miércoles, 15 de febrero de 2017

Breves apuntes sobre Predrag Matvejević y Dritëro Agolli, ‘in memoriam’


A principios de febrero de 2017 fallecieron dos figuras representativas de las culturas balcánicas: Predrag Matvejević y Dritëro Agolli.
El intelectual yugoslavo Predrag Matvejević, nacionalizado italiano, murió en Zagreb el 2 de febrero. Había nacido en Mostar (Herzegovina, que entonces formaba parte, con Bosnia, del Reino de Yugoslavia) el 7 de octubre de 1932, de padre ruso y madre croatobosnia. En su adolescencia fue partisano titista. Estudió en las universidades de Sarajevo y Zagreb y se licenció en lengua y literatura francesas. Prosiguió sus estudios en la Sorbona de París, donde se doctoró en literatura comparada y estética con una tesis sobre el compromiso en la poesía.
A su regreso a Yugoslavia, ejerció hasta 1991 como profesor de literatura francesa, y entre 1964 y 1974 perteneció al Grupo Praxis, que publicaba una revista de humanismo marxista. Sus ideas críticas y su participación en debates políticos pusieron de manifiesto su disidencia con respecto al régimen del mariscal Tito, por lo que fue expulsado de la Liga de los Comunistas Yugoslavos.
En su libro Istočni epistolar (1992), publicado originalmente en Italia con el título Epistolario dell'altra Europa. Un panorama culturale e politico dell'Europa Centrale e Orientale. Una poetica per il dissenso di ieri e di oggi [1], pasa de la ironía a la paradoja, invitando al mariscal Tito –presdidente de la República Federativa Socialista de Yugoslavia– a dimitir por el bien del país, y a otros dos dirigentes del régimen a suicidarse para evitar la guerra. Su osadía le llevó a ser acusado de alta traición a los ideales comunistas y recibió amenazas de muerte (el buzón de su casa de Zagreb apareció un día con tres balazos), por lo que tuvo que abandonar el país y exiliarse, primero a París y después a Roma, donde ejerció como profesor de eslavística en la Universidad La Sapienza.
Su obra más famosa y divulgada en toda Europa es Mediteranski brevijar (1987), donde utiliza un vocabulario propio de las capas bajas de la sociedad, la gente modesta; y su último libro, Kruh naš, publicado en 2009 [2], se refiere básicamente a la alimentación popular y tradicional. Tanto en sus libros como en sus clases insistía en la idea de derribar los muros erigidos por los nacionalistas, tanto en la literatura como en la política. Su antinacionalismo lo llevó a crear el concepto de jugoslavenstvo, el ideal yugoslavo en el que siempre creyó, “como idea románticamente generosa de convivencia de las diversidades y del derribo de las fronteras, tanto mentales como culturales, además de las físicas”. Así lo refiere Vittorio Filippi en su artículo “Addio a Predrag Matvejevic, l’ultimo jugoslavo”, publicado en East Journal el 4 de febrero de 2017.
Cuenta la escritora y economista corsa Serena Luciani que “el reino de los encuentros con Matvejević” en Roma era el café de la plaza Mazzini, donde “recibía”. Después de haberse comprometido a orientar a Serena en la redacción de su novela Terremoto a Tirana, ésta explica: “Me citó precisamente en aquel café y se empeñó en invitarme a una buena comida. Me había hecho prometer que no le encargaría el prólogo, porque estaba muy harto de las numerosas peticiones en ese sentido que recibía, pero aquel día me dijo: ‘He leído los primeros capítulos y me sentiré honrado de escribirte un prólogo, porque esta no es una novela histórica, sino una novela de la historia’. Aquel elogio inesperado fue el mejor aliciente para continuar trabajando en el libro”.


El novelista y poeta albanés Dritëro Agolli murió en Tirana el 3 de febrero. Había nacido el 13 de octubre de 1931 en la aldea de Menkulas, junto a la frontera griega, cerca de la ciudad de Korça. Licenciado en filología en la Universidad de Leningrado, la actual San Petersburgo, desde 1974 presidió la Liga Albanesa de Escritores.
Agolli quiso conservar en sus novelas el lenguaje popular de su tierra, desafiando el desprecio de los albaneses por todo lo que se refería al mundo rural (en las ciudades estaba arraigada la idea de que los campesinos eran gente astuta que se enriquecía incluso en los tiempos de crisis y de miseria). Y aunque en Leningrado había estudiado con maestros de la categoría de Vladímir Propp, se mantuvo siempre muy próximo campo albanés, del que jamás renegó, pues le inspiraba. Ello no impidió, sin embargo, que se aproximara a las modernas tendencias culturales europeas, atraído sobre todo por el formalismo ruso y el estructuralismo.
El antropólogo cultural albanés Rigels Halili afirma que Agolli escribió su novela Njeriu me top (‘El hombre con el arma’, 1975) “de un modo más bien rústico y humorístico”. Pero él nunca fue rústico en sus maneras, aunque así ha sido juzgado su estilo en Albania por su obsesión en el uso del vocabulario popular. Eso era una singularidad y una contradicción en un país comunista donde, como ya ha quedado dicho, quienes sobresalían socialmente, en particular los ciudadanos de la capital, Tirana, siempre han menospreciado a los katundar (‘pueblerinos’ o ‘paletos’).
Sentido del humor, desde luego, no le faltaba a Dritëro Agolli. Cuando Serena Luciani lo entrevistó para Il Manifesto, describió “con efectos gogolianos” muchos episodios de su vida que le contó (con los que, dice, hubiera podido construir no una, sino diez entrevistas). El escritor rememoró, entre otras cosas, su desasosiego cuando fue una vez a casa de Propp. Lo acompañaba un coterráneo suyo muy ignorante, que apenas sabía hablar ruso. Habían dejado sus botas, empapadas por la lluvia, en la entrada, y después del ridículo que hizo aquel estudiante en el examen casero que Propp se había prestado a hacerle, salieron a toda prisa olvidando las botas. Ya en la calle, el frío hizo que se dieran cuenta del descuido, y aquel desgraciado propuso volver a casa del profesor para recuperarlas; pero Dritëro se negó en redondo, “y desde entonces aquellas botas se habrán estado balanceando tristemente, colgadas en la entrada de la casa de Propp…”.
Otra anécdota recogida en su entrevista por Serena: cuando Jruschov visitó Albania después de que se reanudaran las relaciones con la Unión Soviética, interrumpidas en 1961, fue invitado a comer en la ciudad costera de Durrës. Después de muchos brindis, ebrio, el mandatario soviético se zambulló, vestido, en el mar, sin que el KGB y la Sigurimi (la policía secreta albanesa) pudieran evitarlo. Los agentes “también se echaron al agua, vestidos y con sus gorros –explicaba Agolli–, y ya puedes imaginarte aquellos gorros balanceándose en perfecta fila, mecidos por las olas, como barquitas negras”. Sin embargo, el escritor no le dijo cuánto había sufrido, como otros, cuando a causa de la rotura de relaciones tuvo que separarse de su esposa rusa y del hijo de ambos: no volvió a verlos hasta 1990. Nunca hablaba de sus aflicciones, y se tardó años en conocer fuera de sus círculos más próximos aquel dramático episodio de su vida.
Probablemente Agolli fue de los únicos que, tras la caída del régimen comunista, hicieron enmienda pública de muchas cosas silenciadas, asumiendo la responsabilidad, algo que otros, más implicados políticamente que él, jamás se prestaron a hacer. Entre las muchas personas que le rindieron tributo a su muerte y durante su funeral, algunas sin duda disimularon su complacencia sin hacerle la más mínima concesión: todos, o casi todos (excepto los que fueron a prisión u optaron por el exilio sin formular jamás ninguna crítica), permanecieron callados hasta el final, incluso después de la muerte de Enver Hoxha y la apertura política de Ramiz Alia. [3]
Por oportunismo o por miedo, para evitar problemas o por convicción, poquísimos fueron los que se atrevieron a manifestar su oposición al régimen: cualquier crítica, por pequeña que fuera, o cualquier idea divergente podían comportar pena de muerte en aquella Albania sometida a la tiranía. Sin embargo, quienes trabajaron con Agolli en la Liga de Escritores afirman que su actitud fue siempre moderada y prudente, y que jamás manifestó simpatía alguna por el régimen, aunque, por supuesto, se guardó mucho de criticarlo. El miedo y el lavado de cerebro que inculcó la rígida dictadura hizo que incluso después de la caída del comunismo, el director del Teatro de la Ópera de Tirana mantuviera conscientemente el retrato de Hoxha en su despacho con esta justificación: “No escupo en el plato del que he comido”, palabras que Agolli utilizó literalmente en su poema “Sobre la valentía y el miedo”.
Albert Lázaro-Tinaut

[1] Fue publicado en español con el título Entre asilo y exilio: epistolario oriental. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek. Editorial Pre-Textos, Valencia, 2003.
[2] Ediciones en español: Breviario mediterráneo. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos. Ediciones Destino, Barcelona, 2008. Nuestro pan de cada día. Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Pištelek. Editorial Acantilado, Barcelona, 2013.
[3] Enver Hoxha (1908-1985) fue Primer Ministro de la República Popular de Albania desde 1944 hasta 1954 y Secretario General del Partido del Trabajo albanés desde 1941 hasta su muerte. Fue un dictador de obediencia estalinista que ejerció el poder con mano de hierro y mantuvo a Albania aislada durante muchos años, convirtiendo el país en una auténtica prisión para sus habitantes. Ramiz Alia (1925-2011), alto dirigente del Partido del Trabajo, fue presidente de Albania entre 1982 y 1992 y dio el paso decisivo para la democratización del país mediante reformas liberalizadoras que culminaron con la privatización de la economía y la convocatoria de elecciones multipartidistas en 1991.
Este texto está basado, en gran parte, en el artículo de Serena Luciani “Per Dritëro Agolli, Tullio De Mauro, Predrag Matvejevic”, publicado en Albania News el 11 de febrero de 2017.