lunes, 15 de septiembre de 2014

Unas pinceladas culturales sobre Kaliningrado

La ciudad rusa de Kaliningrado, hoy. 
(Fuente: Exploratory Wanderings / alsolex.wordpress.com)

El óblast de Kaliningrado (Калининградская область, en ruso) es un enclave –más correcto sería decir exclave, si esta palabra estuviera reconocida en castellano) de la Federación Rusa, separado de ésta por Lituania y Bielorrusia y situado a orillas del mar Báltico. Con una superficie de 15.125 km2, su población se aproxima al millón de habitantes (más del 85 % de ellos rusos, en su mayoría militares o familiares de éstos).

Este territorio, cuya capital es la ciudad de Kaliningrado (la antigua Königsberg alemana, de unos 430.000 habitantes), ocupa una parte de lo que fue la Prusia Oriental, colonizada por los alemanes durante los siglos XI y XII, convertida en el siglo XVIII en Reino de Prusia y que desde 1824 hasta 1871, unificada a la Prusia Occidental, fue una provincia más del Imperio alemán, posteriormente de la República de Weimar y luego de la Alemania nazi, hasta que en 1945 fue ocupada por el ejército soviético y su parte septentrional incorporada en 1946 a la URSS con el nombre de Kaliningrado. La parte meridional pasó a formar parte de Polonia y el territorio de Memelland, al norte, quedó incorporado a la República Socialista Soviética de Lituania con el nombre de Klaipėda (actualmente es una provincia de la República independiente de Lituania).

La ciudad prusiana de Königsberg en una tarjeta postal 
del primer tercio del siglo XX.

Könisberg tuvo durante más de dos siglos una destacada importancia cultural. El filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804) nació y murió en aquella ciudad y su tumba, destruida en un bombardeo durante la segunda guerra mundial, fue reconstruida por el régimen soviético. En 1991 Alemania donó a la ciudad un monumento al filósofo, que ahora ocupa el lugar del de Lenin, frente a la universidad.

Además de los eminentes intelectuales lituanos originarios de Königsberg (Karaliaučius en lituano) que se citan en el texto siguiente, diremos, como anécdota, que un músico nacido allí que emigró a El Salvador, Henrique Drews (1847-1916), es el autor de los arreglos orquestales del himno nacional de aquella república centroamericana.

Albert Lázaro-Tinaut


Situación del óblast ruso de Kaliningrado, en el sudeste del mar Báltico.


Königsberg - Karaliaučius - Kaliningrado

Por Leonidas Donskis

Para los lituanos, esta metrópolis prusiana simboliza algo parecido a una segunda voz de su cultura, la protestante y occidental. Con Karaliaučius y la Prusia Oriental se asocia el nacimiento de la filología lituana, incluso todo el humanismo lituano moderno. Basta mencionar a Martynas Mažvydas, Danielius Kleinas, Jonas Bretkūnas, Abraomas Kulvietis y Liudvikas Rėza, el rector de la Universidad de Karaliaučius, sin el cual no nos habría llegado la palabra del genio de la lituanidad literaria protestante, Kristijonas Donelaitis.

El poeta lituano Kristijonas Donelaitis 
(1714-1780).

Pero Königsberg no fue solamente la cuna de la cultura lituana moderna. Fue, ante todo, uno de los centros de la intelectualidad europea. Claro que, comparada con el París del siglo XVIII, Königsberg no representaba más que una lejana provincia. Pero una de las paradojas de la historia es que quienes en aquel entonces se sentían fascinados –en secreto– por los protagonistas intelectuales de París y por las ideas de la Ilustración, y atraídos por la difusión de esas ideas, tenían más mérito que aquellos famosos parisinos.

La anexión de Königsberg a la Unión Soviética y la destrucción cultural subsiguiente fue una tragedia a escala europea. Cierto es que la segunda guerra mundial barrió de la superficie de la Tierra más de una ciudad, baste recordar los destinos de Varsovia, Rotterdam o Dresden. Pero estas últimas ciudades fueron recuperadas y reconstruidas por los mismos países y pueblos que las habían construido. El destino de Königsberg podría compararse, si acaso, y en parte, con el de Klaipėda. En el caso de esta última, sin embargo, la comunidad internacional decidió que quedara incorporada a Lituania, por lo que tampoco es posible analogía alguna.

Königsberg en ruinas tras los bombardeos soviéticos de 1945.

Por otra parte, Lituania no demolió Klaipėda –que había quedado casi completamente destruida durante la guerra–, sino que la recreó, por lo que a esta ciudad le han ido mucho, muchísimo mejor, que a Königsberg. Klaipėda, maltrecha y privada de sus costumbres típicamente alemanas, es hoy una ciudad fascinante, enérgica y dinámica. Königsberg, en cambio, fue bárbaramente destruida, y de sus ruinas nació Kaliningrado.

Una calle característica del centro histórico (reconstrido) de Klaipėda.

Durante mucho tiempo se supo que Kaliningrado era una ciudad fantasma. Antes ya me provocaba una sensación deprimente, y en mi cabeza se asociaba a la famosa “zona” de la película Stálker de Andréi Tarkovski. Guardo una imagen indeleble de un viaje que hice entre Klaipėda y Olsztyn (la Allenstein alemana, hoy en Polonia) vía Kaliningrado: la de una cabra que pastaba plácidamente en un pequeño prado junto a los restos de un carro de combate soviético.

En 1995, ir a Kaliningrado suponía despertar la sensación de un regreso a la Unión Soviética. Pero en mí se produjo un profundo sentimiento de protesta contra el hecho implacable de que uno de los máximos pensadores de la Europa moderna, Kant, hubiera sido enterrado de una manera atroz en aquella ciudad devastada, cuya arquitectura y simbología soviéticas negaban radicalmente todo lo que él había escrito y pensado, todo por lo que Kant había vivido.

Uno de los viejos tranvías checoslovacos que circulaban 
por la Kaliningrado soviética.

Al mismo tiempo, no obstante, comprendí que, a su manera, se trataba de una ciudad única. Han quedado en ella algunos rasgos de su belleza anterior, aunque ocultos por horribles escombros y macizos monstruos industriales. Una ciudad de esas características no se puede considerar sólo un ejemplo de modernización bárbara y demencial, como objeto utópico de la industria bélica y, al mismo tiempo, del espacio urbano soviético, algo irreconciliable con cualquier otra concepción urbanística.


Leonidas Donskis nació en la ciudad lituana de Klaipėda el 13 de agosto de 1962. Es filósofo, analista social y especialista en teoría política e historia de las ideas. Se dio a conocer en su país como comentarista político y defensor de los derechos humanos y las libertades civiles. Doctorado en filosofía por la Universidad de Vilna y en filosofía social y moral por la de Helsinki (Finlandia), trabajó como investigador en los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países europeos, por lo que fue calificado cariñosamente de “erudito errante”. Entre 2005 y 2009 fue profesor de ciencias políticas y diplomacia en la Universidad Vytautas Magnus de Kaunas. También ha impartido cursos de sus especialidades en las universidades de Helsinki y Tallin (Estonia). Militante del Partido del Movimiento Liberal de Lituania, en 2009 fue elegido diputado del Parlamento Europeo, cargo en el que ha permanecido hasta 2014. Sus obras, escritas en lituano e inglés, han sido traducidas a numerosas lenguas.


Este texto pertenece al libro de L. Donskis 99 baltijos istorijos (Klaipėda, Druka, 2009), y ha sido traducido por Albert Lázaro-Tinaut a partir de la versión italiana del mismo, a cargo de Pietro U. Dini: 99 storie del Baltico (Novi Ligure, Edizioni Joker, 2014).