jueves, 28 de agosto de 2014

Los lipovanos del delta del Danubio

Celebración de la Pascua por la comunidad de viejos creyentes 
de Brăila (Rumanía), centro religioso de los lipovanos.
(Fuente: Old Believers, oldbelievers.wordpress.com, 2013)

Numerosos grupos de viejos creyentes, considerados herejes de la ortodoxia, durante todo el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX se asentaron en la periferia del Imperio ruso huyendo de las persecuciones iniciadas en 1685, intensificadas más tarde por orden del zar Pedro I el Grande y continuadas por sus sucesores. Decenas de miles de esos creyentes se establecieron en los Urales y Siberia, en el Imperio austriaco y en el noreste de las actuales repúblicas bálticas. Algunas comunidades emigraron incluso a América y Australia.

Aquellos fugitivos también llegaron, en gran número, al delta del Danubio y los cursos bajos de los ríos Prut y Dniéster, y ahora sus descendientes se distribuyen entre el sudoeste de Ucrania, la Dobruja (al este de Rumanía) y una parte de Besarabia, la actual República de Moldavia: son los llamados lipovanos (lipoveni, en rumano, Липовани [‘lipovani’] en ucraniano y Липоване [‘lipovane’] en ruso). [1]

Localización de las comunidades de viejos creyentes lipovanos.
(Fuente: Cartothèque Spiridon Manoliu)

Pese a formar pequeños grupos dispersos, los lipovanos han conservado tanto sus estrictas tradiciones religiosas como muchas de sus costumbres ancestrales, y aun habiéndose integrado en parte a los países que los acogen, en sus comunidades continúan hablando un ruso arcaico (en este sentido, y salvando la distancia temporal y religiosa, podría equipararse al judeoespañol de los sefardíes, que hablan todavía un castellano próximo al del siglo XV). Su centro religioso es la ciudad rumana de Brăila.

Presentamos a continuación un texto referido a la pervivencia de las antiguas tradiciones de los lipovanos de Moldavia.

Albert Lázaro-Tinaut


Miembros de una comunidad lipovana.
(Foto © Cultures of Europe)


Los lipovanos de Moldavia y algunas 
de sus tradiciones seculares

La pequeña localidad de Pocrovica, al norte de la República de Moldavia y a tan solo tres kilómetros del río Dniéster, que separa a aquel país de Ucrania, se diferencia singularmente de las poblaciones vecinas: sus poco más de mil habitantes son rusos lipovanos, que se caracterizan por su afán de mantener las calles siempre limpias y perpetuar sus tradiciones, especialmente las religiosas, heredadas de sus ancestros.

Una de esas tradiciones consiste en que los hombres no se afeitan la barba desde que cumplen sesenta años. Además, esos viejos creyentes conservarán siempre la propiedad de sus viviendas y sus tierras, que jamás se atreverían a vender, lo cual hace que el precio del metro cuadrado de suelo sea allí el más elevado de Moldavia, al mismo nivel que el de la capital, Chișinău. Y, por si fuera poco, compran las tierras que los moldavos, al emigrar, abandonan en las localidades próximas.

Viejo pintor de iconos lipovano.
(Foto © Cultures of Europe)

Cada uno de los habitantes de Pocrovica conoce al dedillo la historia de las diecisiete familias rusas que se establecieron allí en 1820, comprando tierras a los nobles moldavos a precios abusivos. [2] La memoria y los sacrificios de aquellos antepasados fundadores del pueblo, pues, permanecen vivos.

Ninguno de los habitantes de Pocrovica ha abandonado jamás la localidad para trabajar en el extranjero: los lipovanos afirman que pueden ganarse muy bien la vida quedándose donde están. Su única riqueza es la tierra que cultivan. Poseen vergeles con ciruelos y otros árboles frutales, pero obtienen sus mayores beneficios con la venta de frambuesas. También cultivan patatas y melones: “Cuando vendemos un kilo de melones podemos comprar dos kilos de trigo, es matemático”, afirma Florii Vetrov, de 77 años, y añade: “Los moldavos nos envidian porque somos muy trabajadores y siempre estamos unidos”.

Mujeres lipovanas durante la celebración religiosa de la Navidad 
ortodoxa (el 7 de enero) en la localidad rumana de Carcaliu.
(Foto © Vadim Ghirda, 2011)

Todos los días, a las dos de la tarde, las mujeres lipovanas se reúnen en el centro del pueblo para tomar té negro, preparado en un samovar, y degustar las frambuesas cultivadas en cada huerto: es una tradición que se perpetúa generación tras generación.

Aunque los niños aprenden rumano en la escuela, todos se expresan en ruso. La excepción es Eudochia Zamfir, de origen moldavo, directora de la escuela comunal, que se estableció en Pocrovica con su marido en 1975. Dice haberse integrado perfectamente en la localidad, y que no se iría de allí por nada del mundo. Recuerda el día de su llegada con su hijito de dos meses: necesitaba leche, pero no se atrevía a pedirla. Envió entonces a su marido a la fuente para que estableciera contacto con los autóctonos: a éste le costó abrir la boca…, pero a la mañana siguiente, al despertar, encontraron pan y leche a la puerta de su casa. “Los lipovanos nunca dejarán de ayudarte para lo que sea”, dice la mujer.

Niñas lipovanas.
(Fuente: Azules270 / forocoches.com)

Allí, los problemas de unos se convierten en problemas de todos. Siempre hay alguien dispuesto a ir de casa en casa y pedir ayuda económica para algún vecino necesitado, y cada cual aporta lo que puede según sus posibilidades. A los entierros acuden todos los vecinos, que se organizan para preparar el banquete fúnebre sin reparar en gastos: nunca faltan carne, pepinillos ni, sobre todo, 400 litros de borsch, la sopa preparada según una receta local, hecha a base de legumbres cortadas en trocitos muy pequeños y remolacha marinada siguiendo una técnica muy peculiar.

Cerca de la iglesia, considerada el centro de la vida del pueblo, los lugareños han construido una sala de plegarias donde se recogen limosnas. Las ceremonias religiosas se siguen con devoción, y sirven además para que los asistentes luzcan sus mejores galas, como en cualquier acto social que se precie.

Uno de los miembros del consejo 
de ancianos de Pocrovica.
(Fuente: Portail francophone de la Moldavie)

La localidad está regida por un consejo de sabios formado por los veinte ancianos más instruidos del lugar. Los veredictos de estos son inapelables, sobre todo por lo que respecta a los matrimonios, ya que el conservadurismo de la comunidad hace que aumente el riesgo de incesto. Según la tradición, esos ancianos se reúnen y revisan meticulosamente los árboles geneálogicos de los futuros cónyuges: si convienen que no existe ninguna relación de sangre entre ellos, les autorizan a casarse…, pero los matrimonios han de celebrarse obligatoriamente en domingo.

La familia de una muchacha ha de empezar a constituirle una dote desde que es una niña. Las madres se enorgullecen cuando alguien quiere ver la dote que preparan para sus hijas. Los padres de los muchachos, por su parte, cuando estos cumplen siete u ocho años han de empezar a construirles una casa. No hay ninguna ley escrita que obligue a ello, pero la tradición obliga.


[1] Se calcula que los lipovanos son actualmente unos 55.000 en Ucrania y cerca de 30.000 en Rumanía y Moldavia.
[2] Cuando aquellas familias de viejos creyentes rusos fundaron el pueblo de Pocrovica, Moldavia acababa de integrarse en el Imperio ruso (1812) como consecuencia de una de las guerras ruso-turcas. Se extinguió así el Principado de Moldavia, fundado en el siglo XIV por Luis I de Hungría para proteger su reino de los frecuentes ataques tártaros. Muchos nobles moldavos abandonaron entonces el país con sus bienes después de vender al mejor postor las tierras que poseían.


(Artículo publicado en el periódico Evenimentul Zilei, de Bucarest, el 12 de noviembre de 2007. Traducido y adaptado por Albert Lázaro-Tinaut a partir 
de la versión francesa de Mehdi Chebana que aparece en “Petits peuples” et minorités nationales des Balkans, libro publicado por Le Courrier des Balkans, Arcueil, 2008.)

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viernes, 8 de agosto de 2014

Apuntes sobre la música turca y del Imperio otomano

La céntrica plaza Emin Eunu de Constantinopla, representada
en una tarjeta postal de principios del siglo XX.

La música turca es, al igual que la árabe y la persa, uno de los principales “dialectos” del lenguaje musical propio de los países musulmanes. De hecho, deberíamos hablar en plural, de músicas turcas, ya que incluyen diversos elementos que han ido surgiendo a lo largo de los siglos para configurar el conjunto de la cultura musical popular del Asia Menor; elementos procedentes de otros pueblos del antiguo Imperio otomano (1299-1923), que van desde la música persa hasta influencias balcánicas, o que son herencia del aún más antiguo Imperio bizantino.

Estambul (las antiguas Bizancio y Constantinopla) puede considerarse, en cierto modo, la síntesis de esa diversidad. Puesto que el Imperio otomano se extendía por los territorios de treinta y cinco estados actuales, y que en Constantinopla, su capital, había gentes procedentes de todos ellos, es evidente que éstas dejaron huellas de sus culturas en la ciudad. Hoy en día las cosas no han cambiado mucho, pues Estanbul continúa siendo tan cosmopolita como antes, y quienes llegan a ella actualmente proceden de todos los rincones de Turquía, pero también de los Balcanes, el Cáucaso, el Asia central turcófona y el Próximo Oriente.

El grupo musical contemporáneo Orhan Kılıç,
divulgador de la música tradicional turca.

Así pues, la música tradicional turca recibe constantemente numerosas influencias culturales que se superponen a las islámicas más ancestrales y a las propias de Anatolia, y entre ellas no faltan, por supuesto, las modernas aportaciones de la música Europea. Los estilos musicales que se escuchan, por consiguiente, son bastante eclécticos.

Haciendo sonar el davul
en una fiesta popular.
(Foto © Delikizinyeri / Resimyükle)

La música popular tradicional (Türk halk müziği), menospreciada e ignorada durante siglos, ha sido recuperada por musicólogos y folkloristas. Representa la esencia de tradición nacional, es de origen asiático y no conserva elementos de la antigua Grecia. En ella encontramos una parte profana, que aún hoy suele interpretarse al aire libre con instrumentos ruidosos, en unos casos el davul y en otros, la zurna, y otra religiosa. Algunos juglares, por su parte, interpretan la música con instrumentos de cuerda pinzada. La mayor parte de estos instrumentos, como veremos más adelante, se usaba en el antiguo Imperio otomano.

La música profana encuentra su más alta expresión en las bodas, ceremonias que pueden llegar a durar hasta una semana... La música religiosa, en cambio, es más discreta y queda relagada, sobre todo, a algunas cofradías sufíes.

Imagen de la celebración
de una boda tradicional turca.

(Fuente: Le tour du monde en 80 mariages)

La música clásica otomana, sobre la que nos detendremos más, y que también es muy específica, se diferencia claramente de la música clásica árabe. Sus compositores, procedentes de nacionalidades muy distintas (turcos, griegos, armenios, persas, judíos, zíngaros...), mezclaron en ella sus talentos. En nuestros días, este tipo de música se asocia, sobre todo, a las festividades y a los encuentros familiares más formales.

La danza

En Turquía son muchos los tipos de danza tradicional que se conservan. Sería prolijo referirse a todos ellos, más todavía en un artículo centrado en la música, por lo que, a modo de ejemplo, hablaremos brevemente de las danzas más conocidas en las regiones occidentales de la antigua Asia Menor.

Distribución de los distintos tipos de danza en Turquía.

En la Anatolia occidental suelen ser características las danzas de hombres solos, y sus formas cíclicas presentan figuras complejas. Los ciclos que las constituyen son melódicos de nueve tiempos lentos, agrupados así: 3+2+2+2. Pueden ser también más rápidos: 2+2+2+3. Estas danzas se denominan zeybek, y en las bodas suelen estar coreografiadas por dos o cuatro hombres, incluso más, que evolucionan en círculo y en sentido contrario al del sol.

Intérprete de danza zeybek.
(Fuente: Couleurs d'Istanbul)

En las regiones de Esmirna, Aydin y en algunas zonas montañosas, es frecuente que estas danzas sean interpretadas por grupos folklóricos asociativos. Mustafa Kemal Atatürk planeó incluso establecer una danza nacional basada en el zeybek para la Turquía republicana, de la que es considerado fundador en 1923.

La danza zeybek se suele interpretar con cierta teatralidad, pues de hecho está ritualizada. Los folkloristas turcos se debaten entre dos teorías: una de ellas sostiene que su origen es centroasiático y chamánico, y la otra que es una reminiscencia de un culto iniciático apolíneo.

La música otomana

En el siglo XVII, una época en que la cultura europea tuvo cierta influencia entre las elites de Constantinopla, la música tradicional tendió a hacerse más lírica, más sentimental, y empezó a popularizarse. Se la asociaba con una antigua forma de poesía conocida como şarkı, cuyos grandes temas eran el amor no compartido y la nostalgia de la persona amada. En su versión musical (y bailada) se asimilaría a formas de la música clásica turca como los makamiar (makam, en singular, unas gamas específicas utilizadas para la improvisación, de origen árabe pero muy arraigadas en Turquía), que podrían considerarse el concepto más importante de la música otomana. Su tempo suele ser moderado, incluso lento.

Músicos turcos otomanos, según una ilustración de finales del siglo XIX.

Hay que remontarse al siglo XIV para encontrar los inicios de la música otomana que se puede considerar clásica o refinada. Sus compositores contaban con la protección y la generosidad de los sultanes, que la convirtieron en la música oficial de la corte. Algunos de estos sultanes, como Selim III, además de melómano fue un notable compositor.

El sultán Selim III (1755-1825).

Las influencias de la música clásica otomana son muy diversas, al igual que las de la música popular: bizantina, turca, árabe, persa, armenia e incluso zíngara. Esta variedad de inspiraciones hizo que los otomanos fueran los primeros en utilizar una notación musical sistemática en el mundo musulmán. Según algunos musicólogos, habría que buscar los orígenes de la música otomana en la época del Imperio selyúcida (entre los siglos XI y XIII), aunque su refinamiento tendría lugar más tarde en las grandes ciudades, sobre todo en Constantinopla, de donde le vendría esa condición elitista. Mientras tanto habría evolucionado de algún modo a través de la música popular anatolia relacionada con el ámbito religioso y militar (de ésta procedería la mehter takımı, la música marcial otomana).

Grupo militar otomano de elite 
interpretando música mehter takımı.


La música clásica otomana que desde la caída del Imperio, y por influencia occidental, se conoce como Türk sanat müziği (‘Arte musical turco’)– adquiriría múltiples facetas: además de producir la mencionada música militar, influiría en la de las de los mevlevís (las órdenes sufíes: su manifestación más conocida es la danza de los derviches giradores, que se han convertido incluso en una atracción turística; los mevlevís, sin embargo, habían desempeñado siempre un papel muy importante, desde sus monasterios, en la educación musical y el desarrollo de la música, creando una tradición vigente aún hoy) y en las composiciones de la academia del Enderun, donde se educaba la aristocracia otomana.

Derviches mevlevís 
(fotografía de 1887).


Durante el siglo XVI se desarrolló, además, entre las elites otomanas la denominada “música ney”, que tuvo su auge al ser promovida por los sultanes mediante academias especializadas; influyeron en ella los ritmos de los mevlevís quienes, en sus ceremonias religiosas, solían utilizar el ney (una especie de flauta) como instrumento principal, acompañado a veces por el bendir (pequeño tambor parecido a una pandereta).

Una de las características de la música clásica turca –a la que estaría muy vinculada la literatura divan– es la improvisación de un solo, ya sea vocal o instrumental, cuya interpretación empieza por frases breves en una de las numerosas gamas de los makamiar. Luego el intérprete va desarrollando el tema. Muchos de los makamiar más relevantes fueron compuestos en el siglo XVIII por el bey Ismail Hakki, que también fue un eminente musicólogo; otros, modernamente, por Kudsi Erguner (n. en 1952), lo que demuestra la vigencia del clasicismo otomano.

Es importante destacar, en la música otomana, el papel de la mujer, pues las mujeres (sobre todo las de los harenes) solían ser muy a menudo las intérpretes de algunos instrumentos. Fue precisamente una mujer, Leyla Saz, quien creó en la segunda mitad del siglo XIX la primera orquesta de tipo occidental en la corte otomana, formada por sesenta mujeres del harén de palacio. Desde entonces proliferaron las formaciones musicales femeninas en otros ámbitos.

Grupo musical femenino de la corte de Constantinopla
(finales del siglo XIX).

Se considera que los compositores más notables de la música clásica otomana son, además de los ya mencionados, los griegos Zakharia Khanendeh (más conocido por su nombre turco: Housseyni Agir Semai) y Petros Peloponnesios, el príncipe Demetrie Cantemir de Moldavia (Dimitri Kantemiroğlu en turco, creador de un nuevo sistema de notación), el judío sefardí Isaac Fresco Romano (conocido en Turquía como Tamburi Isak) y el discípulo de éste al que ya se ha aludido, el sultán Selim III.

Ali Ufki Beg según 
un grabado del siglo XVII.


No cabe duda de que los otomanos supieron apropiarse de las técnicas de la música bizantina, inspirada en la Iglesia ortodoxa y en la teología de los Padres de la Iglesia, que empleaban las gamas musicales del oriente mediterráneo para acompañar el canto de sus textos bíblicos. También tomaron lo mejor de la música árabe de corte clásico (no tanto de la tradicional, aunque también), sobre todo la de los árabes abásidas. La heterogeneidad de las clases sociales que componían el Imperio hizo que llegaran otras influencias, incluso occidentales. Uno de los compositores otomanos más notables fue un polaco hecho prisionero en 1633, que cambió su nombre (Wojciech Bobowski, 1603-1675) por el de Ali Ufki Beg: en sus composiciones utilizaba la antigua notación occidental, y a él se debe una de las piezas más famosas (interpretada aún hoy) de la música de aquella época: Mecmua'dan Saz ve Söz.

La música clásica otomana se divide, musicológicamente, en cuatro ramas: la mehterana, empleada en las fanfarrias de la música militar; la mevleviana, de inspiración religiosa sufí; la que podríamos denominar enderuniana, más relacionada con las elites y la aristocracia del Imperio, que se enseñaba en el Enderun (la escuela musical de la corte); y la meshjana, minoritaria, pues era practicada sobre todo por los alumnos de las escuelas privadas de música según el criterio de cada maestro.

Instrumentos característicos de la música clásica otomana.
(Fuente: Ampli, 2013)

Los instrumentos

Los instrumentos más habituales de la música otomana eran el ud (laúd árabe), el kanun (una especie de cítara), el ney (un instrumento muy antiguo, que ya se usaba en el antiguo Egipto, precursor de la flauta moderna), el tambur (un clásico instrumento de cuerda turco), el santur (instrumento de cuerda percutida de origen zíngaro, algo parecido al címbalo o dulcémele), la kemença (o kemanche, instrumento persa de cuerda frotada), el çeng (arpa turca) y el saz (y más particularmente la bağlama, otro antiguo instrumento de la familia de los laúdes).

Intérprete de kanun (ilustración de 1859).

Para la interpretación de las fanfarrias militares (que también se consideraban parte del arte musical turco), los jenízaros usaban, entre otros, el zurna (instrumento de viento de la familia de los oboes) y diversos tipos de címbalo.

En nuestros días, la globalización ha introducido en Turquía, como prácticamente en todo el mundo, las modas occidentales. La música turca, tradicional o clásica, mantiene sin embargo un lugar privilegiado en las preferencias de la mayoría de la población.


Artículo elaborado por Albert Lázaro-Tinaut a partir de bibliografía diversa, entre la que destaca el artículo de Mario Scolas “Les musiques en Turquie” (en Last night in Orient, 25 de diciembre de 2007).

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