domingo, 20 de mayo de 2012

Viajeros por Rusia: Antoni Rovira i Virgili (II)

“¡Los sueños del pueblo se harán realidad!”

Por Andreu Navarra Ordoño 

La visita de Rovira a la URSS tenía un objetivo complementario para cualquier intelectual catalanista o cualquier defensor de las soluciones federalistas. Visitar la URSS y conocer la Constitución estaliniana de 1936 permitían asistir al experimento único de la forja de un ente supraestatal de nuevo cuño (un imperio, como se vería después) sobre fundamentos confederales. Hasta aquella fecha, sólo el Imperio austrohúngaro, derruido en 1918, y Suiza habían podido servir de cobayas en la Europa continental. Rovira dedicará un artículo (“Un fort estat multinacional”, del 11 de diciembre de 1938) y un estudio de mediana extensión (“Tornant de la URSS: les onze repúbliques federades”, publicado en Meridià entre 31 de diciembre de 1938 y el 14 de enero de 1939) al tema. En su opinión: “El ejemplo de la URSS prueba, pues, que es factible dar a los estados una unidad auténtica, resistente y duradera, sin apelar a los procedimientos de absorción y dominación que caracterizan al unitarismo”. Estas palabras denotan un verdadero deseo de que el ejemplo soviético dote de legitimidad a la tradición federalista, que es bien fuerte en Cataluña desde mediados del siglo XIX.

La Constitución de Stalin (1936) 
según un cartel propagandístico 
de la época. 

Pero Rovira i Virgili, en 1938, no puede hablar mal de la URSS, el único aliado del gobierno legítimo de España. Cualquier crítica al sistema soviético no sólo hubiera podido perjudicar a las relaciones con el nuevo monstruo, sino que hubieran sido consideradas, en 1938, derrotismo y traición, lo cual no era una broma cuando cualquier día podías aparecer tirado en una cuneta. Rovira necesita que el sistema soviético funcione, porque si no funciona son un castillo de naipes no sólo el Frente Popular que sustenta la resistencia republicana, sino también todo el andamiaje del nacionalismo catalán de izquierdas, el proyecto de toda su vida. 

Y todo se vendría abajo en 1940. En cuanto Rovira se entera de que Stalin ha firmado un tratado de no agresión con Hitler [1], no cabe en sí de asombro y se anima a publicar las crónicas que sus escrúpulos de demócrata liberal le habían dictado dos años antes: encontramos en estos últimos artículos dudas sobre el valor real de la ideología comunista tal como se ha implantado en Rusia, dudas sobre el valor real de Pravda como hoja informativa, dudas sobre el entusiasmo colectivizador de los campesinos y los científicos y, sobre todo, escepticismo ante la falta de libertades evidente en el país. Entonces, las conclusiones a las que llega son virtualmente idénticas a las vertidas por el conservador Valls i Taberner en 1928: “Hemos esclarecido nuestras ideas sobre el régimen soviético y sobre la evolución de Rusia. En lo material, la URSS es mucho más fuerte que en lo espiritual, y ya hemos indicado el grave peligro de este desequilibrio. Para resumir en una frase nuestras impresiones, diremos que en 1939 la URSS nos ha dado la sensación de unos Estados Unidos sin capitalistas y sin libertad individual”. Falta de orientación ética, deshumanización, dependencia del poder arbitrario de una cúpula reducida, he aquí los problemas que vio Rovira en los momentos previos a la Segunda Guerra Mundial. 

Stalin entre Joachim von Ribbentrop 
y Viacheslav Mólotov tras la firma 
del Tratado de no agresión entre 
Alemania y la URSS (Moscú, 
 29 de agosto de 1939). 

Nuestro autor no llegó a decir nada, sin embargo, sobre las políticas totalitarias del dictador, ni sobre la represión brutal del marxismo no ortodoxo, y eso que vivió la guerra y las contradicciones de su propio bando de muy cerca. Precisamente en 1940 iniciaba Stalin sus movimientos de expansión territorial. ¡Una suerte que Rovira, que murió en Perpiñán en el año 49, no viera lo que ocurrió en Budapest en 1956, ni alcanzara lo de Praga en 1968! ¿Dónde hubiera ido a apoyar su fe en los nudos estatales regidos por la cordialidad y el entendimiento mutuo? 

Pero volvamos a 1938. En ese momento, nuestro intelectual confía ciegamente en Stalin y el experimento soviético, no sabemos si forzado por el alineamiento forzoso del régimen que defiende o movido por una fe totalmente sincera. Lo cierto es que el Moscú que vio Rovira no era la ciudad populosa y venida a menos que había visitado Valls i Taberner. Diez años después, Stalin se ha consolidado totalmente en el poder, ha desarrollado su política de purgas y ha dotado a la capital de las grandes obras públicas con que soñaba demostrar su poder indiscutido. 

Patinadores sobre hielo en el Parque Gorki de Moscú (1938). 
(Foto © E. Evzerijin / askmoscow.com) 

Si uno analiza lo que vio Valls en Moscú y lo compara con lo que vio Rovira, surgen explicaciones interesantes. El historiador conservador vio en Moscú una Babel de mil razas asiáticas distintas mezcladas en una ciudad que carecía de taxis. En cambio, Rovira indicó en 1938 que en Moscuá (lo escribe así, dice, para respetar la pronunciación de los rusos) dominaba el “elemento nativo”. El autor de La nacionalització de Catalunya dejó estas impresiones tan distintas: “La visión de Leningrado nos había mostrado ya la URSS como un gran pueblo en reconstrucción y en crecimiento. Si la ciudad fundada por Pedro I ha sido objeto de una importante reforma urbana y ha pasado en pocos años de 1.600.000 habitantes a 2.800.000, Moscuá presenta aún más visiblemente el aspecto de una ciudad reconstruida y renovada”. Las ciudades arruinadas de los años veinte han dado paso a las nuevas realidades pujantes: “Cuando habéis venido a Moscuá después de pasar por París y por Londres, no tenéis ninguna duda de que hoy, en general, un ciudadano soviético está más contento que un ciudadano francés o inglés. Ha contribuido a este optimismo, no sólo la realidad, tangible para todos, de la elevación del nivel de vida, aún antes la visión directa de las grandes obras –colosales algunas– que han sido terminadas últimamente. […] El contraste entre la época del zarismo y la época actual es tan fuerte, que todos han de reconocer, en este punto, el éxito del régimen”

Éste era, pues, el Moscú del triunfante Stalin. Una alegría unánime, una fascinación faraónica. Pobre del que mostrara públicamente su insatisfacción… El entusiasmo roviriano se desborda al contemplar un desfile militar (“L’exèrcit soviètic”, 16 de diciembre de 1938): “Ni las reseñas, ni las fotografías, ni los films pueden expresar suficientemente la impactante grandiosidad de un tal espectáculo”. Sin duda, Stalin sabía hipnotizar. Pero esta satisfacción bélica procede del sueño de ver colocadas frente al fascismo todas esas tremendas máquinas de guerra que se han visto desfilar. De haber sido trasladado a España una mínima parte de ese armamento, Franco hubiera tenido que huir Aragón adentro con la cola entre piernas. 


 Despliegue del potencial militar soviético en la Plaza Roja
de Moscú el 14 de mayo de 1935.
(Foto
© Bettmann / Corbis)

Es en su valoración de la cuestión nacional “solucionada” por Stalin donde vemos más flecos sueltos y más ingenuidad. En otras palabras: Rovira no se enteró de nada. Creyó que realmente visitaba un Estado federal, en el que cualquier nación gozaba del derecho unilateral a la autodeterminación. Y cree que este derecho estampado sobre el papel es real porque los bolcheviques erigen estatuas al patriota ucraniano Shevchenko. Pero, ¿qué hay de la invasión rusa de Ucrania operada en 1918 para sofocar la República popular proclamada en Kiev? Rovira viaja a Jarkov pero nada le evoca esa represión, como tampoco se hace eco de la disolución del Congreso Nacional bielorruso. 

Con la excusa de que sólo la clase trabajadora tenía derecho a erigir naciones, los bolcheviques clausuraban instituciones verdaderamente nacionales para sustituirlas por sucursales de su gobierno central. Stalin lo tenía muy claro: todo lo que era independentismo ucraniano era traición proalemana. Como nazis eran, según él, todos los pueblos que deportó arrancándolos de sus regiones, en una bacanal étnica sin precedentes, entre 1941 y 1944: alemanes del Volga (trasladados a Siberia), calmucos, chechenos, ingusetios, karacháis, balkarios y tátaros de Crimea. Luego se limpió Crimea de griegos, búlgaros, armenios, turcos, kurdos y otras minorías. Ésta era la nueva unidad en la variedad emprendida por el gobierno. 

Una familia de tátaros de Crimea deportados al Uzbekistán en mayo de 1944.
(Foto © Familia de Dilara Aslanovna Baganovna)

La visión de Rovira no era tan cruelmente cínica, pero pecó de ingenua y poco documentada. Él mismo concreta su teoría sobre las nacionalidades: “En un libro reciente, URSS et la nouvelle Russie, de Alfred Silbert, el autor consigna que en la URSS hay –¡no os asustéis!– 180 nacionalidades. Pero nosotros creemos que, de nacionalidades, de verdaderas naciones sólo hay, hoy por hoy, cuatro: Moscovia, Ucrania, Georgia y Armenia. Y aun cabe advertir que una parte del territorio nacional de Ucrania y Armenia está fuera de los límites de la Unión. ¿De dónde viene la enorme diferencia que aparece entre la cifra de 180 dada por Alfred Silbert y la de 4 que damos nosotros? Viene de dos diferentes conceptos de nación. Silbert considera como nacionalidades todos los grupos que tienen un carácter étnico o un lenguaje distinto, y nosotros consideramos que la nación es una personalidad colectiva consciente, un alma”

 ¿Cómo es posible que Rovira olvidara la religión como factor de diferenciación, o que despreciara el factor del idioma, fundamental en el caso catalán? Así pues, todos los grupos no cristianos y que no vivieron un proceso romántico-literario de afirmación nacional, no son más que tribus, y sus derechos pueden ser literalmente ignorados: “La nación, para nosotros, es una categoría superior en la jerarquía de los pueblos. Es el resultado de un ascenso en la formación espiritual y histórica de un grupo humano”. Y a ese perfeccionamiento sólo habían accedido rusos, ucranianos, armenios y georgianos. Por lo tanto, las demás entidades reflejadas en el derecho soviético en 1922 y 1931 (Turkmenia, Tadjiquia, Uzbequia, Azerbeiján, Kazajia, Kirguizia, [2] Bielorrusia) son poco menos que ficciones o inventos, no verdaderas naciones. Claro, es que sus habitantes no habían accedido aún a un grado superior de excelsitud espiritual. Ya llegaría la ocasión de educarlos. 

Bielorrusia es actualmente la única ex república europea de la URSS 
donde continúa imperando, de hecho, el sistema político soviético. 
(Fuente de la imagen: Belarus Politics / www.belarusguide.com/as/law_pol/law_pol.html)

 [1] Véase aquí el texto íntegro de este tratado, firmado en Moscú el 29 de agosto de 1939. 
 [2] Nombres con los que eran conocidas las actuales repúblicas de Turkmenistán, Tayikistán, Uzbekistán, Azerbaiyán, Kazajistán y Kirguistán. 


Esta es la tercera entrega de la serie de artículos “Viajeros por Rusia”, de la que es autor Andreu Navarra Ordoño. La primera, dedicada a Ferran Valls i Taberner, se publicó en Impedimenta el 7 de enero de este año (véase aquí). La primera parte de este artículo apareció el pasado 3 de mayo.


jueves, 3 de mayo de 2012

Viajeros por Rusia: Antoni Rovira i Virgili (I)

Stalin y el mariscal Klim Voroshílov en el Kremlin de Moscú en 1938, 
según una pintura de Alexandr Guerasimov (1881-1963), 
uno de los principales artistas “oficiales” de la URSS.

Por Andreu Navarra Ordoño 

Preámbulo 

Me animo a escribir sobre Antoni Rovira i Virgili (Tarragona, 1882 - Perpiñán, 1949), destacado nacionalista catalán, en castellano porque él mismo no tuvo reparos en expresarse en español tantas veces como estimó oportunas, publicando artículos en El Sol durante el período republicano, o hasta editando un tratado unitario que venía a resumir todas sus doctrinas políticas para el público de habla española (El Nacionalismo Catalán. Su aspecto político. Los hechos, las ideas y los hombres, Barcelona, Minerva, 1917). Quizás a Rovira le hubiera molestado verse incluido en una serie de retratos de intelectuales españoles que viajaron a Rusia o la URSS, pero lo cierto es que lo hizo con un pasaporte español y en el seno de una delegación de la República Española, en 1938. Él mismo no mostró reparos en acompañar a tal país y a tal régimen político. Y es que, con mucha frecuencia, ni siquiera los nacionalistas integrales del siglo pasado podían ser considerados secesionistas, a excepción de Macià y los radicales antiautonomistas de los años treinta. Aunque hoy se promuevan las más sonoras confusiones, lo cierto es que Rovira soñaba con una federación de repúblicas ibéricas, unidas por un lazo fraternal y no por el centralismo tradicional de los Borbones.




 La experiencia de Rovira i Virgili en la URSS 

Las crónicas escritas por Rovira i Virgili sobre sus experiencias en la URSS vieron la luz en el periódico La Humanitat entre el 25 de noviembre de 1938 y el 15 de enero de 1939. El estudio sobre las nacionalidades en la Unión Soviética que compuso a continuación fue publicado en la revista Meridià entre el 31 de diciembre de 1938 y el 14 de enero de 1939. Como se ve, nuestro periodista trabajaba deprisa. Ya en el exilio, y horrorizado por el giro que había tomado la política de Stalin, Rovira se decidió a publicar los materiales que había querido dejar inéditos dos años atrás, en la Revista de Catalunya. Los materiales fueron reunidos en el opúsculo Viatge a la URSS [1]

Retrato de Antoni Rovira i Virgili 
por Ferran Callicó (1928). 
(Fuente: © Fototeca.cat)

Antoni Rovira i Virgili, como Valls i Taberner diez años antes [2], penetró en la URSS a bordo de un buque, por Leningrado (la actual San Petersburgo). Rovira cruzó Francia de sur a norte, para finalmente embarcarse en Londres en la nave soviética Sibir, que significa ‘Siberia’. En el momento de abandonar el paisaje querido de Cataluña, Rovira nos revela la auténtica naturaleza de su escritura. Comprendemos que posee un don poético, un don romántico que permite que palpite su prosa de siempre, un don que no tuvo un fácil acomodo en las décadas que le tocó vivir. Sólo un poeta escribe estas cosas: “Cielo, montañas, cultivos y mar hacen de Crimea una tierra comparable a Cataluña. Bajo el claro azul del cielo, en el aire diáfano, se alzan las sierras, generalmente altas y delgadas, como hojas moscadas de cuchillos gigantescos. La luz enciende los colores, y el sol es dorado y tibio”. Esto podía haber sido escrito en 1840. Nada que ver con la fría objetividad de Valls, el barroquismo de Sagarra o el cinismo escéptico y preciso de Pla. A todos suena Rovira a ingenuo, a buen burgués metido a apóstol, a hombre que no ha perdido la fe. Los logros de la prosa roviriana proceden de esa extraña limpieza suya, limpieza de periodista maragalliano y teórico federalista, henchido de patriotismo a la antigua. 

Nuestro narrador no logra engañarnos. En un párrafo del artículo “Leningrado” (1 de diciembre de 1938) nos declara que “nadie espere de la presente serie de artículos nuestros descripciones de ciudades o paisajes, y la narración de actos o fiestas. El género descriptivo y el género narrativo son literariamente muy interesantes. Pero a ninguno de estos dos géneros pertenecen nuestros artículos sobre el viaje a la URSS. Se trata, ni más ni menos, de un manojo de impresiones personales. Tenemos el propósito de anotar sinceramente las propias reacciones anímicas ante los medios que atravesamos y ante las cosas que vemos”. Rovira se hace el duro pero es un alma bondadosa. Ahora leamos el párrafo siguiente, a ver si no hay género descriptivo: “Después de cinco días de navegación en el Sibir, estamos cerca de Leningrado. Empieza a clarear. La ciudad fundada por el zar Pedro I para dar a Rusia una ventana sobre el mar, muestra aún sus luces nocturnas. La mar está blanda, y el barco flota con suavidad entre los muelles y canales”. A pesar de sus esfuerzos, Rovira se deja llevar por la escritura y no pone trabas a su extroversión vergonzante. Es demasiado buen prosista como para limitarse a la estrechez del que estudia un experimento social. 

Cabecerà de Meridià, la revista donde Rovira i Virgili publicó, 
entre 1938 y 1939, su estudio sobre las nacionalidades en la URSS. 

Y es que, en verdad, Rovira no era un político ni un periodista, sino un poeta. Y aún diremos más: Rovira fue el último poeta de la Renaixença. Rovira tenía alma de literato. Algo de esto (muy poco) se ha escrito: “Els inicis literaris d’Antoni Rovira i Virgili”, de Magí Sunyer Molné [3]. Lo que pasa es que tuvo que disfrazar sus ideales de envoltura política, de prosa periodística, para que fueran aceptables para el lector. ¿Cómo expresar un tan espontáneo chorro de amor patriótico en los tiempos de Carles Riba y Ortega y Gasset, los tiempos del fenomenismo y de la geometría? ¿Cómo competir con un historiador como Ferran Soldevila? La collita tardana (‘La cosecha tardía’), quedémonos con el título de su libro de poemas publicado también en el exilio. Lo que podía aportar el intelectual orgánico que fue Rovira (más o menos orgánico dentro de la Mancomunidad y de la Generalitat, pero nunca integrado en el sistema de la Restauración) podía ser aliento épico, esa ejemplaridad austera y republicana que se exhibía como estandarte de la democracia, reflejada en los ejemplos del pasado: Pau Claris, Valentí Almirall, Pi i Margall. No destacó Rovira por su erudición, sino por su habilidad para revitalizar las glorias históricas. Y tampoco decimos que no fuera erudito, lo que decimos es que su empeño era pedagógico, divulgador o educador, formador de masas. Con todo, en el ambiente de idiotez política en que nos movemos hoy, algunos de sus libros retrospectivos son de lo mejor que puede conseguirse aún sobre escritores catalanes del siglo XIX. Por lo menos él estaba informado y no mixtificaba descaradamente. 

Esto no significa que minimicemos el mérito de Rovira i Virgili como intelectual e historiador. Al contrario, creemos que muchos de sus libros deberían ser traducidos inmediatamente para darles mayor trascendencia, puesto que Rovira fue el más documentado experto en política internacional que tuvo la España de la primera mitad de siglo XX, quizá únicamente igualado por Cambó (pero Cambó hacía trampas, tenía a muchos literatos trabajando para él; si nombramos a Cambó debemos nombrar a sus afanados informadores). Sus trabajos de los años diez sobre la situación en Checoslovaquia, Rutenia, Polonia, Irlanda, y en otras naciones cuyo nombre hoy ya ni nos suena apenas, son únicos en su género. El periodista manejó un conocimiento muy superior a la información que podían (o querían) manejar los gobernantes, y desde luego conocía mucho mejor las problemáticas políticas del extranjero que Altamira, Unamuno u Ortega y Gasset. 

Primera página del diario La Humanitat del 23 de septiembre de 1945, publicado 
en Montpellier. Anuncia la formación del nuevo gobierno catalán en el exilio, 
integrado por intelectuales entre los que figura Rovira i Virgili.

Por esta razón, todas las afirmaciones del libro que nos ocupa deben ser entendidas como referencias al marco internacional que rodeó los últimos y lamentables episodios de la guerra civil. En Francia, nuestro hombre (tan francófilo como Azaña o Azorín) no puede evitar mostrar su resentimiento hacia la Francia hipócrita que está dejando morir a la República: “Nostros hemos encontrado en las caras de la gente una expresión de laxitud y de tristeza que no encontramos en la gente nuestra que vive entre peligros y privaciones. Parecen ellos los que se encuentran en guerra. Y es que el miedo a la guerra es peor, a veces, que la guerra misma”. No sabemos si hubiera afirmado lo mismo tres meses después. Pero es que los pobres franceses ya sabían de qué iba aquello, ya lo habían sufrido entre el 14 y el 18. Sin embargo, no deja de tener razón Rovira al afirmar que “Francia da actualmente la impresión de un pueblo insatisfecho de sí mismo, que teme mucho y espera poco, que siente más deseos de quietud que impulsos de acción. Diríais que lleva en el bolsillo, ya escrita, la dimisión de gran potencia. Por el bien del mundo y por nuestro amor de siempre a Francia, querríamos que ésta, en un acto de recuperación del espíritu propio, rompiera su trágico papel de presunta suicida. El mundo necesita, ahora más que nunca, la aportación del espíritu francés”. Pero este impulso para luchar contra el fascismo no se iba a producir, y Francia sería literalmente barrida por los nazis muy poco después, en una capitulación sin precedentes en la historia europea. Hay que añadir, para ser justos, que Franco estaba ya a punto de barrer también a Cataluña, puesto que iniciaba su campaña definitiva contra el Principado el 23 de diciembre de 1938. Pero al menos al sur de los Pirineos se habían librado tres años de batallas. 

En definitiva, Rovira compara la indiferencia y el miedo apaciguador de los franceses con el brío antinazi y la movilización unánime que consigue la propaganda soviética, entusiasmándose por ésta última.

Una imagen del puerto de Leningrado en la década de 1930. 
(Fuente: militera.lib.ru)

Ya en las frías aguas del Mar del Norte y del Báltico, Rovira empieza a sentirse deslumbrado por el orden social impuesto por los bolcheviques. La limpieza, la dignidad de la tripulación y el orden meticuloso con que se cumple cada mandato, impresionan al viajero: “Lo que nos llama la atención no es, sin embargo, el aspecto turístico del navío. Es la organización que hay a bordo. El régimen del Sibir es una imagen reducida de un régimen estatal y social. Podemos decir que hay un estado dentro del barco”. Rovira explica cómo reina una total disciplina jerárquica dentro de la estructura de la tripulación, pero sin que ésta impida que todos sus miembros, hasta el personal de la limpieza, sean tratados con el máximo respeto. Al terminar las jornadas de trabajo, las diferencias de rango se diluyen y todos, oficiales y camareros, bailan y cantan juntos. 

Sin embargo, el nombre mismo del barco (Siberia) nos evoca lo que Rovira no ve, y lo que no ve porque no se lo enseñan es el reverso de la sociedad soviética: los ríos de presos caminando hacia cualquier gélido campo de concentración.

(Continuará)

El memorial de Ata Beyit, cerca de Chon Tash (Kirguistán), 
en homenaje a los 237 intelectuales kirguises “purgados” 
en aquel lugar por orden de Stalin en 1938. 
(Fuente @ Scott Horton, Harper’s Magazine, 26.10.2009)


[1] Antoni Rovira i Virgili: Viatge a la URSS. Prólogo de Joaquim Molas. Edicions 62, Barcelona, 1968. Colección “Antologia catalana”, núm. 43. 90 páginas. He leído el libro en uno de esos volúmenes de tapa dura, encuadernados en rojo, que tanta importancia tuvieron durante los años inmediatos a la Transición. Nací en 1981; la reedición del libro de Rovira en edición de kiosco es de 1985. Cuando estudiaba procuraba hacerme con ediciones anotadas, renovadas. Ahora, cuando voy volviendo a ellos, y me doy cuenta de que no han sido sustituidos por nada solvente en treinta años. Duele decirlo, pero si uno quiere leer la primera novela moderna escrita en catalán, acercarse a las crónicas de Jaume Brossa, o simplemente leer una comedia de Serafí Pitarra, tiene que echar mano de esa edición de kiosco porque no hay nada más. En los ochenta, un clásico en catalán era algo (A. Navarra). 
[2] Véase: A. Navarra Ordoño: “Viajeros por Rusia: Ferran Valls i Taberner” en Impedimenta, 7 de enero de 2012. 
[3] En la obra colectiva Rovira i Virgili. 50 anys després. Cossetània Edicions, Valls, 2000. Colección “El Tinter”, núm. 17. 168 páginas. 


Esta es la segunda entrega de la serie de artículos “Viajeros por Rusia”, de Andreu Navarra Ordoño. La primera, dedicada a Ferran Valls i Taberner, se publicó en Impedimenta el pasado 7 de enero (véase aquí).