domingo, 29 de septiembre de 2013

Los imazighen de Marruecos, un pueblo maquiavélicamente engañado

Baile amazigh, obra de la pintora y activista Chama Mechtaly, 
exiliada en los Estados Unidos.

Desde la frontera entre Egipto y Libia hasta las costas marroquíes del Atlántico, en las tierras del norte de África se asienta el pueblo amazigh (más conocido por la ya clásica denominación europea de bereber), formado por diversos grupos étnicos pero con una lengua común, el tamazight, [1] con sus correspondientes variantes dialectales. Son los descendientes del pueblo aborigen de ese extenso territorio, y también de las islas Canarias (los denominados genéricamente guanches, establecidos allí a partir del siglo V antes de nuestra era y castellanizados desde la conquista y cristianización forzadas de aquellas islas en el siglo XVI). 

Las islas Canarias con sus nombres en lengua tamazight.
(Fuente: http://samirajamal.blogspot.com.es, 2011)

También los tuareg, un pueblo nómada del desierto del Sáhara y el Sahel que se localiza sobre todo en el sur de Argelia y de Libia, en Malí, en el Níger y el norte de Burkina Faso, y habla una variedad propia del tamazight, son imazighen.

Caravana tuareg en Malí.
(Fuente: http://afriqasia.wordpress.com)

La presencia de imazighen es muy importante sobre todo en Argelia y Marruecos; la falta de censos (signo de la marginación de que han sido objeto, tanto en la época colonial como tras la independización de los países donde están establecidos), imposibilita la cuantificación de los individuos de los grupos étnicos imazighen que pueblan el norte de África: las cifras son confusas y varían, según las fuentes, entre los 25 y los 45 millones. Hay que sumarles los aproximadamente 2,2 millones que han emigrado a Europa.

Mapa de de los grupos dialectales bereberes,
según Davius / Benutzer:Kapitän Nemo (2008).

Las primeras invasiones militares árabes de los territorios poblados por imazighen –nómadas en su mayoría–, a partir del año 642, para someterlos e islamizarlos, tuvieron distinto éxito. No fue hasta el año 711 cuando los omeyas, a quienes se unieron numerosos imazighen convertidos a la fe mahometana, consiguieron dominar todo el norte del continente africano y, cruzando el estrecho de Gibraltar, iniciaron la conquista de la península Ibérica: la dinastía de los almorávides y, luego, la de los almohades, eran bereberes. 

El cromlech de M'Soura (o Mzora)
es uno de los escasos monumentos
preárabes que se 
conservan en 
Marruecos. Aquí lo vemos en un 
dibujo de 1830.

Fueron muchos, sin embargo, los enfrentamientos que dificultaron la conquista del Magreb (Tamazgha, en tamazight) por los musulmanes; lucharon unidas contra el invasor diversas tribus, y entre estos hechos destaca la revuelta de los años 739 y 740 y otros actos desesperados de resistencia, que resultaron inútiles. El desprecio por los imazighen nació en aquella época y continúa vigente aún en nuestros días, pese a que la convivencia entre ambos pueblos es aparentemente pacífica. El número de imazighen que se han arabizado es incalculable, y casi todos están islamizados.

Ouarzazate, al pie de las montañas
del Atlas, es una de las ciudades
marroquíes de mayoría amazigh.

Ahora se pueden contabilizar más de veinte grupos de imazighen, la mayoría de ellos localizados, como se ha dicho, en tierras argelinas y marroquíes. En las últimas décadas se han hecho muchos esfuerzos para recuperar la cultura tradicional amazigh y para adaptar y unificar distintas variedades de la lengua, usando caracteres latinos que sustituyen el peculiar alfabeto tifinagh. Con ello se facilita no sólo la difusión escrita de la lengua, sino también la enseñanza en las escuelas que la adoptan.

El alfabeto tifinagh tradicional.
(Fuente: Tlaxcala, 2010)

Para terminar esta sucinta presentación del pueblo amazigh, dejamos constancia de algunos personajes célebres que tienen en él su origen familiar: el emperador romano Septimio Severo; Yugurta, rey de Numidia que combatió a los romanos; Agustín de Hipona (san Agustín), uno de los padres de la Iglesia; Tertuliano, otro padre de la Iglesia; san Cipriano de Cartago y el papa san Melquíades.

A continuación presentamos un texto que nos ha hecho llegar el poeta y militante del Movimiento Amazigh Ali Khadaoui con ruego de difusión, en el que se aprecia la hipocresía y el desprecio con que el Estado marroquí trata a los imazighen tras una sonada (y falsa) campaña propagandística internacional en la que se reconocían “oficialmente”, en la nueva Constitución, los derechos de ese pueblo.


Albert Lázaro-Tinaut

[1] Para aclarar conceptos: amazigh es la forma singular, imazighen, su plural, y tamazight el femenino, que se aplica habitualmente a la lengua de este pueblo.


La letra yaz del alfabeto tifinagh, que representa al hombre libre, es el símbolo de la nación amazigh.


Los imazighen, rehenes
de las leyes orgánicas marroquíes


Por Ali Khadaoui

Durante más de medio siglo, el pueblo amazigh y su cultura, en todas sus manifestaciones, no sólo ha sufrido la incomprensible negación de su reconocimiento, sino también una marginación que tenía mucho de desprecio y no poco de muerte programada. Esta situación de claro apartheid tuvo como consecuencia el surgimiento del Movimiento Amazigh, social y político, que se inscribía a la vez en una continuidad identitaria del norte de África y en la modernidad a través de los valores de la democracia, la ciudadanía y los derechos humanos.

La lucha de ese movimiento, que conoció momentos difíciles cuando no desesperados bajo el régimen de Hasán II (1961-1999), encontró por primera vez una respuesta en el discurso que el nuevo rey, Mohamed VI, pronunció en Ajdir en 2001. En efecto, aquel discurso que entonces se consideró histórico y que dio pie a la creación del IRCAM (Institut Royal de la Culture Amazighe), alimentó enormes esperanzas con respecto a la resolución definitiva y equitativa de la cuestión amazigh en Marruecos. No se tuvieron en cuenta, sin embargo, los privilegios de quienes se beneficiaron a costa de la resistencia amazigh a la colonización francesa: así, todas las medidas tomadas por las más altas instancias del Estado han tardado diez años en materializarse mediante la oficialización de la lengua y la identidad de los imazighen, recogida en la Constitución marroquí de 2011. Ocultada durante mucho tiempo por el pensamiento dominante árabo-islámico, la cultura, la lengua y las tradiciones del pueblo amazigh eran reconocidas en su territorio histórico.


Manifestantes imazighen mostrando su bandera.

Sin embargo, la oficialización efectiva está sometida a unas leyes orgánicas que aún ha de redactar el gobierno y aprobar el Parlamento. El problema radica en que ni el gobierno ni el Parlamento son democráticos, y se muestran hostiles a los derechos del pueblo amazigh, lo cual supone que, de hecho, éste, su lengua y lo que ella implica son rehenes de las instituciones de un Estado que se proclama de derecho, en las que no pueden integrarse; al contrario, los derechos de los ciudadanos autóctonos imazighen son burlados permanentemente.

Al cabo de dos años de la “aprobación” por el pueblo marroquí de la Constitución de 2011, las leyes orgánicas correspondientes no han sido sometidas al Parlamento. El 2 de julio de 2013 se celebró en la capital del país, Rabat, una conferencia nacional sobre esta cuestión. En ella estuvieron presentes e hicieron uso de la palabra, sucesivamente, el Consejero del Rey, el Primer Ministro, el Presidente del Parlamento, los ministros de Comunicación y de Cultura, y después de haber escuchado los discursos de todos esos dignatarios del régimen, todos los afectados por la cuestión replicaron unánimemente que el gobierno ni tan siquiera ha empezado a reflexionar sobre ninguna iniciativa que permitiera iniciar el proceso de redacción de las leyes orgánicas que han de presentarse al Parlamento. En otras palabras, y contrariamente a lo que afirmaron unos y otros responsables, la traducción de la oficialización de la lengua tamazight en hechos no es, ahora mismo, una prioridad del gobierno; algunos llegaron incluso a mencionar que la intención del gobierno presidido desde noviembre de 2011 por Abdelilah Benkirán no tenía el propósito de presentar esas leyes orgánicas al Parlamento hasta el último año de la legislatura, con el claro propósito de ganar tiempo.


El rey Mohamed VI anunciando solemnemente la nueva Constitución
marroquí en Rabat, el 17 de junio de 2011.
(Foto © AFP/Azzouz Boukallouch)

Por otra parte, todos los altos cargos presentes en la mencionada conferencia repitieron los mismos conceptos, que los militantes imazighen consideran bombas de efecto retardado: “la cuestión amazigh afecta a todos los marroquíes”, es decir, también a quienes la combaten por todos los medios; “supone, por consiguiente, una responsabilidad de todos” (entiéndase de nadie); “no debe utilizarse políticamente”, lo cual significa que es el pueblo amazigh quien no debe utilizarla, ya que, de hecho, todos los partidos políticos la utilizan, igual que lo hace el poder, para sacar todo el provecho político de ello.

Lo más grave es que se constata la puesta en cuarentena, de facto, de las promesas escuchadas en el discurso real de Ajdir y la creación del IRCAM con el pretexto de que previamente es necesaria la aprobación de las leyes orgánicas. Así pues, nueve años de enseñanza de la lengua tamazight se retrasan ad calendas graecas. La programación televisiva limita a un 20 % los programas folklóricos dedicados a la comunidad amazigh, mientras que el 80 % de la misma se destina a programas de variedades y propagandísticos de la arabicidad. Añádase a eso que todavía están prohibidos por el Registro Civil los nombres en tamazight, que muchos militantes imazighen permanecen en prisión y que las actividades de las asociaciones imazighen están sometidas a limitaciones, cuando no a prohibiciones administrativas. Por si fuera poco, no se concede ninguna subvención a las asociaciones consideradas independientes de los partidos legalizados y del poder establecido.

Está claro que el objetivo del poder y sus aliados consiste únicamente en ganar tiempo y más tiempo para que el proceso de arabización de la sociedad amazigh, iniciado desde lo que en Marruecos se denomina “la independencia”, prosiga y se consolide, ya que en los últimos cincuenta años una política criminal de arabización ha destruido gran parte del patrimonio inmaterial amazigh. Cuando nadie sepa hablar la lengua tamazight llegará el momento de reconocer los derechos de los imazighen, que ya no podrán disfrutarlos. Varias generaciones de imazighen arabizados ni siquiera entienden lo que dicen sus parientes que han conservado la lengua autóctona. En las ciudades, e incluso en el medio rural, la comunicación familiar ya resulta más que paradójica: los padres hablan tamazight con sus hijos y éstos les responden en darija, el árabe coloquial marroquí.

De todo lo dicho se puede sacar una conclusión: la gestión marroquí de la cuestión amazigh –una gestión presentada como ejemplo en todo el norte de África por los medios de comunicación, a veces bienintencionados–, es de lo más maquiavélico: todo lo que se dice de cara a la opinión pública extranjera es fantástico y nada tiene que ver con la realidad, como se explica en esta denuncia. Ante las instancias internacionales que inquieren sobre la situación en el Estado marroquí, éste se presenta como paladín los derechos humanos, culturales y lingüísticos y proclama el ejemplo de la comunidad amazigh como pueblo autóctono respetado; la propaganda oficial se refiere a los progresos registrados al respecto en el reino, aludiendo a la Constitución, el IRCAM, el supuesto pluralismo, etc.



La sede del IRCAM (Institut Royal de la Culture Amazighe) en Rabat.

Hace pocos meses, una de las escasas diputadas que tienen la valentía de referirse a la lengua tamazight en el Parlamento marroquí fue llamada al orden, y su audacia dio como resultado la prohibición del uso del tamazight “oficial”, incluso oralmente, en dicho Parlamento con el pretexto de que la representación del pueblo (sic!) no dispone de medios de traducción, cuando es bien sabido que al reino le satisface enormemente organizar coloquios, encuentros en la cumbre y reuniones de diversos foros internacionales, que explota como tribunas propagandísticas, y en tales ocasiones sí que dispone de traductores y de los materiales necesarios en cualquier lengua del mundo. Los responsables estatales saben perfectamente que hay centenares de personas imazighen perfectamente capacitadas para traducir instantáneamente la lengua realmente autóctona del país a todas y cada una de las lenguas presentes en Marruecos: el árabe, el francés, el español e incluso el inglés.

Es evidente, pues, que la voluntad política de revalorizar la lengua y la cultura del pueblo amazigh, de integrarla realmente en las instituciones del Estado, no existe en absoluto en el reino cherifiano. Esa falta de voluntad, no obstante, queda camuflada tras un discurso aterciopelado que, curiosamente, siempre ha admirado a las elites imazighen, tan ingenuas e incrédulas ante el maquiavelismo de un majzén [1] que suele manejar con soltura las riendas del poder mediante la demagogia y basándose en la corrupción, del mismo modo que el pueblo llano no ve más que lo aparentemente positivo de una política que ni siquiera los politólogos mejor informados acaban de comprender.

Ante ese maquiavelismo heredado de los tiempos de Hasán II, que muchos de los responsables políticos de aquella época han conservado, el Movimiento Amazigh debe revisar su estrategia, sus tácticas e incluso su organización.

Como se ha dicho, parece evidente que los dirigentes marroquíes se amparan en la Constitución para conseguir que algunos asuntos se prolonguen en el tiempo y vayan pasando los años sin que se resuelvan. Mientras tanto, los ancianos que sobrevivan habrán ido desapareciendo juntamente con un importante patrimonio; lo mismo irá ocurriendo con quienes todavía hablan tamazight. Quedarán aquellos que no hablen ni comprendan esa vieja lengua, los darijófonos dispuestos a proclamarse “árabes”, aunque un decenio antes sus familias hablaran tamazight.

La política cultural genocida iniciada hace medio siglo ha dado, sin duda, los resultados que se deseaban, y continúa dándolos. Pero esta constatación no hace más que confirmar la tesis de que han sido los propios imazighen quienes han favorecido esa política: hay muchos instrumentos que permiten a los diferentes poderes del norte de África llevar a cabo una política suicida que aún no ha encontrado su lugar, en el pensamiento psicoanalítico, en su acepción de “suicidio colectivo” de un pueblo que tiene tras de sí una historia milenaria.

Traducción del francés: Albert Lázaro-Tinaut

[1] Palabra árabe (المخزن) que antiguamente designaba al Estado marroquí y que ahora se aplica corrientemente a la oligarquía y la elite dirigente –e influyente– e intelectual del país, cercana al rey y a la familia real de Marruecos. [N. del T.]

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miércoles, 22 de mayo de 2013

Apuntes sobre el folklore armenio

El monte Ararat, uno de los grandes símbolos de la tradición
y la cultura armenias, desde el monasterio de Jor Virap.
(© Andrew Behesnilian)

Por Aram Ghanalanian

Se considera que el folklore armenio es uno de los más antiguos y ricos del mundo.

Hasta la creación de la escritura y la literatura (siglo V) fue, sin duda, una de las formas de manifestación de las emociones e inquietudes del pueblo, de su vida y de su lucha. Luego, cuando la cultura pasó a ser patrimonio de los estratos más altos de la sociedad, mantuvo un papel fundamental.

El folkore tradicional armenio refleja, como se ha dicho, las penalidades y los combates del pueblo, sobre todo contra los invasores extranjeros. Traduce, al mismo tiempo, las protestas vehementes contra las exacciones laicas y clericales y describe con realismo la vida diaria, el trabajo, las concepciones y las creencias de la gente.

El mítico guerrero Haik representado en una escultura
de la ciudad de Ereván, capital de Armenia.

De entre las viejas leyendas armenias citemos las de Haik y Bel, la de Aram, de la Trok Angegh, la de Ará Geghetsik y Shamiram, la de Artavazd y Vahagn, que Movsés Jorenatsí (385-487, más conocido como Moisés de Corene), célebre historiador armenio del siglo V, relata en su Historia del pueblo armenio. Haik y Bel y Ará Geghetsik y Shamiram [1]; esas leyendas recuerdan los combates heroicos que los antepasados de los armenios (como los pobladores del reino de Urartu) libraron contra los invasores asirios. [2]

Moisés de Corene según el pintor armenio
contemporáneo Gevorg Avagyan.

La leyenda-canción Vishapakagh Vahagn, por su parte, con sus coloridas y pintorescas imágenes, es una auténtica joya del arte trovadoresco avant la lettre: describe el nacimiento milagroso del héroe de fuego, con su sable-rayo que utilizaba para luchar contra los terribles dragones que retenían el agua celeste, ajaban la vegetación y echaban a perder las cosechas.

El cielo, la tierra y el mar púrpura
sufrían los dolores del parto;
en el mar, la pequeña caña roja
era presa de esos dolores.
De la caña salía humo,
de la caña salían llamas;
y entre las llamas corría un adolescente rubio;
sus cabellos ardían,
ardía su barba
y sus ojos eran soles.

Los cuentos populares son numerosísimos y muy variados: Hazaran Blbul, Odzamanuk y Arevhat, Garnik Ajper, Ojik, Kadzhants Tagavor, Kadj Nazar, El tejedor sabio, El calvo ingenioso y muchos otros evocan mundos de luz y tinieblas, poblados por genios negros y blancos; se encontraban en ellos manzanas maravillosas que ofrecían el don de la inmortalidad, caballos en llamas, viejas brujas, bravos y valientes jóvenes a quienes ningún obstáculo podía detener, y dulces y bellas muchachas.

Cubierta de la versión en español del libro 
Cuentos y leyendas de los armenios, un pueblo 
del Cáucaso, de Reine Cioulachtjian 
y Catherine Chardonnay.

Todos esos cuentos reflejan los deseos y las aspiraciones de labriegos y artesanos, sus sueños de tareas apacibles, de una vida libre sin limitaciones, una vida donde reinaran la abundancia y la felicidad. El mantel mágico que aparece a menudo en los cuentos armenios es la expresión alegórica de esas esperanzas: quien estuviera en posesión de ese mantel viviría en la abundancia y dispondría de manjares de toda especie, de objetos milagrosos (una muela de molino prodigiosa, una antorcha hechizada, etc.).

El célebre cuento Hazaran Blbul (‘El pájaro Blbul’) es de una belleza extraordinaria; el delicioso canto del pájaro consigue que florezca de nuevo un jardín abandonado y arrasado por fuerzas malévolas. [3]

Hazaran Blbul representado en una 
ilustración de Hratchuhi Grigorian 
para un cuento infantil armenio 
de Ghazaros Aghayan.

La novela épica Sassountsi Davit (‘David de Sasún’) es el tesoro más preciado del folklore armenio. Esta epopeya aúna el espíritu y la sustancia de las leyendas mitológicas más antiguas, los cuentos mágicos, las narraciones, las crónicas, las canciones… Se compone de cuatro partes: Sanasar y Baltasar, Mher el Grande o Mher el León, David de Sasún y Mher el Pequeño. La parte más desarrollada, sin embargo, es la de David.

Se trata de una grandiosa evocación del pasado trágico y glorioso del pueblo armenio, de sus incesantes luchas contra los numerosos invasores extranjeros del país; pero es también una enciclopedia precisa y detallada de sus hábitos y costumbres, de su acontecer cotidiano, de sus creencias y de sus concepciones religiosas. En esta obra se encuentran los hechos y las figuras de la época de la dominación brutal del califato árabe (siglos VIII a X), las exacciones de los opresores y las revueltas populares de la región de Sasún y de las provincias limítrofes. El patriotismo de David, su humanidad, su anhelo de paz, su inquebrantable voluntad de justicia, su bravura y su valentía conservan aún hoy en día el valor emotivo. Esta obra, además, puede considerarse sin duda uno de los monumentos de la cultura universal, y figura entre las mejores novelas épicas del mundo. [4]

David de Sasún representado en una película 
de animación de Hayk Manikuyan.
(© Hayasa Pictures)

Las canciones populares (cantos de labor, de amor, de emigración, himnos a la naturaleza, danzas, cantos pastoriles, cancioncillas humorísticas, canciones de cuna…), destacan por su belleza y su gracia y ocupan un lugar destacado en el folklore armenio. En los cantos de emigración (o de gharib) palpita siempre el corazón nostálgico del exiliado; se trata en todos los casos de bellas canciones patrióticas:

Era yo un plantón de melocotonero
que crecía en un roquedal.
Vinieron ellos, me arrancaron, me llevaron consigo
y me plantaron en su jardín.
Con azúcar hicieron un jarabe
y lo rociaron sobre mí.
¡Venid, hermanos, llevadme con vosotros
a mi roquedal, regadme con agua de nieve!

Dentro de este rico folklore hay que dar cabida también a los dichos populares y los refranes. Concisos y claros, son muy numerosos y constituían un modo de expresar muchas cosas, pero también un medio para denunciar a los opresores. El genio satírico del pueblo armenio es de una gran viveza. Veamos algunos ejemplos:

Nunca se sienta un armenio si no es que cae de pura fatiga.
Tierra de Armenia, tierra de lamentaciones.
No cualquier madera sirve para hacer un cucharón.
Todos los montes no pueden ser el Ararat.
Si dulce es la sangre del padre y de la madre, dulces son la tierra y el agua de la patria.

Las tradiciones populares y el folklore tradicional
se mantienen 
todavía muy vivos en Armenia.
(Fuente: Village Log / The COAF Blog)

A lo largo de los siglos, el folklore ha sido fuente de inspiración para los escritores armenios; dos grandes poetas especialmente, Hovhannes Tumanyan y Avetik Isahakyan, compusieron sus mejores obras, tanto en prosa como en verso, a partir de materiales recogidos del folklore o inspirados en él.

(Versión y notas de Albert Lázaro-Tinaut a partir
de 
la traducción al francés de T. Kara-Sarkissian.) 

[1] Semíramis, la legendaria reina de Asiria, en armenio.
[2] Son muy interesantes los datos históricos sobre la antigua Armenia que se encuentran aquí.
[3] Se identifica a esta ave maravillosa con el pájaro de fuego, común a diversas tradiciones indoeuropeas, entre ellas, sobre todo, la rusa.
[4] Para obtener más información en español sobre esta epopeya, merece la pena leer el artículo de Vartán Matiossián “La epopeya armenia ‘David de Sasún’: Introducción a su interpretación histórica”, publicado en Transoxiana, Buenos Aires, núm. 5 (diciembre de 2002); se puede encontrar a través de este enlace.

Este artículo se publicó originalmente en la revista Europe, París, núm. 382-383 (febrero-marzo de 1961). El traductor agradece a Maria Ohannesian la revisión del texto).


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martes, 16 de abril de 2013

Viajeros por Rusia: Dionisio Ridruejo




Soldados españoles de la División Azul durante la sangrienta
batalla de Krásni Bor, en la periferia de Leningrado (10 de febrero
de 1943), según una ilustración de Ramiro Bujeiro.
(Fuente: Foro Segunda Guerra Mundial)


Por
Andreu Navarra Ordoño


Ferran Valls i Taberner fue a Rusia para hacer turismo. Montserrat Roig, para escribir un libro sobre el cerco de Leningrado. Rovira y Virgili, para ver desfilar las armas que él creía que acudirían a defender a la Segunda República Española. Ángel Pestaña, para analizar el sistema sindical soviético. Rodolfo Llopis, para aprender de otras tradiciones pedagógicas…; pero el caso de Dionisio Ridruejo (Burgo de Osma, Soria, 1912 - Madrid, 1975) es ciertamente especial, puesto que fue a Rusia para matar comunistas, enrolado en la División Azul.

Las razones para ejercer tal voluntariado no las ocultó nunca en sus diarios, y deben relacionarse con sus experiencias de la guerra civil. Destinado a tareas de prensa y propaganda, Ridruejo no disparó ni un solo tiro, lo cual debía constituir una especie de humillación para un falangista de primera hora con deseos de significarse debidamente. En segundo lugar, tras la toma de Barcelona, el autor ha dejado largamente explicado su largo proceso de revisión a fondo de sus ideales políticos.

Ridruejo con el general Juan Yagüe
en Barcelona, tras la toma de
la ciudad por las tropas franquistas
(enero de 1939).


No es ésta una historia ciertamente desconocida y no hay espacio para volver a ella aquí, sobre todo disponiendo ya de la monumental edición de Casi unas memorias [1], desbrozadas y puestas al día por Jordi Amat. Nadie como el propio Ridruejo para ilustrarnos acerca de aquellos cambios trascendentales que se fueron operando en la conciencia del escritor soriano. Y es que él mismo nos avisa de que aquella evolución fue lentísima y atravesó diversas fases que, observadas sin un conocimiento profundo, pueden parecer hasta paradójicas. Nos disponemos a radiografiar el estado de esa conciencia durante el otoño y el invierno de 1941.

Porque, desengañado con la paz franquista, la neutralidad del dictador y la retórica triunfalista de la España de 1940, desarbolados ya los estandartes revolucionarios de la Falange más aguerrida, la reacción primera de Ridruejo fue radicalizar el extremismo político y refascistizarse, y en muy buena medida el ingreso del autor en la División Azul se comprende como una huida hacia adelante, como un último intento de participar en un proyecto fascista coherente. Pero, sobre todo, debe comprenderse como el último intento de Ridruejo de vivir como un auténtico soldado, sintiendo las adversidades de la vida castrense y militar con un sentido ascético, purificador, desterrador del señorito que uno percibía dentro: “Si hemos aceptado ser –voluntariamente– soldados, sin privilegio alguno, sin valimiento de nuestras circunstanciales categorías políticas o sociales, esto debe hacerse por entero y sin reservas y tomando todas las ventajas posibles de esta nueva situación: todos los enriquecimientos –que no son pocos– inherentes a la humana y suficiente desnudez”.

Uno de los emblemas
de la División Azul.
(Fuente: Foro Segunda Guerra Mundial)


Por esta razón aguanta nuestro protagonista que un oficial alemán lo llame deficiente mental, o el cargar durante una jornada entera las piezas de una enorme ametralladora antiaérea desmontable. En otras palabras: el autor estaba harto de la vacua declamación oficialista del franquismo triunfador, tan distinto del sueño social propugnado por los viejos falangistas, y por eso había decidido borrar al burgués, ser por fin un soldado raso más y acometer alguna clase de empresa realmente acorde con un ideario cada vez más difícil de sostener: “Ahora mismo está prevaleciendo lo inferior, lo mediocre, ‘la confabulación a los tontos’ que decía un amigo mío: tontos crónicos, tradicionales y llenos de suficiencia pedestre. Eso domina incluso a la un día esperanzadora Falange”.

Confieso que cuando acudí a la lectura de Los cuadernos de Rusia [2], cuya publicación fue póstuma, mi interés primordial no era el zambullirme en las razones de la pirueta intelectual del siempre apasionante Ridruejo (ya he dicho que en Casi unas memorias esta cuestión había quedado suficientemente aclarada), sino otro quizá más malicioso: detectar y localizar los momentos en los que el poeta soldado entraba en contacto con los perdedores y los perjudicados por el nazismo, para intentar comprender, a la altura de 1941, de qué forma podía seguir defendiendo Ridruejo el sistema de valores nazi-fascista.

En este sentido, el fragmento más significativo desde mi punto de vista ha sido el siguiente: “Aún en Radozscovice he visto pasar un grupo de judíos, marcados, abatidos, con la mirada vaga. No sé de dónde ni hacia dónde. Pienso, mientras siento una gran piedad, que una cosa es la formulación de la teoría y otra la de los hechos. Comprendo la reacción antisemítica del Estado Alemán. Se comprende por la historia de los últimos veinte años. […] Pero si esto –e incluso las articulares razones nazis– se comprende, deja de comprenderse tan pronto  como nos encontramos, en concreto, cara a cara, con el hecho humano: estos judíos traídos a Polonia o extraídos de ella que sufren, trabajan, probablemente mueren. Si se comprende no se acepta. Ante estos pobres, temblorosos seres concretos, se hunde la razón de toda la teoría”.


Evacuación de la población durante el cerco de Leningrado.

He leído y rumiado estas frases como cien veces y creo haber alcanzado alguna conclusión: Ridruejo hizo en la Unión Soviética, y vestido con el uniforme del ejército alemán, lo que, según Hannah Arendt, no hicieron Eichmann o tantos otros funcionarios del Tercer Reich: pararse a pensar, es decir, dejarse contaminar, aunque fuera por escasos segundos, por la razón.

Y no es la única vez que me he acordado de Hannah Arendt leyendo los cuadernos de Ridruejo. Un poco más abajo afirma Ridruejo que “es triste cosa ser verdugo”, con lo cual nos demuestra que esa horrible teoría aún no había sido abatida, aunque sí se había resquebrajado. Cuenta Hannah Arendt en su insuperable ensayo sobre Eichmann, del que, por cierto, existe una nueva y extraordinariamente económica versión, aunque desafortunadamente no edite el texto íntegro [3], que la justificación (el “cliché autosatisfactorio”) incrustado deliberadamente en el cerebro de los funcionarios del Reich era disfrazar la responsabilidad de penosa sujeción a un destino superior o necesidad externa que anulaba la conciencia. A través de esta sencilla operación, los victimarios eran las víctimas, puesto que “molestaban” con su desgracia y los verdugos se veían “obligados” a hacer lo que se les ordenaba  como un deber penoso. Y lo que se les ordenaba era exterminar al ofensor del Reich, porque permanecer inocente, con la conciencia alerta, era atacar al régimen.

Hannah Arendt.


El hecho de pararse a pensar no significa que Ridruejo fuera menos nazi en esos momentos, o que su decisión de ir a Rusia para matar “comunistas” fuera menos grave. En varias ocasiones nos expresa su autor el asco “atávico” que le producen los judíos. Lo que significa es que esas esporas de contradicción que le condujeron a romper con su trayectoria anterior, ya estaban efectivamente allí, y su conciencia las iba cocinando poco a poco con lo que tenía más a mano (la piedad cristiana, los valores católicos, el programa social ignorado de la Falange republicana).

Por otra parte, si alguien me pidiera que resumiera en una sola palabra el contenido de estos Cuadernos de Rusia, primorosamente escritos, sesudos, ciertamente buscaría la palabra “avidez”. Avidez de consignar paisajes, ansia por comunicarse de alguna forma con toda clase de gentes: mujiks, judíos, muchachas, niños, campesinos lituanos, polacos, bielorrusos, ucranianos, rusos, relojeros, sacerdotes, pícaros. Ansia de coleccionar retazos de recuerdos estéticos, poetizables, en un ambiente ciertamente salvaje y destructivo.

De cada pueblecito o ciudad interna Ridruejo liba el zumo más íntimo, desde su base de partida en Grafenwhör, hasta Smolensk, pasando por varias aldeas de la Prusia Oriental y Polonia, y por las ciudades de Minsk, Vitebsk y Nóvgorod, que es la única que le llega a revelar realmente el carácter y la historia de los rusos. Una madre avejentada que da de mamar a su hija en una chabola, una perturbadoramente bella campesina de trece años vestida con harapos cantando en un camino lleno de cráteres de obús, o unas ancianas que llevan corriendo a bautizar a sus nietos a una iglesia medio en ruinas, son fenómenos que le interesan mucho más que la gloria cañonera y la fraseología joseantoniana.


La tragedia de la población civil en Rusia durante la guerra. 
(Fuente: Kluvik Archives)


En un momento llega a exclamar que “esta aventura no va siendo más que una antología de paisajes”. El profundo odio contra el marxismo aparece aquí como asordinado por una postura cristiana, aunque cuando el autor se pone en plan teórico (por suerte ocurre pocas veces) sucede meridianamente lo contrario, es el dogmatismo religioso lo que ha conducido a todo lo demás: “Debemos adquirir el derecho a decir no sólo que rechazamos el comunismo sino por qué y para oponerle qué cosa. Estimamos justa la pretensión revolucionaria anticapitalista. Pero no es preciso sacrificar a esa revolución ni a ninguna otra cosa valores que estimamos esenciales: el Evangelio de Cristo, la fe en la inmortalidad, el sentimiento el honor, el derecho a una vida propia y libre, a una familia y a una comunidad depositaria de las tradiciones y los proyectos colectivos […], real y actuante: la Patria”.

Pero a poco de entrar a explorar estas páginas nos damos cuenta de que el ideal del diarista es fundamentalmente religioso, y que juzga la expedición divisionaria como una segunda oportunidad para la mentalidad de cruzada: “Una alianza del Papa con Hitler (de éste con el Papa) salvaría a Rusia, terminaría el cisma oriental y acaso regenerase al mundo todo”. Pobre Ridruejo. Qué desinformado de la naturaleza real de los planes de Hitler. Nuestro hombre creyó que la idea sería germanizar y civilizar a los rusos, apoyados en letones, fineses y ucranianos; realmente no sabía que el objetivo no era otro que someter, esclavizar, fusilar y gasear, y junto a rusos y comunistas a un buen número también de clérigos católicos. Y, obviamente, el cisma le importaba a Hitler bastante poco, sobre todo comparado con los yacimientos de petróleo del Sur.

Dionisio Ridruejo.


Y es que éste fue el “problema” (o la grandeza) de Ridruejo: sentirlo todo de una forma demasiado auténtica. Su catolicismo no puede ser más que un misticismo. La destrucción del comunismo no puede ser más que comprensión involuntaria, curiosidad por ver si realmente lo observado era lo prejuzgado. Pero claro, esta postura vital trajo también otras consecuencias: el falangismo no pudo ser otra cosa que nazismo, el deseo de ascesis no pudo tomar otra forma que el formar entre los voluntarios de la División Azul. El deseo vehemente de desfilar sobre Moscú y contribuir a una regeneración religiosa de Rusia pasaba por disparar unos cuantos tiros, ver fusilar a unos cuantos civiles atrapados en la red represora de los alemanes, elementos con los que no se había contado. Por eso la pregunta que nos hacemos, y perdónesenos la grosería, es la que le hubiéramos espetado a aquel poeta flacucho, amigo de la noche, los llanos esteparios y los árboles, hubiera sido más o menos ésta: ¿qué hace un tipo como tú en una División como esta?

En diciembre de 1941, en Riga, el poeta soldado se subía a una báscula en una clínica y comprobaba, perplejo, que sólo pesaba 35 kilos. La aventura soviética de Ridruejo, por lo tanto, terminaba allí. El autor acabaría abrazando la socialdemocracia como resultado último de sus íntimos y trabajosos procesos de revisión. Pero no cualquier socialdemocracia, sino su propia socialdemocracia, única y desesperada y solitaria. Todas estas contradicciones atraviesan el relato del viaje del autor, un relato sereno, sorprendentemente (y quizá alarmantemente) calmo.






[1] Dionisio Ridruejo: Casi unas memorias. Ediciones Península, Barcelona, 2012.
[2] Dionisio Ridruejo: Los cuadernos de Rusia. Editorial Planeta, Barcelona, 1978.
[3] Hannah Arendt: Eichman y el holocausto. Traduccion de Carlos Ribalta. Taurus Ediciones, Madrid, 2012.


Esta es una nueva entrega de la serie de artículos “Viajeros por Rusia”, de la que es autor Andreu Navarra Ordoño. La primera, dedicada a Ferran Valls i Taberner, se publicó en Impedimenta el 7 de enero de 2012 (véase aquí). La segunda, dedicada a Antoni Rovira i Virgili, apareció en dos partes el 3 y el 20 de mayo del mismo año (véase aquí). La tercera, sobre el viaje a Rusia de Manuel Vázquez Montalbán, el 17 de noviembre (véase aquí).

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domingo, 10 de marzo de 2013

Béla Bartók, un punto y aparte en la música europea del siglo XX


Detalle del monumento a Béla Bartók en el parque de Szent Miklós 
de Siófok (Hungría), obra del escultor Imre Varga (2004).
(Fuente: Városom.hu)

“Bartók era uno de esos hombres que, impulsados por una insatisfacción perpetua, querían cambiarlo todo, conseguir que todo lo que había en la superficie de esta tierra fuera más bello y mejor. Formaba parte de esa categoría de individuos donde se encuentran los grandes artistas, los sabios, los exploradores, los inventores y, en política, los grandes revolucionarios, como Cristóbal Colón, Galileo y Kossuth, quienes dejaron tras de sí un mundo distinto del que habían encontrado cuando nacieron.”

Son palabras escritas en 1956 por otro de los grandes músicos y pedagogos musicales húngaros del siglo pasado, Zoltán Kodály, en la introducción de la obra colectiva Bartók, su vida y su obra, publicada bajo la dirección del insigne musicólogo Bence Szabolcsi. [1]

Zoltán Kodály según un dibujo de Ferenc Medgyessy.
(Fuente: Magyar Folklór Múzeum)



Bartók nació en Nagyszentmiklós (actualmente Sânnicolau Mare, en el Banato rumano, entonces integrado en el Imperio austrohúngaro) el 25 de marzo de 1881, y murió en Nueva York el 26 de septiembre de 1945. Penetrar en su biografía significa perdese en los entresijos de la vida plena de un hombre infatigable. Compositor, pianista y folklorista, tuvo la suerte de nacer en una región, el Banato –hoy repartida entre Rumanía, Serbia y el sur de Hungría– donde confluían tres culturas: la húngara, la rumana y la eslovaca, es decir, en un espacio geográfico donde se acumulaba la riqueza de varias tradiciones.

Su encuentro y posterior relación con Zoltán Kodály fue fundamental no sólo para ambos, sino para el legado de la música popular de esos pueblos que ha llegado hasta nosotros.  Recorrieron juntos las tierras de Hungría y Rumanía y realizaron un trabajo de campo extraordinario: recopilaron miles de canciones y melodías, que grabaron con un gramófono y transcribieron. De este modo consiguieron desterrar la falsa idea –aún persistente como tópico en otros países– de que la música húngara se basaba en la tradición zíngara (o gitana; las rapsodias de Liszt parecían confirmarlo), que sólo es la parte más visible del panorama musical popular húngaro. Sus investigaciones fueron incluso más allá, pues recorrieron, además, otras regiones de la Europa central y llegaron incluso hasta Turquía y el norte de África.

Bartók (a la izquierda de la imagen)
con campesinos húngaros en 1908.
(Fuente: The New Yorker)


En un momento particularmente delicado de la historia de Europa (1942), Bártok –hombre, por otra parte, dotado de una expresiva fuerza psíquica–, alude sutilmente en un texto suyo a la idea de la pureza de la raza, lo atribuye a “razones políticas” (no olvidemos que vive en una Hungría sometida al régimen filonazi del almirante Miklós Horthy) y aprovecha la ocasión para escribir algo muy importante para entender sus estudios sobre la música popular:

“La Europa oriental ha sido el terreno principal de mis investigaciones. Como húngaro, empecé naturalmente por el estudio de la música folklórica húngara, pero pronto lo extendí al de los países vecinos: Eslovaquia, Ucrania, Rumanía. […] Al principio me sorprendió la extraordinaria riqueza de tipos de melodía que encontré en los países de la Europa oriental. […] Sin embargo, la comparación entre las músicas populares de los diferentes pueblos mostraba que en esta materia se producía, desde hacía siglos, un movimiento constante de intercambio, de cruce y de nuevos cruces. […]

Al traspasar las fronteras lingüísticas, las melodías populares sufrían, más pronto o más tarde, algunas modificaciones determinadas por el medio y, sobre todo, por las diferencias lingüísticas: cuanto más difieren la forma de acentuar, el ritmo, la construcción silábica, más importantes son las modificaciones a las que –muy afortunadamente– esa música se somete. Y digo “muy afortunadamente” ya que es ese fenómeno el que contribuye a la creación de nuevos tipos y nuevas variantes. […] Los cruces a los que me he referido tienen lugar, generalmente, de este modo: una melodía húngara es adoptada por los eslovacos, que la “eslovaquizan”. Esa forma eslovaca puede ser adoptada, a su vez, por los húngaros, que la “hungarizan”. Y una vez más, afortunadamente, esa forma hungarizada difiere de la forma húngara original.”

Paisaje de Transilvania.
(Fuente: Tea Collection)

Uno de los grandes méritos de Bartók fue, además, descubrir que las melodías tradicionales húngaras se basaban en escalas pentatónicas que, casualmente o no, se correspondían con las de buena parte de la música asiática y siberiana. No vamos a entrar aquí en la debatida cuestión de los orígenes orientales del pueblo húngaro (y de los pueblos finoúgrios en general), que ha sido objeto de innumerables polémicas y sobre la que aún hoy los especialistas no se ponen de acuerdo.

En cualquier caso, resulta muy interesante conocer el proceso creativo de Bartók y, además, su abundante correspondencia, que le permitió conocer mejor, por ejemplo, el folklore rumano en su versión musical. A modo de ejemplo, he aquí un fragmento de la carta que escribió el 29 de abril de 1910, en francés, al compositor y musicólogo rumano Dumitru Georgescu-Kiriac:

“Después de haber recogido numerosas melodías húngaras y eslovacas, he empezado a buscar canciones populares rumanas de Transilvania; he encontrado unas 400 en las inmediaciones de Beiuş (Bihor), y otras 200 en zonas próximas. Al principio me acompañaba un estudiante rumano, que era quien anotaba los textos. Ahora ya soy capaz de anotarlos yo mismo y creo ser muy cuidadoso en lo que respecta a la pronunciación popular, pues fueron diversos mis acompañantes (¡que se empeñaban en corregir constantemente el habla del pueblo!). Puesto que conozco sus Coros mixtos y creo que usted es el único en Rumanía que se interesa como auténtico artista por la música popular, le adjunto una selección del material recogido en Bihor: me agradaría mucho ceder a alguna biblioteca pública de Bucarest toda mi colección rumana y lo que continúe recogiendo a partir de ahora. Quizá fuera posible imprimirla con la colaboración de un filólogo rumano.” [2]

Bartók transcribiendo la grabación de una canción popular de un gramófono. (Fuente: Danubius Magazin)

El corpus musical de Béla Bartók (obras para orquesta, de cámara, corales, para piano e incluso escénicas, como la ópera El castillo de Barba Azul y dos ballets) es impresionante, como puede comprobarse accediendo a este completo enlace, pero tan importante cómo éste es su trabajo como musicólogo e investigador, reconocido mundialmente.

Dejamos a continuación los enlaces a algunas de sus composiciones, en los que se pueden percibir varios de los registros de su música. Se pueden encontrar muchos más en Youtube:

Danzas folklóricas rumanas
Albert Lázaro-Tinaut

[1] Bence Szabolcsi (Budapest, 1899-1973) fue un insigne historiador no sólo de la música, sino también del arte. Para este artículo se ha manejado la edición francesa de su obra, Bartók, sa vie et son œuvre (Boosey & Hawkes, París,1968).
[2] Dumitru Gueorguescu-Kiriac  (o Dimitrie G. Kiriac, como solía firmar), nacido en Bucarest en 1866 y muerto en Viena en 1928, fue también un notable folklorista y dedicó gran parte de su actividad al canto coral, por la cual es especialmente conocido aún hoy en día. El texto de la carta está tomado de la edición citada de Szabolcsi.


Cubierta de un disco editado en 2012 con música popular recopilada 
por Béla Bartók y Zoltán Kodály a cargo de los intépretes polacos Elżbieta Gromada, Anna Wójtowicz y Paweł Wójtowicz.
(Fuente: Lengyel Intézet / Instytut Polski, Budapest)


Béla Bartók  1945-1955

Por Alejo Carpentier *

Hece diez años –el 26 de septiembre de 1945– moría en una clínica norteamericana, tras larga y dolorosa enfermedad, uno de los compositores más importantes de esta época: Béla Bartók… Sus últimos meses de vida habían constituido, para asombro y admiración de quienes lo contemplaban, un sobrehumano ejemplo de voluntad creadora. Debilitado por los padecimientos, sabiendo próximo el inevitable desenlace, Béla Bartók consagraba sus postreras energías a la composición, usando –para ganar tiempo– de una suerte de taquigrafía musical cuyo sistema era conocido por un hijo suyo. De sus manos temblorosas surgieron todavía una Sonata prometida a Yehudi Menuhin, un Concierto para viola y orquesta, y sobre todo, aquel Tercer concierto para piano y orquesta, dedicado a su esposa, legado a ella a la manera de un testamento estático, que sorprende por su serenidad, su vigor, y la increíble alegría que anima algunos de sus momentos capitales. Cuando la mano del genio se inmovilizó sobre el papel pautado, alcanzaba ya los compases finales de esta última obra, donde quedaba expresado todo lo que había querido expresar.

Es realmente difícil ubicar la producción de Bartók en el panorama de la música contemporánea. Su obra se fue edificando en circuito cerrado, por así decirlo, y permaneció al margen de tendencias, modas o escuelas. En su juventud rindió algún tributo al impresionismo –visible en su ópera El castillo de Barba Azul– aunque esto sólo se manifestó en un corto tránsito. Viviendo en su Hungría natal, poco informada en aquellos años de lo que estaba germinando en otras partes, Bartók se impuso a la atención de los músicos que le rodeaban, por una serie de piezas vehementes, duras, animadas por unos impulsos rítmicos semejantes a los de Stravinsky. Pero es sabido que, en esa época, el compositor no tenía conocimiento, siquiera, de la partitura de La consagración de la primavera, que hubiese podido inspirar ciertas obras suyas, tales como el ya famoso Allegro barbaro.  Cuando Bartók entró en contacto con la producción que le era contemporánea, su personalidad estaba netamente definida.

La etapa inicial de su madurez se caracteriza por un profundo apego a los folklores húngaros y rumanos. Siguiendo con ello las huellas de Liszt –de quien los húngaros ven en Bartók una suerte de continuador directo–, el compositor recogió y armonizó un número casi tal de cantos populares, que la colección completa de ellos, en vías de edición, consta de veinte volúmenes. Sus Danzas rumanas para orquesta conocieron muy pronto un éxito mundial. Sus piezas para niños, fáciles de ejecutar, escritas sobre melodías del pueblo, eran adoptadas ya en los conservatorios de Europa como un excelente material didáctico. Pero ya, sin renegar de los giros nacionales, Béla Bartók se internaba en dominios más difíciles, buscando una expresión cada vez más castigada, cada vez más trabajada en la sonoridad, dentro de un magistral manejo de las grandes formas tradicionales. Su obra comenzó a ser calificada de “difícil”, aunque sin contacto con la de los músicos de la Mitteleuropa, cuyas búsquedas eran de otro orden. Bartók estaba demasiado marcado por el folklore para acercarse al atonalismo, aunque, a veces, sus partituras, ejecutadas en conciertos, parecían al público tan desconcertantes como las de Webern.

La aventura hitleriana, con sus interdictos e imposiciones, lo lleva a desterrarse voluntariamente de una patria a la que amaba entrañablemente. Se instala en los Estados Unidos donde, en un comienzo, lo esperan crueles decepciones. Apenas si su música halla alguna acogida en conciertos de tipo experimental. Al fin, encuentra una decidida ayuda por parte de Serguéi Koussevitzky, que le encarga su ya antológico Concierto para orquesta. A partir de ese momento, su destino se despeja en lo artístico. Poco a poco aparecen, en disco, algunos de sus Cuartetos, algunas de sus partituras mayores. Pero la enfermedad hincaba ya las garras en su carne… Pocos meses después de su muerte, se iniciaba la ascensión gloriosa del nombre de Béla Bartók, ante todos los públicos del mundo. Era aceptada, por fin, sin reservas, la obra de uno de los músicos más personales e importantes –aunque siempre aislado en su propio mundo– de la época presente. Como diría hoy uno de sus biógrafos: “Con Bartók se había cumplido ese orden humano, misteriosamente cruel, que exige muchos padecimientos, muchos trabajos, por parte de uno solo, para que sea enriquecida la vida de los demás”.

Artículo publicado en El Nacional, Caracas,
el 27 de septiembre de 1955.


Alejo Carpentier.
(Fuente: Cubarte)

* El gran escritor cubano de origen suizo Alejo Carpentier (1904-1980) es una de las voces literarias más destacadas en español del siglo XX y está considerado por muchos el auténtico precursor del realismo mágico, en cuyo máximo exponente se convirtiría Gabriel García Márquez.

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