2017.