domingo, 27 de marzo de 2011

Arte, símbolo y mito en las culturas tradicionales: la civilización maya

El Palacio de Palenque (Chiapas, México).
(Fuente: http://www.esacademic.com/pictures/eswiki/80/Palenque_Ruins.jpg)


por Federico González *

Para un hombre tradicional o arcaico todo es sagrado y el mundo un juego perenne de relaciones misteriosas y simbólicas, poseedoras en sí mismas de significados evidentes. Vive en un asombro perpetuo y a la vez está perfectamente integrado a su ambiente y participa constantemente de los efluvios del cielo y la tierra. Es entonces un mediador y como tal encuentra su ubicación en el mundo, lo que se corresponde con su verticalidad. Debe por lo tanto reproducir estos misterios a imitación del gran gesto creador de un constructor original, fecundando la posibilidad de una cultura. Asimismo la naturaleza y todo lo manifestado, en especial los animales, participan de esa mediación, pues son símbolos de otros mundos secretos de los cuales éste es sólo un reflejo.

Petroglifo anazazi en el Parque
Nacional de Mesa Verde (Colorado,
Estados Unidos), con múltiples
representaciones de animales.


La analogía establece leyes de correspondencia entre el macro y microcosmos, entre el universo y el hombre, lo visible y lo invisible, lo aparente y lo real, lo pasajero y lo eterno, lo natural y sobrenatural, dos caras de una misma medalla, que los pueblos primitivos y/o arcaicos no distinguen de modo limitado, o excesivamente diferenciado. El símbolo es el revelador de estas correspondencias e igualmente el vehículo capaz de religarlas; el símbolo, por lo tanto, está fundamentado en las leyes de la analogía, y en las correspondencias naturales entre la totalidad de los seres, fenómenos, y cosas; simpatías y rechazos que todos los pueblos tradicionales o arcaicos han conocido; energías que se agrupan en conjuntos que a su vez se relacionan con otros y estos con terceros en forma indefinida formando cadenas y generando códigos simbólicos que obedecen a este mismo tipo de estructuras (tal la mitología de todos los pueblos), y que conforman su propia cosmogonía derivada de una Cosmogonía Perenne, de un modelo universal, válido para cualquier tiempo y lugar, aunque con formas adecuadas a diversas circunstancias y sitios, según puede constatarlo cualquier investigador que se ocupe de simbólica, o aquel estudioso de la antropología o la sociología, ya que esta posibilidad de generar códigos simbólicos (los que abarcan la totalidad del ser de una sociedad tradicional) son inherentes al hombre mismo, puesto que éste es un universo en pequeño y como tal tiene la posibilidad de recrear las leyes cósmicas gestando de ese modo las culturas particulares de los innumerables pueblos.

Los códigos simbólicos continúan
vigentes en nuestros días.


Pero un auténtico símbolo no es sólo un mero signo capaz de ser el intermediario entre una imagen y un concepto a nivel psicológico, sociológico u horizontal, sino la realidad manifestada de un proceso vertical en el que él constituye per se lo significado y lo significante, ya que es revelador a escala humana de los secretos de una Superestructura, siempre presente, imagen de la Mente Divina, la que ordena permanentemente relaciones y analogías que dan lugar al mundo de lo percibido por los sentidos, y a las leyes y mecanismos mentales de los humanos, signados éstos por una dualidad que deben trascender. Esta necesidad de neutralizar opuestos para conocer el orden cósmico, o modelo universal, e insertarse conscientemente en él, se obtiene pues a partir del símbolo, el cual al conjugar en su cuerpo de manera unitaria la expresión conocida con el origen desconocido, lo manifestado por él y al mismo tiempo la emanación de la inmanifestación que le ha dado su propia forma, su identidad, concretiza toda la posibilidad de Conocimiento, o sea de ser, y se constituye así en el elemento imprescindible para sintetizar cualquier realidad o verdad, comenzando con la necesidad de su mediación, permanentemente capaz de revelar lo supranatural por el despliegue de todas las potencialidades de la naturaleza; las que no son más que factores de lo suprahumano en el ser particular, la afirmación de una negación, mejor una negación afirmada. Por otro lado, no se debe olvidar que los símbolos, como los mitos, no han de considerarse en forma individual, sino en relación con otros símbolos y mitos con los que se vinculan formando conjuntos, o estructuras, que por un lado son arquetípicas, a saber: inamovibles, y simultáneamente móviles, como sus proyecciones en lo espacio-temporal, y su adecuación a distintas geografías y circunstancias históricas.

El sol y las estrellas, como símbolos,
aparecen en muchas banderas,
como esta de las Filipinas.


La cultura es un juego de símbolos, una simbólica de la que participa no sólo el cuerpo social, o individual, sino que constituye además el origen del pensamiento, las estructuras e imágenes de los procesos mentales de la tribu, o la persona. Por lo tanto toda cultura histórica es "mítica" necesariamente en sus orígenes, o sea atemporal, cuando no ha generado sus prototipos simbólicos y todavía el propio mito no ha fijado de manera ejemplar los parámetros culturales derivados de su potencia, y extraídos del Conocimiento de una Cosmogonía revelada por los símbolos universales, a los que se trata de interpretar y traducir a un lenguaje que se adapte a las necesidades, imágenes, y vivencias, de un pueblo o individuo.

También debemos tener en cuenta el carácter iniciático del símbolo y el mito como transmisores del Conocimiento, sus poderes transformadores y generativos, su realidad metafísica y mágica, es decir actuante, y por lo tanto la veneración popular que siempre los acompaña, o al menos los ha acompañado.

Rito de iniciación para los adolescentes
en Malawi
. Muchos ritos iniciáticos
han pervivido a lo largo de los siglos.

(Foto: Steve Evans, 2005)

El rito es el mito en acción y los elementos que utiliza, ya sean sonoros, visuales o gestuales son simbólicos. El rito dramatiza el mito a través de los símbolos. Hay pues una unidad entre símbolo, mito y rito, como ya hemos manifestado en otras oportunidades. El gesto, la palabra y la forma actualizan los mitos permitiendo su encarnación. Para los pueblos tradicionales, estas tres expresiones del hombre efectivizaban permanentemente el mundo, regenerándolo, permitiendo su normal desenvolvimiento, gracias a su reiteración. Una de las diferencias entre una sociedad sagrada y otra profana es que tanto los símbolos como los ritos y los mitos han desaparecido prácticamente de estas últimas o se les ignora, o lo que es aún peor, se ha tergiversado su significado, adulterándolo, confundiéndolo con la alegoría, el emblema, y también con la mera convención; en el caso particular de los mitos habría que agregar que el colectivo oficialista los califica como ficciones, cuando no de mentiras, lo que es paradojal en cuanto se piensa que los mitos expresan para las culturas tradicionales toda la verdad y constituyen la realidad, como es y ha sido el caso del pueblo maya en las distintas formas en que se ha expresado su cultura. Habría que agregar que el don de la profecía, o la visión, bien conocido por todas las sociedades "primitivas" en general, y por ésta que tratamos en particular -ya que llegó a profetizar la invasión y conquista europea-, es tomado en nuestros días como pura charlatanería, o al menos como algo de corte muy dudoso.

El friso maya restaurado del Castillo de Xunantunich,
en el distrito de Cayo (Belize).

(Fuente: gone2belize's Gallery / http://picasaweb.google.com/
lh/photo/i2aZg0j0-76spEjgm55Sbw)


Permítasenos insistir: en las sociedades tradicionales, como lo fue la civilización maya, todo es simbólico. La vida es un rito perenne que se verifica en todas las labores cotidianas y de manera constante. Cualquier acción y aun cualquier pensamiento están signados por la presencia de lo significativo, de lo mágico, de lo trascendente, ya que todo sucede en distintos planos de la realidad y por eso también en el mundo de lo oculto, de lo invisible. El arte, o lo que nosotros hoy llamamos artes, son para estos pueblos unos gestos naturales que repiten y recrean una y otra vez al cosmos a través de símbolos precisos efectuados de manera ritual, los que han sido concebidos, o mejor, revelados, con ese fin a los hombres por inspiración legada a sus ancestros, para organizar su vida de acuerdo a la voluntad divina. El creador de todas esas estructuras culturales, que no hacen sino imitar las cosas del cielo, es el ejecutor de la obra, el hombre verdadero (halach uinic), el jefe, aquél que produce las cosas o gobierna con arte. Como se ve esta forma de encarar los hechos es diametralmente opuesta a la que nosotros los contemporáneos solemos adscribirnos respecto al creador y el arte. El artesano tradicional repite en forma ritual las ideas de su cosmovisión que son perfectamente claras para él, las plasma, es decir las genera, reiterando con esto el gesto creacional primigenio del Ser Universal. En este sentido es un ser que extrae cosas de la nada y su función se emparenta con la sacerdotal y chamánica. El chamán es en este caso también un artista, y la dramatización de las energías cósmicas una forma extática de conocimiento. El arte es una forma del rito y a su vez, necesariamente, todo rito auténtico, es decir sacralizado, está hecho con arte, o mejor es una expresión artística, pese a los prejuicios que a veces nos impiden verlo, merced a la "propiedad" de nuestros gustos, fobias y manías, es decir de todas aquellas cosas relativas con las que nos identificamos.


Glifos mayas conservados en
el museo de Palenque (México).

(Foto: Kwamikagami / Wikipedia Commons)


Esto que es válido para las ceremonias tradicionales y para la arquitectura y las artes plásticas, lo es también para todo lo referido a la palabra, portadora de la enseñanza y la Tradición. Por otro lado la palabra es mágica, pues manifiesta una energía milagrosa que produce simultáneamente el sonido y la audición. No sólo en la civilización maya, según lo atestiguan el Popol Vuh y otros textos sacros del área, sino en numerosos pueblos precolombinos está presente la idea de la generación mediante la palabra, lo que da sentido precisamente a la transmisión oral del conocimiento y a la narración de los mitos. Pero fundamentalmente lo que hemos afirmado del arte es vigente para el conjunto de su cultura y su cotidianidad, comenzando por su conocimiento metafísico y cosmogónico que se traduce en sus mitos y símbolos, que, como ya lo hemos afirmado son los que inspiran y regulan su ser en el mundo.

Vemos entonces que el mito es el paradigma cultural y que el rito o arte de la actividad diaria –que por cierto no excluyen tampoco al pensamiento– y las ceremonias mágico-religiosas, se encargan de regenerarlo constantemente, manteniendo de esa manera incólumes las energías que él representa, garantizando así la estabilidad del universo y por lo tanto el ser y las posibilidades de existencia de lo social e individual. Si bien hay autores como Mircea Eliade que distinguen entre mitos de origen individual de un ser, fenómeno o cosa (por ejemplo el de una planta o un animal) con los relativos al Universo, ambas categorías son, sin embargo, en última instancia cosmogónicas, puesto que cualquier generación particular depende y está íntimamente ligada a la manifestación del conjunto; lo mismo vale para los ritos llamados "sociales" y los "chamánicos". Por lo que los ritos de la vida cotidiana, expresión de una cultura viva en todos los órdenes no sólo tocan lo metafísico y lo ontológico como posibilidad cósmica sino que igualmente abarcan lo social, lo económico, e incluso cualquier institución o forma menor, las que están basadas y siempre se refieren a la estructura arquetípica del mito. Los ritos no son pues exclusivamente ceremonias mágico-religiosas, sino la suma, o mejor, el conjunto de las expresiones de una cultura (en cualquier campo), fundamentadas en el conocimiento de lo real manifestado de modo simbólico-mítico.

El templo-pirámide de Kukulcán, en la zona arqueoógica
de Chichén Itzá (Yucatán, México).


El arte es el mejor ejemplo de dicho aserto y esa es la función ritual que siempre ha poseído; la de fijar la tradición en su aspecto más profundo: expresando, recreando los orígenes (de ahí su originalidad) por mediación de la belleza. Esta actitud aún subsiste en la gran mayoría de los pueblos autóctonos americanos aunque los auténticos símbolos gráficos se hayan degradado a veces al punto de hacerse "decorativos", o los mitos "leyendas''. Para tomar un solo ejemplo en el área maya, bástenos recordar los diseños textiles, verdaderos códigos donde imprimen los indígenas sus conocimientos míticos-cosmogónicos. Lo mismo se observa en sus ceremonias (aun cuando éstas sean "fiestas" y no sólo actos litúrgicos) en relación al orden simbólico que preside su estructura: gestos, cantos, bailes, colores, objetos, etc.; señalaremos que esto aún se hace más patente dado el carácter obviamente sagrado de las mismas, aunque pensamos que en una sociedad perfectamente integrada no hay diferencias entre lo sagrado y lo profano; es decir, que para esas mentalidades todo es una epifanía que no pueden dejar de representar los diversos modos expresivos de un Gran Espíritu, aunque su manifestación pueda ser atroz.


En realidad, lo que los mayas y todas las sociedades tradicionales indígenas han concebido –o mejor, conocido– es que el hombre y el mundo conforman un Ser Universal que se manifiesta mediante estados, principios o determinaciones, los que no son sino algunas de las modalidades en que el Ser Desconocido se expresa permanentemente, gestando el modelo universal y dando cabida a la posibilidad de todo lo creado. En eso no han hecho sino coincidir con el pensamiento (Conocimiento) de todas las culturas y las grandes civilizaciones, entre ellas los egipcios, caldeos, judíos, griegos, romanos, cristianos e islámicos, sin mencionar otras muchas tradiciones occidentales auténticas y las grandes civilizaciones de la India y el lejano oriente.


Una lámina del denominado
Códice
Tro-Cortesianus o Códice
Madrid, conservado en el Museo
de América de Madrid.


El mayor símbolo posible es la unidad del cosmos, y también la suma de cada una de sus partes indefinidas en cuanto éstas manifiestan a nivel sensible, todas las posibilidades de lo que puede ser percibido que, siempre, es en última instancia la unidad del ser. El mito expresa estas potencialidades inherentes a lo humano y por lo tanto las mitologías son cosmogónicas en cuanto pretenden por su discurso ejemplar ir más allá de lo que percibe el hombre en estado ordinario y conforman un conjunto de enseñanzas reveladas acerca del ''modelo del universo" con el objeto de superar a éste en cuanto a sus limitaciones evidentes, las leyes universales, y obtener así -mediante las iniciaciones- el reintegro del ser particular en el Ser Universal, con el objeto de trascender, por mediación de la verdad y la belleza, los encadenamientos que lo atan al mundo ilusorio.

Por eso es que los protagonistas de los mitos mayas (y del mito en general) son seres fabulosos, dioses o entidades sobrenaturales, personajes heroicos, o animales, en contraposición con la horizontalidad de la vida diaria, creando así una posibilidad de ruptura, vertical, con los condicionamientos propios de la existencia, invertidos en relación con el misterio original.


Imagen del Códice Dresde,
conservado en la Sächsische
Landesbibliothek de Dresde
(Alemania).


Sin embargo, queremos advertir que tanto el mito como el rito cargan al símbolo con un componente emocional; en la mitología siempre el asombro está presente; del mismo modo en los ritos emparentados con las ceremonias religiosas el factor emotivo es determinante, y si bien símbolos, mitos y ritos pueden identificarse puesto que en definitiva son tres expresiones distintas de una misma realidad, podría afirmarse que el mito es la vivificación del símbolo y los dos conforman la posterior representación prototípica y sagrada del rito y la ceremonia, y también la del arte, ambas imitaciones o representaciones de ellos. Esto podrá parecer una subordinación del mito al símbolo, y del rito y el arte a la mitología, si no se comprendiera que se trata de una misma energía operativa en modalidades distintas; incluso se podría decir que rito (no sólo en cuanto ceremonia religiosa) y arte, es decir ambos tomados en sentido absoluto, no son sino representaciones de la regeneración perpetua del cosmos en cuanto están identificados con él, formando por lo tanto una unidad; también podría argumentarse que el mito no es tan preciso como el símbolo numérico o geométrico, que por su contenido universal arquetípico, o por lo menos por su estructura más abstracta, es más adecuado para traducir la Idea.

Restos recuperados en la restauración (1887)
de un fragmento del Códice Paresianus,
descubierto por Léon de Rosny en 1859.
Se conserva en la Biblioteca Nacional de París.


Si se tratara de dar nuestra opinión pensamos que la fusión de estas energías es la encargada de otorgar todo significado en tres niveles de consciencia, conocimiento, o lectura, en correspondencia con los estadios cosmogónicos. jerarquizados y al mismo tiempo indisolubles, en los que los mayas dividían cualquier realidad (cielo, tierra e inframundo). Y desde luego que es la vibración común, la correspondencia, la analogía, la simpatía, es decir la magia, la que liga estos planos entre sí, aunque tome formas tan intelectuales y sofisticadas como las matemáticas y la astronomía, bases del calendario ritual maya, tal vez la realización más acabada del arte de este pueblo, cuya mayor originalidad, o paradoja, acaso la constituye el ser una alta civilización primitiva, contradicción en los términos que sólo es tal si se les asigna a ellos exclusivamente el valor que se les otorga corrientemente. De hecho, pareciera ser que esta civilización aun alcanzado su máximo de esplendor continuó siendo lo que en muchos aspectos hoy se entiende por "primitiva"; en esto tampoco se han diferenciado de griegos, hindúes y chinos, entre otros (Aún hoy el pensamiento "científico", ve los pocos restos tradicionales que quedan en ritos y religiones como algo "atrasado" y "antirracional" cuando no se encuentra lo suficientemente esterilizado). Al contrario, la decadencia puede advertirse en expresiones que son tomadas erróneamente por "culturales" en la actualidad y que han desembocado en absurdos tan grandes como la falsa erudición, y el arte por el arte.

Conferencia pronunciada en noviembre de 1990
en la Fundación Miró de Barcelona.
Hoy forma parte de su libro
Simbolismo y arte.


IMPEDIMENTA agradece al autor que haya autorizado amablemente su reproducción.


* Federico González nació en Buenos Aires en 1933. Ha publicado libros de poesía y obras de ensayo y filosofía, y se ha interesado sobre todo por la simbología desde el punto de vista artístico y científico. Ha residido en Guatemala y desde 1978 vive sobre todo en Barcelona, donde fundó al año siguiente el Centro de Estudios de Simbología. En 2002 fundó también el Centro de Estudios Simbólicos de Zaragoza. En 1991 creó Symbolos: Revista internacional de Arte - Cultura - Gnosis, publicación que aún dirige en la actualidad, en su edición digital. Ha destacado también como conferenciante. Entre sus libros, algunos de los cuales han sido traducidos a otras lenguas, destacan La Rueda: una imagen simbólica del cosmos (1986), Los símbolos precolombinos. Cosmoginía, teogonía, cultura (1990), Simbolismo y arte (1998), Esoterismo siglo XXI. En torno a René Guénon (2000), Hermetismo y Masonería. Doctrina, historia, actualidad (2001) y Las Utopías renacentistas. Esoterismo y símbolo (2004). También ha escrito y puesto en escena algunas piezas teatrales. Quienes se interesen por su obra metasfísica y literaria pueden acceder a ella a través de estos enlaces:
http://simbolismoyalquimia.com/ y http://federico-gonzalez-frias.es/


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