sábado, 26 de diciembre de 2015

Los dilemas de Moldavia después de su independencia

La frontera entre Rumanía y Moldavia en Sculeni, localidad 
dividida entre los dos países, a orillas del río Prut.
(Foto © Darren Alff / bicycletouring.pro, 2012)

El día 27 de agosto de 1991, tras la disolución de la URSS, el territorio de la República Socialista Soviética de Moldavia se independizó por segunda vez (ya había sido muy brevemente un Estado independiente, proclamado por el Soviet moldavo, entre el 15 de diciembre de 1917 y el 9 de abril de 1918, cuando fue anexionado por Rumanía). Renació así la República de Moldavia (Republica Moldova), formada por la mayor parte de la Besarabia histórica y la franja oriental de Transnistria (es decir, la integridad del territorio de la antigua república soviética). 

Transnistria, no obstante, se resistió a formar parte de la nueva república y, anticipándose a la de Moldavia, el 2 de septiembre de 1990 proclamó unilateralmente su independencia (que nunca ha sido reconocida por la comunidad internacional), lo cual dio lugar, en 1992, a un conflicto civil que duró cuatro meses y medio. La región mantiene su estatus con el nombre de República Moldava Pridnestroviana.

Moldavia, cuya capital es Chișinău (Kishiniev [Кишинёв] en ruso), es un Estado multiétnico formado por moldavos de lengua rumana (alrededor del 65 %), ucranianos (11 %), rusos (poco más del 9 %), rumanos (2,2 %), gagaúzos (unas 250.000 personas, el 3,8 % de la población) y minorías búlgaras, judías, gitanas, alemanas, serbias y turcas. Rusos y ucranianos son mayoritarios, sin embargo, en Transnistria, donde representan alrededor del 60 % de la población. 

La población de Chișinău, capital de la República de Moldavia, 
es de unos 675.000 habitantes.

Con una superficie de 33.843 km2 y una población estimada de 4.450.000 habitantes (unos 520.000 de ellos en Transnistria), Moldavia es uno de los países más pequeños de Europa y, a la vez, uno de los más pobres, con una renta per cápita de 4200 euros (la de Transnistria apenas alcanza los 1850).*

Al igual que otros países independizados de la Unión Soviética y de su órbita política (Rumanía, Bulgaria y Ucrania, entre ellos), Moldavia es un país de emigrantes económicos, cifrados en cerca de dos millones de personas y establecidos sobre todo en los países más desarrollados de la Unión Europea.

“Eh, moldovenii când s-adună…” (‘Eh, los moldavos cuando se reúnen...’), 
fiesta navideña organizada por la comunidad moldava de Burdeos (Francia).
(Fuente: Moldavie.fr)

Esta introducción intenta reflejar los aspectos principales que caracterizan a Moldavia, un país donde, contrariamente a lo que pudiera pensarse, el nivel educativo y cultural es alto.

Trece años después de su independencia, el investigador y politólogo francés Florent Parmentier publicó un largo artículo del que hemos extraído unos fragmentos. Lo que dice corresponde a la Moldavia de los años 2003 y 2004: hay que considerarlo, pues, desde la perspectiva de la primera mitad de aquella década. Recientemente se han producido cambios significativos para el país, como la firma, en junio de 2014, del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea.

Albert Lázaro-Tinaut

* Compárese, por ejemplo, con la de otras repúblicas surgidas de la URSS, como Estonia (18.800 euros), Lituania (15.4oo), Letonia (15.300), Rusia (14.500), Azerbaiyán (8000) o Bielorrusia (7500).


Mapa de la actual República de Moldavia, con Transnistria 
(en color anaranjado, al este) y Gagauzia (al sur, en color rojo).


La competición cultural de la transición

Por Florent Parmentier

Moldavia es un Estado postsoviético débil cuya legitimidad ha sido puesta en entredicho tanto dentro como fuera de sus fronteras. Pese a que los objetivos que suponen la creación de un Estado de derecho y una economía de mercado están todavía muy lejos de alcanzarse, los conflictos étnico-culturales parecen pronosticar un futuro incierto para Moldavia, y su solución presenta incluso problemas a escala regional. Mientras que la mayor parte de la población es rumanófona (64,5 %), ésta está compuesta en una tercera parte por minorías: ucranianos, rusos, gagaúzos y otros.

Estandarte del Principado de Moldavia 
utilizado entre 1359 y 1848.

Este país surgió a partir del principado de Moldavia, fundado en el siglo XIV e invadido en el XVI por el Imperio otomano. Su parte oriental, denominada Besarabia por el zar Alejandro I, pasó a formar parte de los dominios del Imperio ruso en 1812, antes de reunificarse con Rumanía en 1918. A consecuencia de las relaciones rumano-soviéticas en el período de entreguerras, la URSS tomó posesión del territorio moldavo tras el pacto Ribbentrop-Molotov y después de un ultimátum dado a Rumanía. La República de Moldavia fue sometida a un intercambio de territorios con Ucrania, que la privaron de su acceso al mar Negro, por el sur, y de toda su parte septentrional (la Bucovina); a cambio de todo ello, y como compensación, se le incorporó la franja de Transnistria, de mayoría eslava. Las fronteras del Estado actual son, pues, fruto de las vicisitudes de la historia regional y también de decisiones estalinistas.

La independencia, tras la descomposición del Imperio soviético y del sistema comunista, puso sobre el tapete la cuestión de la recomposición de territorios e identidades. El caso de Moldavia es ideal para el estudio del nacionalismo como recurso político, y también para valorar la importancia del factor lingüístico. En efecto, parecía probable la reunificación de Rumanía y Moldavia, y muchos dudaron de que se consolidara la independencia de esta nueva entidad política; por el contrario, las transformaciones postcomunistas demostraron la capacidad de ciertas élites políticas para movilizar las identidades como parte de la “competición cultural” de la transición, y también para mantenerse en el poder.

Entusiasmo popular en Chișinău tras la declaración de independencia 
de Moldavia, el 27 de agosto de 1991. La transición democrática, 
sin embargo, ha sido larga, compleja y muy laboriosa.
(Fuente: Moldova Photo Gallery)


Las diferencias actuales se explican por la incapacidad de gestionar una política capaz de apaciguar la crisis identitaria y la falta de una “moldavidad” motivadora para transmitir un sentimiento de pertenencia a un Estado distinta del “moldavinismo”, doctrina cuya finalidad consistía en justificar la existencia de un pueblo moldavo distinto del rumano. Los problemas étnico-culturales, heredados del antiguo régimen, son fundamentales a la hora de definir el Estado, tanto si se trata del dilema rumanos/moldavos, de la competición cultural o de Transnistria, de la misma manera que influyen en la democratización del país.

La transición democrática ha sido el escenario donde se han representado diferentes evoluciones concurrentes y ha dado lugar a una “competición cultural” en el interior del Estado. Por un lado está el redescubrimiento de una identidad rumana por parte de distintas capas de la sociedad, y la reafirmación de ese grupo cultural gracias a las leyes sobre la lengua. En este contexto, los rusófonos se sintieron afectados por una crisis de identidad, ya que hasta entonces habían sido el grupo cultural dominante. Además no podían optar a una auténtica autonomía territorial, ya que los rusos se concentraban principalmente en los núcleos urbanos y la población ucraniana era mixta, urbana y al mismo tiempo integrada en las zonas rurales del país.

La persistencia del uso del alfabeto cirílico, característica 
de los rusófonos contrarios a la rumanización de Moldavia.
(Fuente: chisinau2011.blogspot)

Hay que precisar que la mayoría de los rusos de Moldavia viven en Besarabia, lo cual permite suponer que sostienen al régimen moldavo. Por otro lado, la construcción de una cultura cívica encaminada a formar una nueva comunidad política (la moldavidad) pero compuesta por una diversidad de grupos étnico-culturales es algo que han empezado a afrontar las políticas públicas, pero que resulta difícil concretar. 

No hay que perder de vista, tampoco, la emancipación de algunos grupos que exigen una entidad autónoma, como es el caso de los gagaúzos, pero también de los búlgaros. La Unión Soviética promovió una identidad moldava artificial para que aquella república no se sintiera tentada a reunificarse con Rumanía, como había ocurrido en 1918. Por esta razón tuvieron buen cuidado de deportar a centenares de miles de rumanófonos y de hacer que se establecieran en territorio moldavo numerosos rusófonos, especialmente en las ciudades y en las regiones más industrializadas. Esa política de desplazamiento de poblaciones contribuyó a ensanchar el abismo entre las ciudades, mayoritariamente rusófonas, y las zonas rurales.

“Besarabia tierra rumana”, pintada reivindicativa de los prorrumanos moldavos.
(Foto © C. Bayou / Regard sur l’Est, 2008)

La independencia, pues, ha hecho que surgiera una competición cultural más que étnica: los rusófonos forman un grupo más amplio que los verdaderos rusos “étnicos”, mientras que los rumanófonos están divididos entre prorrumanos y promoldavos. El Estado-nación moldavo aparece, pues, como un compromiso entre esas dos élites, lo cual ha dado lugar a la creación de numerosos grupos de partidos políticos. Los partidos prorrumanos afirman que quienes se proclaman “moldavos” son, de hecho, rumanos víctimas de la sovietización, y puesto que se consideran mayoritarios reclaman que la cultura cívica del Estado sea la de Rumanía.

“¡Soy mondavo! ¡Hablo en lengua moldava”, 
pintada reivindicativa de los promoldavos.
(Fuente: Bună Ziua Iaşi, 2013)

Se trata de una categoría de ciudadanos mayormente urbana y con estudios, compuesta por intelectuales de tendencia proeuropea, pero van perdiendo fuerza electoralmente. Los partidos prorrusos, por su parte, piensan que Moldavia ya tiene una cultura cívica basada en el uso de la lengua rusa, que consideran “la lengua de comunicación interétnica”, y basan sus criterios en la rumanofobia heredada de la URSS: se trata de un hecho consumado que no vale la pena replantearse. A menudo tratan de coaligar minorías (su educación, en la escuela, fue sobre todo en ruso, pese a que el “moldavo” era la lengua cooficial), y a ellos se suman moldavos movidos por los viejos temores.

Los partidos promoldavos están formados por antiguas élites administrativas autóctonas, que dudan y se mueven entre los dos polos, al tiempo que consideran que su misión consiste en consolidar el Estado moldavo. Reivindican un papel de mediadores entre prorrumanos y prorrusos, toleran la existencia de ambas comunidades, pero niegan la existencia de los “rumanos” y sus derechos culturales.

La erradicación de las viejas élites comunistas (camufladas
en formaciones 
políticas nuevas) nunca fue tarea fácil en Moldavia.
(Fuente: Radio Free Europe / Radio Liberty, 2015)

De hecho, el “moldavinismo” se basa en una ideología unitaria: una lengua (el “moldavo”), una nación (“moldava”) y una Iglesia (la Iglesia metropolitana de Moldavia, ortodoxa). La competición cultural comporta distintas polémicas relacionadas con la identidad. Los partidos prorrusos desean que el ruso se convierta en la segunda lengua oficial del país y se introduzca una escuela “moldava”, es decir, que obvie en lo posible cualquier referencia a Rumanía. Las leyes audiovisuales (cuotas con predominio del rumano) y la aplicación del rumano en las aministraciones también son objeto de sus denuncias.

Por el contrario, los partidos prorrumanos abogan por el reconocimiento oficial de la lengua rumana, y no de la “moldava”, como lengua oficial, así como por una legislación que limite la utilización del ruso en los asuntos de Estado: téngase en cuenta que las élites económicas son mayoritariamente rusófonas. Y ya en el terreno religioso, los prorrumanos abogaron por el reconocimiento de la Iglesia de Besarabia (dependiente de Rumanía) en oposición a la Iglesia de Moldavia (dependiente de Rusia), lo cual abrió otro campo de batalla entre élites hasta la oficialización de la primera, en julio de 2002, gracias a las presiones del Consejo de Europa.

Las banderas de Moldavia y Gagauzia ondean juntas en el límite 
de esta última región autónoma, de población turcófona.
(Foto © IPN / Газета "СП", 2014)

Fruto de la independencia y de la moderación entre las diferentes comunidades, la autonomía territorial de Gagauzia fue celebrada como un precedente en la Europa postcomunista. Muy rusificados, los gagaúzos se mostraron en un primer momento hostiles a la independencia, temerosos de que el país se reunificara con Rumanía, pero finalmente se reconciliaron con el Estado aceptando un compromiso promovido por Ankara [los gagaúzos son turcófonos]. Este conflicto étnico-cultural debería servir de ejemplo a las élites, que han visto cómo la autonomía se convertía en un capital político y también en un instrumento útil en la competición cultural.

El monumento a Lenin, en el centro de Tiraspol (capital de Transnistria) 
es un ejemplo de la pervivencia del sistema soviético en aquella 
pseudorepública segregada de Moldavia.
(Foto © Andrea Anastasakis / Rear View Mirror, 2013)


Sin embargo, la perspectiva de una federación para resolver el contencioso de Transnistria ha vuelto a poner en guardia a los gagaúzos, sobre todo por lo que respecta a sus acuerdos fiscales: Transnistria continúa siendo el principal factor de desestabilización del Estado moldavo, mucho más importante que las reivindicaciones rumanas sobre las antiguas Besarabia y Bucovina, o las exigencias de Gagauzia.



(Este texto, traducido del francés por Albert Lázaro-Tinaut, está formado por dos fragmentos del artículo de F. Parmentier: “État, politique et cultures en Moldavie”, publicado originalmente en la Revue internationale et stratégique [Éditions Dalloz, París], núm. 54, 2004.)