lunes, 3 de febrero de 2014

El puzle étnico del Cáucaso según Joseph Roth

El edificio de la Escuela Militar Transcaucásica de Cadetes del Ejército
Rojo, en Bakú (Azerbaiyán), en una postal de la década de 1920.

El periodista y escritor en lengua alemana Moses Josep Roth, de padres judíos, conocido como Joseph Roth, nació en la localidad de Brody (Galitzia, Imperio austrohúngaro, hoy en territorio de Ucrania) el  2 de septiembre de 1894, y murió en París el 27 de mayo de 1939. Estudió en la Universidad de Lemberg (hoy Lviv, capital de la Galitzia ucraniana) y en Viena, y durante la primera guerra mundial sirvió en el ejército imperial.

Joseph Roth en 1925.

Acabada la contienda y desintegrado el Imperio (lo cual le provocó la sensación de ser un apátrida), trabajó como periodista para varios diarios austriacos y alemanes, sobre todo para el Frankfurter Zeitung, del que fue corresponsal en diversos países europeos, entre ellos la Unión Soviética, por la que realizó un largo viaje entre los años 1926 y 1927, durante el cual enviaba sus crónicas al periódico. En ellas describe sus experiencias en diferentes regiones de aquel gran país, en un estilo a veces algo farragoso y otras ágil, pero siempre detallista, fiel a la precisión de su cultura germánica.

El prestigioso erudito alemán Klaus Westermann reunió esas crónicas dentro de un volumen de 378 páginas titulado Reise nach Rußland. Feuilletons, Reportagen, Tagebuchnotizen 1919-1930, publicado en Colonia por Kiepenheuer & Witsch en 1995, que recoge toda la obra periodística, publicada e inédita (incluye notas de su diario), de Roth relacionada con Rusia, escrita antes, durante y después de su viaje. En esos artículos se aprecia cómo su autor, tras recorrer el país de los soviets, va perdiendo el entusiasmo inicial por aquella Revolución bolchevique en la que había depositado muchas esperanzas.

En 1933 Roth, establecido en Berlín, regresó a Viena, asustado por el rápido ascenso del nazismo, y a los pocos meses se exilió a París, donde pudo sobrevivir gracias a algunas colaboraciones periodísticas y a los derechos de autor que le proporcionaban sus obras. Deprimido y alcoholizado, murió a causa de un delirium tremens provocado por una ingesta excesiva de alcohol. Su familia fue víctima del Holocausto y a su esposa, que no era judía pero sufría esquizofrenia, le fue practicada la eutanasia en el marco de las leyes eugenésicas del régimen hitleriano.

Joseph Roth es uno de los grandes nombres de la literatura austriaca y centroeuropea del siglo XX, y algunas de sus obras, como La marcha Radetzky (1932), La cripta de los Capuchinos (1938) o La leyenda del Santo Bebedor (1939), se han traducido a numerosos idiomas. Sus restos mortales reposan en el cementerio Thais de París. En la lápida de su tumba se lee, sencillamente: “Escritor austriaco muerto en París”.

El texto que se reproduce a continuación pertenece a una crónica escrita en Bakú (capital de Azerbaiyán) y publicada en el Frankfurter Zeitung el 26 de octubre de 1926. Se encuentra recogida como capítulo VII en su libro Viaje a Rusia. [1]
Albert Lázaro-Tinaut

Sello emitido en 1994 por el correo de Austria
para conmemorar el centenario de Roth.


El laberinto de pueblos del Cáucaso 


Por
Joseph Roth

Hay aquí un pulular de pesados gorros de piel; representan a la mayoría de los pueblos caucásicos. ¿Y cuántos hay en la inmensa región del Cáucaso, de 455.000 kilómetros cuadrados? Un cabecilla envejecido contó entre cuarenta y cuarenta y cinco. Solo en el norte del Cáucaso tuvieron que formarse nueve repúblicas, tras la Revolución. Yo ya sabía que allí viven los nogais, los kara-nogais (nogais negros), los turkmenos (que todavía llevan pendientes en la nariz) y los armoniosos karachaios.

Músicos nogais en una tarjeta postal de principios del siglo XX.

Todos hemos aprendido que en el Kurdistán viven los kurdos, y en Karabaj los armenios. ¡Pero de cuántos pueblos puede hablarme un erudito, el filólogo finlandés Stimumagi, del Instituto de Investigación de Azerbaiyán! Conoce a los mugalos y a los lezguinos, hábiles artesanos, etnias del Daguestán; solo en el distrito de Kubruico hay cinco pequeñas etnias: los khapurlinzos, los jinalugos, los budujos, los chekchos, los krislos; los 50.000 kurinos, al sur de los lezguinos; los tatis, que son un resto de los antiguos persas –asentados allí en el siglo VI y VII como murallas humanas contra los jázaros y los hunos–; en el distrito de Nuja, los vartechos y los nidsechsos; los talishes en la región de Lenkorán. En las estepas de Mugán viven sectas de campesinos rusos; el zar los confinó allí por la fuerza y como castigo: los dujobori, los molokani, los “viejos creyentes” y los shabátniki. En las ricas aldeas vinícolas de Geuza y Samájov viven compatriotas nuestros, suabos. En su mayoría son de fe menonita. En las aldeas de  Privólnaya y Pribosch viven los judíos más interesantes del mundo: judíos de pureza aria. Se trata de campesinos rusos que anteriormente habían sido shabátniki, santificadores del Shabat. Cuando fueron perseguidos por la Iglesia oficial y las autoridades, se convirtieron, por rabia y despecho, al judaísmo. Se autodenominan gerim (en hebreo, “extranjeros”), tienen una apariencia eslava, viven de la agricultura y la cría de ganado y son, junto con los judíos bielorrusos, “auténticos” judíos semitas, los más devotos de la Unión Soviética.


Jinete karachai (pintura 
de autor desconocido).

Un antisemita racista se encontraría sumamente perplejo ante estos judíos. Una perplejidad aún mayor le causarían los “judíos de la montaña”. Yo los he visitado. Aunque ellos afirmen ser ortodoxos, no son, según la ciencia, semitas. Pertenecen a la etnia de los tatis. Me he enterado de que, antes de la guerra, los sionistas trabaron contacto con estos judíos de las montañas. Se puso en evidencia que el clero de los judíos montañeses –al contrario de sus colegas semitas orientales de cuño ortodoxo– simpatizaban con el sionismo. La guerra rompió esos contactos, la Revolución los destruyó. La juventud comunista de los judíos montañeses no solo es anticlerical, sino que exhibe una conciencia nacional tati, no judía. “Nuestros compañeros de etnia –dicen los judíos montañeses jóvenes– no son los judíos del mundo, sino los tatis, los musulmanes y los católicos armenios.” De modo que ahora se han abierto las primeras escuelas (por de pronto dos) cuya lengua de enseñanza es el tati. Nunca ha existido una escritura tati. Escogieron la solución menos práctica posible y decidieron utilizar los caracteres hebreos para la lengua tati. Mientras tanto, hasta los turcos han adoptado el alfabeto latino.

Escuela sovietizada de judíos de la montaña (tatis)
del Azerbaiyán en la década de 1920.

Según una teoría –todavía discutida–, los pueblos del Cáucaso son de estirpe jafática o alarodiana. Los jafetitas habrían colonizado todas las regiones del Mediterráneo: eran jafetitas los hititas bíblicos –pero no los de Urartu, que eran caldeos–, los nairíes y los mitanios, nombrados en las escrituras cuneiformes asirias, los antiguos pobladores de Chipre y Creta, los pelasgos, los etruscos y los ligures, los íberos, así como sus actuales descendientes, los vascos pirenaicos [2]. Los indoeuropeos expulsaron a los jaferitas, los iraníes llegaron al Cáucaso, iranizaron a las tribus que habían asentado allí los sasánidas [3], los árabes les trajeron el islam, los turcos su lengua. No se consiguió nunca una asimilación general. En los inaccesibles desfiladeros y valles del Cáucaso viven los últimos y exóticos restos de unas culturas que, de otro modo, habrían desaparecido hace mucho, desvanecidas en el tiempo. Se puede ver el entero desarrollo de la humanidad con ejemplos, aún vivos, del Cáucaso: la vía que llevó al primitivo troglodita a convertirse en agricultor sedentario, el nómada guerrero en apacible pastor, el salvaje cazador en dujobor pacifista, vegetariano por motivos religiosos.

Mapa simplificado de los pueblos del Cáucaso, según Eurasia 1945.

Todos estos pueblos poseen en la actualidad una total autonomía nacional tan solo por haber llegado al estadio cultural que les ha permitido exigirla. En Rusia, de entre todos los postulados de la democracia y del socialismo, el referirse a la igualdad de derechos de las minorías nacionales se ha llevado a cabo de forma brillante y modélica. La solución al problema de las minorías en el Cáucaso ha creado, por otra parte, graves complicaciones: a veces en una única ciudad de tamaño medio han establecido su sede las autoridades centrales de tres repúblicas distintas. El resultado ha sido una ciudad compuesta, en realidad, de tres ciudades. Y cada una de las naciones, incluso la más pequeña, reivindicaba sus derechos. Una conciencia nacional recién adquirida se convierte fácilmente en nacionalismo. Tal vez habría sido más práctico rusificar, de una forma apropiada, todas las naciones, cosa que el gobierno zarista no fue capaz de hacer. Hoy es demasiado tarde, o demasiado pronto. Por el momento y con gran esfuerzo, de una maraña de pueblos se ha creado un laberinto de naciones: es complicado, pero sistemático. El extranjero se desorienta, pero los nativos se encuentran a gusto así. [...] En principio, en la Unión Soviética cada grupo étnico puede convertirse, a su manera, en su propia nacionalidad. [4]

Tipos caucásicos (grabado de finales del siglo XIX).
(Fuente: Mennonite Life)

[1] Joseph Roth: Viaje a Rusia. Traducción de Pedro Madrigal. Edición y posfacio de Klaus Westermann. Ediciones Minúscula, Barcelona, 2008.

[2] Esta teoría, jamás probada (pero muy presente entre los historiadores y lingüistas georgianos), ha inducido a algunos investigadores a pensar que los vascos serían descendientes directos de los íberos, y que éstos procederían de Transcaucasia; en efecto, Iveria era la denominación que dieron los antiguos griegos y romanos al reino de Kartli (el este y el sudeste de la actual Georgia, país que en georgiano se denomina Sakartvelo [საქართველო]), y la lengua georgiana se denomina oficialmente kartuli [ქართული]; los kabardos y los ávaros conservan esta denominación al referirse a su etnia originaria. Aunque hay confusión en este sentido y parece que no existe relación alguna, tengamos en cuenta que los ávaros fueron uno de los pueblos “bárbaros” que invadieron parte del Imperio romano, aunque se asentaron principalmente en tierras de las actuales Hungría, Rumanía, Serbia, Croacia y Eslovenia. Como vemos, Roth se apoya en dicha teoría. (N. del T.)

[3] Entre las tropas iraníes que lucharon contra los sasánidas había, al parecer (según fuentes romanas), kurdos, un pueblo indoeuropeo, al igual que los propios iraníes. Tengamos en cuenta que el Imperio sasánida incluía el sudeste de Anatolia, donde se asienta actualmente una parte importante del pueblo kurdo. (N. del T.)

[4] Evidentemente, Roth se dejó engañar por las apariencias, ya que tras la desintegración de la Unión Soviética se pusieron en evidencia, clara y trágicamente, las rivalidades entre los distintos pueblos del Cáucaso. También resulta curiosamente reaccionaria (en el sentido de contrarrevolucionaria) la idea de rusificar a todos los pueblos de la región. (N. del T.)


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