martes, 14 de julio de 2015

Eça de Queirós, testigo de la inauguración del canal de Suez en 1869

Desfile inaugural de barcos que recorrió el canal de Suez 
en noviembre de 1869, según un grabado de la época.

El escritor portugués José María Eça de Queirós (Póvoa de Varzim, 1845 - París, 1900) viajó a Egipto y Palestina entre finales de 1869 y comienzos de 1870, y estuvo presente en los festejos que se celebraron en Port Said, Ismailía y Suez con motivo de la inauguración del canal de Suez el 17 de noviembre de 1869, presidida por la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III de Francia, e Ismail Pachá, virrey de Egipto. Sobre aquellos faustos, Eça de Queirós escribió unas coloridas crónicas que aparecieron en el Diário de Notícias de Lisboa entre el 18 y el 21 de enero de 1870 y se recogieron luego en su libro póstumo O Egipto (1926). Egipto era entonces un virreinato autónomo sometido al Imperio otomano.

José María Eça de Queirós.

Al igual que otros viajeros y escritores europeos de la época (coincidió con Théophile Gauthier en el hotel Shepheard de El Cairo, donde se alojó durante una semana), Eça de Queirós, pese a ser un escritor realista, quedó admirado por el “color local” –característico de la literatura romántica– de aquel mundo tan exótico, tan ajeno a la Europa de entonces y a la vez tan próximo, y por el cosmopolitismo de Alejandría y, sobre todo, de El Cairo, pero también describió las duras condiciones de vida de gran parte de la población. Dejó constancia de sus impresiones en algunos textos recopilados, también póstumamente, en el libro titulado Cartas de Inglaterra (1905).

El fragmento que se reproduce a continuación está extraído del libro Estampas egipcias [1]
A. L.-T.



Fastos con motivo de la inauguración del canal de Suez 
según un grabado publicado en The Illustated London News 
el 11 de diciembre de 1869.


Entre el Mediterráneo y el mar Rojo

Los lagos Amargos son lo que queda del antiguo golfo de Heliópolis, aguas del mar Rojo que llagaban hasta aquí.

Fue en este lugar por donde cruzaron los judíos, guiados por Moisés; fue aquí donde quedaron sepultadas las legiones de los faraones, quince mil hombres y mil doscientos carros. Del lado de Egipto la luna blanqueaba una vasta llanura: era Gosén, la tierra de los patriarcas. Los faraones habían dado aquel lugar a los judíos, lugar entonces lleno de cultivos y campos, hoy cubierto de arenas. Fue de allí de donde partieron a hacer sus peticiones a Canaán. Desde allí fueron hacia el sur, a los desiertos de Arabia y el Sinaí, para evitar el encuentro con los ejércitos egipcios.

Situación de Gosén, entre el delta del Nilo y el istmo de Suez,
y supuesta ruta 
del éxodo de los israelitas de Egipto hasta Canaán. 
(Fuente: Mapas de la Biblia online, www.encinardemamre.com)

Moisés conocía bien estos lugares. Había pasado su juventud en el istmo. Además, aquel lugar había sido paso tradicional de quienes venían de Siria por Caldea y por Isumeia [2]. Abraham, José, Jacob habían pasado por allí en sus viajes por Egipto. Fue por allí también, un poco más al norte, a poca distancia del lago Timsah, que muchos siglos después el descendiente de tantos patriarcas y profetas, Jesús, pasó en el regazo de su madre mientras huían al valle del Nilo. Los árabes muestran aún hoy el lugar. Mientras mirábamos aquellos lugares bíblicos los fuegos artificiales seguían estallando en el aire [3].

Al día siguiente por la mañana nos íbamos acercando a Suez. Salimos despacio, pues la marea del mar Rojo venía ya en nuestra contra. Este asunto de las mareas y de la desigualdad de nivel entre el mar Rojo y el Mediterráneo fue el origen de una de las grandes oposiciones a las que tuvo que hacer frente la construcción del canal.

                       El delta del Nilo y el istmo de Suez en un mapa de 1798.

Se decía que, según los primeros sondeos hechos bajo la dirección de Lepère en 1799 [4], el mar Rojo era nueve metros más alto que el Mediterráneo; se decía también que la obra era impracticable, por causa de las arenas movedizas y de los vientos del desierto; se decía, en fin, que la navegación del mar Rojo no podía, por su dificultad, por su peligrosidad, constituirse nunca en un verdadero camino marítimo. Una comisión internacional fue al istmo a esclarecer estas dudas. Se trataba de una legión de sabios, de arqueólogos, de ingenieros, de geólogos.

Said Pachá les dio la bienvenida con recepciones reales. Atravesaron el istmo, para sus estudios, de Suez a Peluse. Sondearon todas las ensenadas, todos los lagos, estudiaron todos los terrenos. Acamparon grandiosamente, y los seguía una caravana de ciento setenta camellos. Los árabes llegaron de todos los puntos para ver pasar aquel extraño cortejo. La comisión disipó todas las objeciones.

Una caravana de camellos en el istmo de Suez 
antes de la construcción del canal.

El nivel de los dos mares fue declarado el mismo, por nuevos y más perfectos sondeos; se reconoció que las arenas no eran un obstáculo; si las arenas traídas por el viento iban a ser capaces de sepultar el futuro canal, ¿por qué no habían hecho lo mismo con las antiguas ruinas o por qué no habían, al menos, borrado los vestigios de las caravanas de la última peregrinación a La Meca? Por último, el mar Rojo fue, contra los impugnadores del canal, declarado apto como vía marítima. ¿Qué tiene de malo el mar Rojo? Algunas rocas. ¿No las tiene el Adriático? ¿No las tiene el canal de La Mancha? ¿No las tiene el Archipiélago? El mar Rojo tiene vientos regulares; crecidas conocidas; la admirable claridad de sus noches. ¿Impide eso la navegación? Si el mar Rojo fue de fácil navegación para las flotas de Salomón; si venecianos y portugueses consiguieron en él derrotar a los turcos, ¿qué dificultad habría hoy, con los medios científicos de navegación y con el vapor? Todas las objeciones cayeron por su propio peso.

El canal de Suez y el monte Djebel Attaka (a la izquierda) 
según un grabado de 1869.

En las orillas del canal comenzamos a ver muchos campamentos de obreros: venían casi hasta el agua a aplaudir a los navíos que pasaban, saludando con pañuelos y velos entre grandes hurras. Desde los barcos les respondían. Había un sol fuerte: el desierto lucía hasta el horizonte. Veíamos a nuestra izquierda el camino de las caravanas que van a La Meca, a Medina, a Bagdad, y a Damasco, en la alta Siria. Arabia y Asia quedaban al otro lado de aquel desierto. Del lado de Egipto, al fondo del arenal cubierto de salinas, estaba la oscura y triste ciudad de Suez. Más allá se alza el monte Djebel Attaka, llamado de la Liberación porque cuando las caravanas que vienen del desierto lo avistan se sienten ya fuera de peligro. Al fondo, atenuada por la pulverización de la luz en el horizonte, se entrevé la cordillera del Sinaí. A mediodía entrábamos en Suez entre salvas.

Un aspecto de la ciudad de Suez tal como se muestra 
en un grabado de mediados del siglo XIX.

Suez es una ciudad oscura, miserable, decrépita; es el comienzo de nuevas regiones; ya casi es Asia e India. Tiene un aspecto mortuorio; el cólera y la peste la visitan con frecuencia, y no casualmente. En algunos barrios arruinados, casi deshabitados, sus construcciones desmoronadas conservan sin embargo un notable carácter de la vieja y pura arquitectura árabe. Por lo demás, la civilización europea comienza a hacerse presente en Suez, por medio de cafés cantantes y mujeres fáciles de Marsella.

El mercado del trigo de Suez 
en 1862.

Suez tuvo, hasta hace poco tiempo, una vida incompleta por falta de agua. En Suez el agua se conservaba en cajas de hierro traídas de El Cairo. El agua de la fuente de Moisés, que está a tres leguas, solo es potable para los camellos. En temporada de lluvias había, además de la de El Cairo, algo de agua potable a seis leguas de distancia. En tiempo de calma la sed era una enfermedad: había mercados de agua en los que los precios eran increíbles, horribles. Los ricos bebían un agua medio salubre. Los pobres bebían el agua de los camellos o morían de sed. En Suez no había entonces (ni hay hoy en día) ni un árbol, ni una flor, ni una hierba. Había gente que, habiendo vivido allí siempre, ni se imaginaba cómo era la vegetación. Se contaba de árabes de Suez que, habiendo ido a El Cairo por primera vez, huyeron de los árboles como de monstruos desconocidos. 

Ferdinand de Lesseps (1805-1894), 
el ingeniero francés artífice de 
la construcción del canal de Suez.

Esto hace la raza dura, áspera, hostil. El canal de agua dulce cambió este estado de cosas. El agua es gratuita y abundante. El día en que el agua llegó a Suez fue un vértigo. Los pobres árabes no se lo podían creer: se zambullían en ella, bebían hasta encontrarse mal, tumbados a orillas del canal, gritaban como locos. Algunos estaban aterrorizados y pasmados ante la pérdida de tanta riqueza. La población gritaba llena de amor en torno a Lesseps, postrándose y besándole las manos. Y desde entonces la ciudad intenta renacer y revivir.

Traducción del portugués de Martín López-Vega


Sello postal emitido por la Compagnie universelle du canal 
maritime de Suez en la segunda mitad del siglo XIX.


[1] José María Eça de Queirós: Estampas egipcias. Traducción del portugués y prólogo de Martín López-Vega. Editorial Impedimenta, Madrid, 2012.
[2] Se refiere, muy probablemente, a Sumeria.

[3] Alude a las celebraciones con motivo de la apertura del canal de Suez, en las que Eça de Queirós estuvo presente, que duraron varios días. De hecho, este texto forma parte de su descripción del viaje inaugural, en el que un desfile de barcos de vapor cruzó el canal de norte a sur: el lago Timsah y los lagos Amargos, al sur de Ismailía, forman parte de esta vía marítima artificial.
[4] En efecto, cuando Napoleón invadió Egipto, Palestina y Siria (después de tomar Malta) en 1798 y lo ocupó hasta finales del año 1800, encargó a un ingeniero de su expedición, Jacques-Marie Le Père (o Lepère) que estudiara la posibilidad de construir un canal a través del istmo de Suez que comunicara el Mediterráneo con el mar Rojo.


4 comentarios:

  1. És apasionant Albert, gràcies!!

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    1. Gràcies a tu per haver-ho llegit, Cesc. De tant en tant les lectures et fan descobrir fets curiosos i anècdotes que "il·luminen" alguns aspectes de la història que ens sembla que sabem.

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  2. Impresionante saber la historia que rodeo este acontecimiento. Muchas gracias por tu labor
    un saludo
    fus

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    1. Gracias por tu comentario, fus: siempre prestas atención a lo que publico. La "historia pequeña" de los grandes acontecimientos ayuda a entenderlos.

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